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LAURA LIEDO
Tenemos que aprender a no hacer nada

Tenemos que aprender a no hacer nada

Nos hace más eficientes, más creativos y, sobre todo, más felices... Así lo creen en los Países Bajos, donde llaman 'niksen' a este arte

Martes, 20 de abril 2021, 18:01

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Queremos llegar a todo. Rendir al máximo en el trabajo. Reservar tiempo para hacer deporte, claro, que hay que cuidarse. Luego, la casa y sus mil servidumbres: todo debe estar en orden. A los peques hay que dedicarles un tiempo de calidad (regulera, seamos sinceros), pero que no sea mucho, que vamos apurados y tenemos que contestar muchos whatsapps y correos electrónicos (¿urgentes?).

Y, si nos sobra alguna horita, qué hacemos con ella, a ver, a ver, vamos a apuntarnos a algún cursillo para aprender algo útil o mejorar en algún aspecto, ¿no? ¡Ah! No nos olvidemos de los compromisos sociales, que hay que cuidarlos. Y así estamos, desde que nos levantamos hasta que volvemos a la cama. Eso sí, antes de acostarnos deberíamos dejar todo preparado para el día siguiente –la ropa, el táper–, meditar un poco, leer algo, aplicarnos cremas y mantener relaciones sexuales con cierta asiduidad (y, encima, innovando), que es lo sano y hay que cuidar a la pareja y eso... ¡¡Alto!! Parémonos un momento. Cojamos aire y pensemos. ¿Qué estamos haciendo?

No cuestionamos este modelo vital, pero quizá deberíamos. Ya en 1877 el escritor Robert Louis Stevenson describía el ajetreo como «síntoma de una vitalidad deficiente» y observaba «a unas personas vivas-muertas, estereotipadas, que apenas son conscientes de vivir salvo en el ejercicio de alguna ocupación convencional». Y eso que no conoció el imperio de las redes sociales e internet, que nos han rellenado, aún más, cada minuto de nuestra existencia. Somos más vivo-muertos que nunca.

Quizá por eso, cada vez hay más estudios que alertan de esta sobrecarga de tareas y obligaciones (muchas autoimpuestas) y de la necesidad de parar, de tener todos los días algún rato para no hacer nada 'productivo', es decir, que no dé dinero ni nos sirva para ponernos en forma ni para nada de lo que se considera de provecho. Aunque, paradójicamente, realizando estos parones 'técnicos' lograremos ser más eficientes cuando trabajemos, más creativos y, sobre todo, más felices.

De alguna manera, se ha comprobado durante la pandemia: en el confinamiento, quienes se han visto obligados a parar y reducir su lista de quehaceres cotidianos han descubierto placeres como jugar con los hijos a juegos de mesa, cocinar para la familia, la lectura tranquila, el ejercicio en casa... Y hasta se ha practicado sexo con menos prisa, dedicándoles más minutos a los preliminares. Fue por obligación, sí, pero nos pusimos en modo 'niksen', que literalmente significa 'no hacer nada' en neerlandés, aunque sería más correcto decir que nos dedicamos tiempo a nosotros y nuestros seres queridos. «Imagina un mundo en el que dejásemos de intentar optimizar cada minuto y, en lugar de ello, dedicásemos tiempo a aquello que verdaderamente lo merece», explica Annette Lavrijsen, autora de 'Niksen' (Libros Cúpula), donde explica esta filosofía 'nacional' que, a su juicio, es la causa principal de que los Países Bajos aparezcan continuamente en la parte alta del listado de los más felices del mundo. En 2019, el Índice de Calidad de Vida de la OCDE lo situó como el mejor en lo referente a la armonía entre trabajo y vida personal, por encima incluso de los países escandinavos.

¿Deberíamos importar su 'niksen'? Lavrijsen cree que sí, que es muy beneficioso saber «discriminar lo que realmente importa de lo que, en realidad, no es tan relevante» y ver que los momentos de no hacer nada son valiosos, «no sinónimo de pereza, inutilidad o egoísmo». De hecho, ella anima a ignorar a cualquiera que intente convencernos de que no hacer nada (a ratos) es malo.

Cuando dejamos divagar a la mente pensamos hasta 14 veces más en el futuro y en metas a largo plazo

Como argumentos a favor de los paréntesis de parón, la autora neerlandesa –antigua editora de 'Women's Health' y 'nikseaniana' convencida que 'corta' habitualmente con el móvil y el wi-fi–, echa mano de estudios científicos que avalan el poder de las pausas. El Instituto Donders, especialista en Neurociencia, ha concluido con sus investigaciones que la ocupación constante altera el cerebro hasta el punto de disminuir la capacidad de razonamiento, la atención y la memoria, ya que necesita descanso para autorrepararse. Y otro estudio publicado por la revista 'Consciousness and Cognition' concluía que, cuando dejamos que nuestra mente divague, pensamos en el futuro y en objetivos a largo plazo catorce veces más a menudo que cuando nos obligamos a centrarnos.

Lavrijsen apunta que, tal y como se confirma desde un punto de vista neurológico, «no se puede ser productivo si uno se siente mentalmente vacío o agotado». «Al tomar pequeños descansos para no hacer nada, se pueden recargar cuerpo y mente, ya que esos paréntesis son los que evitan que nos quedemos sin energía o concentración. Y, con más energía, podrás dedicarte a la vida hogareña y ser más atento con la familia: ten en cuenta que los hijos lo notan cuando estás estresado o ausente», detalla. De hecho, paradójicamente, los expertos en productividad y eficiencia al servicio de grandes multinacionales recomiendan hacer 'sprints' de trabajo y realizar paradas de unos diez minutos cada hora para mantener la atención y el ritmo y sacar, de este modo, tiempo para disfrutar.

