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Para montar un belén no hace falta más que un misterio y, si acaso, un juego de Reyes Magos. Pero hace tiempo que el belenismo en Gran Canaria huye del montaje estándar, se ha sacudido el corsé de la tradición más dogmática y se customiza en función de los tiempos, del tipo de público o de la ciudad o pueblo en el que se expone. Y no se trata de aquella ya vieja dicotomía entre el nacimiento hebreo y el canario. Eso es pasado. Ahora hay belenes interactivos, identitarios, costumbristas, con toque crítico, infantiles, de barro, de cuadros convertidos en figuras, de playmobil y hasta de fieltro. ¿Quién dijo que el belén pasó de moda? Y menos en esta isla.
En la ciudad donde aún reina el nacimiento más antiguo, el de San Gregorio, un legado etnográfico de 57 años obra del desaparecido Pepe Sánchez, florecen experiencias nacidas de la participación popular, como, por ejemplo, el belén de Lomo Magullo, frente al frontis de su primera iglesia. Casas y figuras, todas artesanas y hechas de madera, son el fruto de 764 horas de trabajo de Óscar Santana, que ha convertido en realidad la apuesta del Patronato de Fiestas El Naciente, junto al colectivo vecinal y la parroquia, por rescatar esta tradición.
Quien se acerque hasta este caserío teldense disfrutará de un Lomo Magullo chico: están la iglesia de las Nieves, el bar de Martín, los quesos de Angelita, las lavanderas en la acequia, la lucha canaria, un grupo tocando una serenata… Por no faltar, no falta un guiño a su fiesta más popular, la Traída del Agua. Sobre el templo un vecino se dispone a lanzar el volador que cada verano enciende la música de la Banda de Agaete. Juan Antonio Hernández, que preside El Naciente, se marca como reto que este belén no sea flor de una sola navidad.
Esa es también la idea de la Agrupación Amigos Belenistas de Gran Canaria, otro feliz ejemplo de que la tradición no solo sigue viva, sino que se renueva. Víctor Naranjo, que hace de portavoz, cuenta que nacieron en septiembre de 2024 y que la forman una veintena de apasionados del belenismo que, por azares de la vida, eligieron Las Huesas, en Telde, para estrenar su primer belén público.
Del trabajo colaborativo de 26 personas salió 'Un pueblo en el corazón de Gran Canaria', que es como se llama este particular nacimiento canario, aunque con figuras hebreas, que combina escenarios urbanos y rurales y en el que todos los detalles, los pequeños detalles, esos que marcan la talla de un belén, están hechos a mano. Al rigor de la puesta en escena le han sumado un guiño interactivo. Retan al visitante a explorar entre las miniaturas y a descubrir, entre otras curiosidades, donde están los 7 gatos, unas gafas, una lata de refresco o, sin ir más lejos, el popular cagón.
Uno de los maestros belenistas de Gran Canaria ha optado este año por exponer solo una parte de su colección. Vicente Díaz ha seleccionado 522 piezas de más de 47 países para que formen parte de la muestra alusiva a la Navidad de la Casa del Coleccionista, en Gáldar. La ha ordenado por vitrinas. Una está dedicada a los Reyes Magos, con 10 juegos distintos, entre ellos uno de factura murciana y otro de la fábrica de belenes Ortiga. Otra la destina a nacimientos infantiles, otra a nacimientos de imanes, unos 17, y otra a figuritas canarias que se vendían en Pérez Ortega y que recreaban en miniatura tradiciones, como un entierro, una procesión, una pisada de vino, el baile de la cinta, la pelea de gallos o la lucha canaria. También expone 19 juegos de los tres Reyes Magos sacados de los roscones de Navidad y figuras de cacharrería, antiguas, de barro y murcianas. Además, en otra vitrina muestra otras figuras de resina de Mayo Lebrija, tiene otra vitrina dedicada a complementos, donde recoge casitas de diversos materiales, y otra con nacimientos canarios, entre los que está el que se distribuyó con este periódico. En la misma sala, pero de otros autores, se exponen 25 juegos de Navivad, algunos con movimientos, y un nacimiento de playmobil de unas 1.000 piezas.
