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La confluencia de la avenida República de Nicaragua con Palenque es un giro que quita el sueño a los vecinos de la calle Chispita. Es uno de los lugares preferidos de los conductores que todos los fines de semana se dan cita en la urbanización Díaz Casanova para realizar carreras y trompos. Allí, cada derrape, cada chirriar de ruedas tiene su eco en el barranco de Las Majadillas, que devuelve el ruido y lo mete en el interior de sus dormitorios hasta hacer imposible conciliar el sueño.
Las viviendas que proyectan sus sombras sobre la carretera del Manuel Lois se levantaron hace unos sesenta años. Algo menos de medio centenar de familias reside en esta parte de Las Palmas de Gran Canaria, antes incluso de que llegaran las primeras industrias. Por entonces, solo había calles de tierra y los coches no representaban más que la conexión con la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria. Luego creció la urbanización y la falta de vigilancia ha hecho que, con unas vistas inigualables de la ciudad, Díaz Casanova se transforme, de jueves a domingo, en un espacio de grandes botellones y en un circuito de carrera.
«Los problemas se han agudizado en los últimos cuatro años, sobre todo, después de la pandemia del coronavirus», expone uno de los vecinos de esta zona de la capital, quien ha vuelto a levantar la voz después de que el pasado 11 de enero la colisión de dos vehículos acabara con el incendio de uno de ellos y cuatro personas heridas, una de gravedad.
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Los hechos ocurrieron sobre las 02.00 horas, según la información que facilitó en su momento el Centro Coordinador de Emergencias y Seguridad (Cecoes) 112 del Gobierno de Canarias. Pero los residentes estuvieron advirtiendo de la situación que se estaba produciendo desde cuatro horas antes. «Los vecinos llamaron seis o siete veces a la Policía Local, pero no se tomaron medidas más que al final, cuando ya se había incendiado el coche», asegura otra vecina que quiso mantener su identidad en el anonimato.
El recorrido de los coches en esta parte de la urbanización industrial Díaz Casanova aprovecha la larga recta de más de 300 metros que es la avenida República de Nicaragua para ir acelerando y, al llegar a la calle Palenque, derrapar.
El ruido de las gomas es lo que altera el sueño de los residentes de Díaz Casanova, pero también es lo que envenena su descanso pues temen que, cualquier día, una carrera o un coche a alta velocidad generen algún accidente a los vecinos que entran y salen de casa. Pruebas hay ya de que esta actividad tiene su impacto: un negocio que ha tenido que cambiar la puerta de la nave y la inclinación de una farola son los efectos de las carreras y las colisiones.
Las huellas de rodadura que hieren el asfalto de la calle Palenque apenas provocan la reacción policial, ni despiertan el interés del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria. «Llamamos siempre que hay carreras pero no se toman medidas, es como si no existiéramos», expone el citado vecino, «una vez vino la Policía Local y un agente me llegó a decir que mejor que las carreras se hicieran aquí que en otra calle más frecuentada».
Este vecino asegura que ha mandado varios escritos informando sobre el problema, tanto al gobierno municipal, a través del registro central, como a la jefatura de la Policía Local, «Pero no hemos recibido respuesta» desde ninguno de los dos receptores.
Ya hay ocasiones en que los vecinos se cansan de llamar. «Es como predicar en el desierto», reconocen con cierto abatimiento por la respuesta que reciben.
Los botellones son el otro efecto indeseado de la condición de isla que tiene la urbanización industrial Díaz Casanova. Aquí, salvo por la suciedad, no se sienten tan molestos.
En esto no coinciden con los trabajadores y empresas de la zona. Una empleada que no quiso dar su nombre aseguró que su primer cometido del día es retirar la basura que se acumula en la puerta del negocio en el que trabaja. «La primera hora la perdemos solo limpiando lo que dejan», expone, «aquí entramos a las seis de la mañana y todavía hay gente celebrando a esa hora o en sus coches jugando al Candy Crush». La misma persona indicó que «hemos llegado a sacar entre cuatro y cinco sacos grandes de basura».
Otro trabajador de la zona reconoce que ya no deja su coche a las puertas de su negocio porque a veces aparcan los jóvenes que participan en las carreras y los espectadores y le da miedo llamarles la atención para que lo dejen salir. «No traigo a ningún cliente, es una vergüenza», dice.
Los empresarios ya están trabajando en la declaración como ente de conservación del parque empresarial para, entre otras cosas, poder dotarse de seguridad privada, como la que opera en otras urbanizaciones de Las Palmas de Gran Canaria.
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Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
Kevin Fontecha | Las Palmas de Gran Canaria
Martin Ruiz Egaña y Javier Bienzobas (gráficos)
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