La ocupación constante altera el cerebro hasta el punto de disminuir su capacidad de razonamiento

Pero, ¿cuánto tiempo libre (de verdad) necesitamos al día para ser felices? Según un estudio de la Universidad de Pensilvania y la UCLA, dos horas y media si trabajamos a tiempo completo. Menos, provocaría estrés y más, sensación de pereza y cansancio.

Es decir, no hay que confundir los necesarios momentos de desconexión con tirarse a la bartola todo el día, ni con ver de un tirón toda tu serie favorita. Esto último puede sonar a 'niksen', pero genera un aumento de la dopamina, componente asociado a las adicciones, y eso no es lo que nos interesa. Así que, de cara a evitar confusiones, la neerlandesa nos da unas pautas para dominar el arte de no hacer nada.

  1. Elige un lugar

Puede ser un banco de un parque, bajo un árbol, alguna habitación tranquila de la oficina, un balcón, tu propio sofá, la bañera, un rinconcito de tu casa que hayas habilitado a tu gusto. Y, si puedes, ponte música y atenúa las luces. Se trata de verse en un lugar lo más tranquilo y acogedor posible para evadirse, pensar, observar lo que ocurre...

  1. Constancia

No vale con ser sólo feliz los fines de semana y en vacaciones. La vida así es un desperdicio. Hay que buscar nuestras pequeñas ventanas de felicidad todos los días. Y sí, buscarlas, porque no suelen venir solas. Así que todos los días 'rasca' un rato para tu 'niksen'. «Tómate un descanso de cinco minutos (sí, eso también incluye dejar de lado tus aparatos electrónicos) y ve aumentando poco a poco», aconseja. Ella propone dedicar veinte minutos los días laborales (empezamos por cinco) y más los fines de semana. Lo importante es cortar, no el tiempo.

  1. Nada de esfuerzos

Durante el tiempo de descanso no se debe hacer nada productivo ni que suponga un esfuerzo físico o mental (tampoco cultivar contactos sociales). Es un rato para nosotros solitos. Si tenemos dudas sobre si lo que hacemos es 'niksen', esta es la prueba del algodón: ¿alguien que te observa pensaría sin dudarlo que estás vagueando? Si la respuesta es sí, vas por buen camino.

  1. Sin excusas ni culpa

A estas alturas del reportaje ya habrán saltado todas las alarmas de escepticismo y nos habremos repetido varias veces frases como 'sí, muy bonito todo, pero tengo mucho trabajo', 'no me da la vida', 'como para hacer el vago están las cosas'... Nos han educado, según Lavrijsen, en la creencia de que tenemos que poder con todo para tener éxito y no podemos parar, de lo contrario nos sentimos culpables. Nadie nos enseña a echar el freno. Por eso la autora considera que es importante tener la valentía de admitir que no somos omnipotentes y que hay actividades y tareas que debemos eliminar de nuestras agendas para salvar nuestros ratitos de descanso y autocuidado. Para ver qué 'sobra', Lavrijsen propone un ejercicio. Imaginemos que nuestra semana tiene ocho días: ¿qué cosas añadiríamos que ahora no hacemos? Después, imaginemos que sólo tiene seis días: ¿cuáles eliminaríamos y cuáles priorizaríamos? Así descubrimos si estamos invirtiendo el tiempo en lo que nos importa.

  1. Decir que no

Si hacer favores a los demás va a redundar siempre en que perdamos sistemáticamente nuestro tiempo para estar tranquilos, debemos decir que no. «El tiempo no es oro, el tiempo es nuestro», recuerda la neerlandesa. Según indica, el sacrificio continuo de tiempo libre en favor de los demás acaba quemándonos, y eso no es bueno para nosotros ni para los demás. Lo mejor es decir que no, a poder ser en persona, ya que por Whatsapp o email puede haber malinterpretaciones. Nos entenderán mejor cara a cara.

No a la economía de la atención y a la 'vida optimizada'

El poder de no hacer nada y sus beneficios no es una idea nueva –ahí está el 'dolce far niente' de los italianos–, pero es una idea que se está reivindicando con fuerza ahora mismo, incluso desde un punto de vista político. La escritora, artista y educadora estadounidense Jenny Odell ('Cómo no hacer nada', editorial Ariel) defiende esta postura ante la vida como «un acto de resistencia frente a la economía de la atención». Subraya que debemos oponernos activamente a la idea de que la vida es para optimizarla. Esto, para ella, es un planteamiento capitalista, como el concepto de 'nada' (porque se refiere a la ausencia de algo productivo). Por ello, no es que abomine de internet y las redes sociales que reclaman nuestra atención constantemente (aunque aboga por poner límites), pero sí de «la lógica invasiva y los intereses económicos» que hay detrás. Odell considera que el actual sistema es «depredador», ya que nos impulsa a no parar y a estar hiperconectados. De ahí que proponga que abandonemos el miedo a perdernos cosas si no estamos todo el día en las redes y que cultivemos la capacidad de escuchar (de verdad) a los demás y de parar para ver la vida pasar, que es eso que ocurre mientras estamos tecleando frenéticamente con el móvil o el ordenador.

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