De ese mismo espíritu comunitario, pero esta vez impulsado por un ayuntamiento, el de Valleseco, bebe el nacimiento de la iglesia de San Vicente Ferrer. Como explica Jesús Pérez, concejal de Participación Ciudadana, está formado por más de 70 pinturas en soportes de madera, cada una de ellas elaborada por un vecino o vecina que participó en los talleres de 3 días que les impartió el pintor Felipe Juan en las sedes de los cinco colectivos vecinales de los barrios y en la Casa de la Cultura. Todo, hasta el portal, fue recreado en cuadros de distintos tamaños.
Este belén de Valleseco crea comunidad en el proceso de su elaboración, pero hay otros que también logran ese mismo objetivo solo con contemplarlo, que es justo lo que han conseguido Carlos Tadeo y Epifanio Pérez con el nacimiento que exponen en ese mismo municipio, en un local público frente a la plaza del casco. Carlos fabricó las casas y Epifanio les dio forma como pueblo. ¿Y qué se ve? Valleseco. Tal cual. Tres de sus calles principales. «La gente reconoce sus propias viviendas», cuenta Carlos, a quien le congratula saber que su propuesta ha gustado. «Las intenté reproducir con exactitud».
Su secreto para llamar la atención reside en este caso en la conexión identitaria. Los vecinos, como pasa también con el de la iglesia, sienten estos belenes como suyos. Les representan. Y al que no es del lugar lo que le atrae es la posibilidad de reconocer el paisaje que se le muestra. Otros autores, como Ignacio Maya, maestro en estas lides pese a su juventud, conectan con el visitante de la mano del costumbrismo local, que es lo que buscaban él y quien se lo encargó, la Fedac, con el nacimiento que ha montado por primera vez en el Faro de Maspalomas. Oficios de antes como la cestería de palma y de mimbre, la alfarería o la tejeduría comparten protagonismo con paisajes tan de la Canarias de ayer como unas salinas, una pequeña ermita o varias casas típicas de la arquitectura doméstica local.
A Jorge Guzmán, por ejemplo, le gusta también inspirarse en paisajes y edificios de Arucas para el belén municipal de esta ciudad norteña. Un impresionante cantil costero, en el que se inserta una coqueta iglesia, se erige en puerta de entrada al reino por excelencia del detalle, donde, por ejemplo, las casas de un pequeño entramado urbano se convierten en ventanas a un mundo en miniatura, la vida que supuestamente bulle en sus habitaciones. Vida y muerte. Porque este año Guzmán se ha apuntado a la Canarias del misterio para colar un muy bien logrado fantasma bajo las ennegrecidas estancias de una casa con la que quiere recordar a aquella, histórica y muy antigua, que fue pasto del fuego en la capitalina calle de Mendizábal.
Ese gusto por lo preciso, por lo concreto, es también marca de la casa del belén ornamental de Mogán, de la Agrupación Folclórica y Cultural El Mocán, en la iglesia de San Antonio. Sus Reyes Magos, fieles, en su diseño, al clasicismo hebreo, se abren paso, sin embargo, en mitad de un paisaje típicamente isleño, entre palmeras, tuneras y cardones gigantes y en donde, tras una observación más detenida, se descubre a un grupo de hombres jugando a la baraja, quien sabe si a la zanga, y a otro que se alonga en un tejado para coger un huevo de paloma.
Precisamente es este animal otro habitual en balcones y tejados de las casas del belén, esta vez sí, más tradicional, de José Luis Tacoronte y María González, que llevan 17 ediciones encargándose del municipal de Gáldar. Como también hay decenas de animales, eso sí, de barro, como todas sus 45 figuras, en las nueve escenas del de José Luis Díaz, en Moya. O de fieltro, como el de Domingo Pérez, que recrea una ciudad belga en la biblioteca municipal de Arucas.
El belenismo no solo está vivo, sino que está al día, como lo prueba el de arena de Arucas, donde Óscar Rodríguez aprovecha para recordar a quien lo mira que en la tierra que le da nombre hace meses que no reina precisamente la paz.
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Cristina Cándido y Álex Sánchez
Lucía Palacios | Madrid
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