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Asunción, con la foto que se hizo para el carnet de familia numerosa, en su casa del Valle de Santa Inés, en el municipio de Betancuria, con su hija Juana y sus hijos Juan y Melchor. Javier Melián / Acfi Press

Asunción, de 100 años: «No le he dado ni una mala noche a mis hijos, ni tengo un hueso roto»

Personas longevas ·

La centenaria del Valle de Santa Inés recuerda los mejores momentos de una vida que marcó en la juventud la muerte de dos hermanos en la guerra civil

Catalina García

Valle de Santa Inés

Sábado, 26 de octubre 2024, 23:23

Los cien años de Asunción Alonso Padilla (Valle Cerés, Betancuria, 1924) no son unos cualesquieras: vivaracha, risueña, de memoria fértil que desvía hacia los buenos momentos de los bailes y los pretendientes y no tanto hacia la escasez de la Fuerteventura agrícola y su viudedad temprana. De su siglo de vida, se queda con la alegría de sus seis hijas e hijos y con cuatro nunca:«nunca pasé falta de comida», «nunca le gané un duro a nadie, siempre trabajé con el ganado y arrancando», «nunca le di una mala noche a mis hijos todos estos años» y «nunca tuve ni un hueso roto».

La cuarta de diez hermanas y hermanos, la guerra civil española la dejó pronto en una familia rodeada de mujeres en Valle Cerés. «A mi hermano Manuel, el más viejo, lo llamaron primero por su quinta a la guerra. Lo mataron en la batalla del Ebro y lo sabíamos por un hombre de La Oliva que lo recogió. Tenía 20 años. A mi hermano Isidro, ni lo alistaron, se fue con 18 años y falleció de una gripe, nos dijeron, en el frente de Zaragoza».

Para entonces, Asunción tenía doce años. «Todas lloramos en mi casa. Yo también lloré a mis pobres hermanos». Y más lágrimas derramaron cuando se perdió el tercer hermano: Juan. «Mi padre estaba mariscando en la costa y él tenía que llevarle el burro. En vez de coger para la mar, cogió para Valle Cerés y se perdió durante una noche y un día. A las 4 de la tarde del día siguiente apareció. Tenía siete años y le preguntamos si había pasado miedo y contestó que no, que se durmió detrás de un paredón y que le acompañó una palomita blanca todo el rato. Cuando murió ya mayor, una paloma se posó en la ventana y los hijos le pusieron esa misma figura en la caja».

Asunción Alonso Padilla mira la foto de su familia en Valle Cerés. Javier Melián / Acfi Press

Las siete hermanas plantaba, arrancaban, ordeñaban y hacían queso, hilaban la lana de las ovejas para hacer mantas en Antigua, trenzaban empleitas, iban a buscar henequenes para cortarlos como comida para los animales. Una foto antigua en blanco y negro inmortalizó aquella primera vida suya en Valle Ceés. De allí pasó al Valle de Santa Inés, sin salirse del municipio de Betancuria, cuando se casó con Mateo Brito Alberto a los 20 años en 1944.

Antes del matrimonio, los bailes y los pretendientes ocupan parte importante de los cuentos de Asunción. «Tenía un novio de la Vega de Río Palmas y llevaba seis años hablando con él, incluso le había hablado a mi padre para que nos casáramos. En un baile, se enfadó conmigo porque no salí para fuera cuando me dijo que el baile se iba a desbaratar. Se lo comenté a mi hermana y me dijo que nos quedábamos dentro. Al final, tiraron los faroles al suelo y se formó un estropicio, saliendo todos corriendo. Pero mi hermana había dicho que no y no me podía mover. Tan grande fue el enfado por no hacerle caso que dejó de hablar conmigo y se buscó una novia en los Llanos de la Concepción».

Cuando intentó volver y sacarla de nuevo a bailar, le contestó que no, que se fuera con la otra. «Para entones yo ya tenía otro pretendiente, mi luego marido. Con él me casé al año porque me dije que no iba a pasar lo mismo que con el otro».

La vida de casada la resume en un «siempre lo pasé bien porque alcancé un hombre bastante bueno. Muy bueno con mis hijos y encantado con las dos niñas, que fueron las últimas que nacieron». La muerte empezó a rondar a Mateo cuando presenció el atropello de un hombre por un camión. «El camión dio marcha atrás y no vio al hombre. Mi marido empezó a gritarle que parara, pero el chófer era sordo. Vio cómo lo mataban y llegó malo a mi casa. Se le hizo una grieta en el corazón del susto, fuimos a los médicos a Las Palmas, pero terminó muriendo con 53 años».

Todavía le quedan más cuentos del novio que perdió por no darle un beso, de los pretendientes que se le acercaron tras quedarse viuda «pero no, yo no quise sino al que está bajo de tierra», del viaje en burro hasta el corral de la degollada de los Mozos con un garrafón para el suero en un lado del serón y la pinta en el otro para hacer el queso allí mismo. «Fue un año de sequía y no había nada que echarle a las cabras, así que mi marido se las llevó para la costa. Mire allí arriba, en la última montaña está el corral, y allí fui yo sola, dejando a mi hijo con la señora a la que le iba a traer el suero para echarle de comer a los cochinos».

«¿Estaré perdiendo la memoria?«, pregunta entre carcajadas y más cuentos y antes de despedirse con un «hasta los 101 años».

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