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Contra el atontamiento digital, ¡leamos en voz alta!

Contra el atontamiento digital, ¡leamos en voz alta!

A los niños y, por qué no, también a adultos: «Es una actividad que nos puede devolver lo que la tecnología nos quita», defiende un nuevo libro

CARLOS BENITO

Miércoles, 29 de abril 2020

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Resulta casi obligado citar a San Agustín cada vez que se escribe sobre la lectura en voz alta, porque su testimonio nos hace particularmente conscientes de cómo cambian los usos culturales. El santo hizo constar por escrito el asombro que había sentido al observar la singular costumbre de otro santo, Ambrosio, que leía sin emitir ningún sonido: «Sus ojos recorrían las páginas y su corazón penetraba el sentido, mas su voz y su lengua descansaban», se maravilló. Seiscientos años antes, también Alejandro Magno había dejado pasmados a sus hombres con esa extravagancia de leer mentalmente, en su caso una carta de su madre. Durante buena parte de la historia humana, lo normal, lo natural, era que la lectura se hiciese en voz alta, aunque el destinatario fuese uno mismo. Pero pasaron los siglos y esa práctica quedó relegada al trato con niños, ciegos y enfermos, y últimamente ya ni eso: la tecnología ha ido arrinconando cada vez más esos momentos en los que uno lee y otros escuchan.

Y sin embargo, en esta época, la lectura en voz alta puede aportarnos unos beneficios particularmente valiosos, como antídoto para los efectos nocivos de la sobredosis tecnológica. «Es probablemente la intervención más económica y eficaz que podemos realizar para el bien de nuestra familia», sostiene Meghan Cox Gurdon en 'La magia de leer en voz alta', un libro recién publicado en España por la editorial Urano (de momento, solo en versión digital, ya que la física se ha retrasado por culpa de la pandemia). La ensayista estadounidense, que reseña literatura infantil en 'The Wall Street Journal', ha combinado la evidencia científica con su experiencia como madre de cinco hijos, hasta llegar a la conclusión de que leer en voz alta se ha vuelto una necesidad urgente, a modo de «contrapeso» capaz de «devolvernos lo que la tecnología nos quita». El «momento mágico» de la lectura compartida es un arma contra el déficit de atención, la adicción a las pantallas, el ensimismamiento en burbujas privadas y, en fin, el atontamiento digital.

«Los aparatos electrónicos mejoran nuestra vida y, al mismo tiempo, hacen que nos cueste más concentrarnos y retener lo que hemos visto y oído y, además, que nos resulte alarmantemente fácil estar solo medio presentes incluso con los seres que más amamos. Leer en voz alta no es simplemente un pasatiempo sencillo, agradable y nostálgico que podemos adoptar o dejar sin consecuencias. Tenemos que reconocerlo como el acto tremendamente transformador e incluso contracultural que es», defiende.

Mejor que un colegio de élite

En la infancia, los cuentos leídos en voz alta crean y refuerzan conexiones neuronales y fomentan los patrones óptimos para la arquitectura del cerebro. Se convierten así en una inversión para toda la vida: el profesor británico Adam Swift sostiene que la diferencia de oportunidades entre los niños a los que les leen cuentos y los que no tienen esa suerte es «mayor que entre los que van a un colegio privado elitista y los que no». Meghan Cox Gurdon ha recopilado una buena cantidad de estudios que apuntalan esa tesis. Un ejemplo: los niños que no escuchan cuentos en su primera infancia tienden a ir de doce a catorce meses retrasados en el apartado lingüístico. Otro: la competencia lingüística a los 3 años permite pronosticar con precisión el dominio del idioma que se tendrá a los 10, ya que las palabras llaman a las palabras igual que el dinero llama al dinero (los expertos conocen este fenómeno como 'efecto Mateo', por el versículo del Evangelio que dice «a quien tiene se le dará y tendrá más»).

Pero, además, la lectura en familia propicia el bienestar emocional, que ha caído en picado desde que dedicamos a los móviles una cuarta parte de nuestra vigilia: el lector y el oyente sincronizan su actividad cerebral en un proceso denominado acoplamiento neuronal. Y, por supuesto, educa la atención, tan necesitada de adiestramiento en estos tiempos de interrupciones constantes para echar un vistacito a alguna red.

Hasta ahora hemos hablado de niños pequeños, los destinatarios más habituales de la literatura en voz alta, pero Meghan Cox Gurdon defiende, con pasión de activista, que la práctica no tiene por qué limitarse a ese periodo temprano de la vida. Se ha convertido en algo tan ajeno a nuestras costumbres que ni siquiera nos lo planteamos, pero leerle a la pareja, por citar el ejemplo más obvio, puede convertirse en una actividad muy gratificante, que también entre adultos genera esos lazos emocionales y esa deseable serenidad mental. «Sería un error relegar la lectura en voz alta solo al reino de la infancia. El profundo intercambio de una persona leyéndole a otra es, en realidad, humano, lo que significa que todos podemos disfrutar de sus placeres y beneficios», sostiene. El que escucha obtiene un provecho «intelectual, literario, emocional e incluso espiritual», mientras que, para el lector, «hacerse un hueco en la vida cotidiana para leer en voz alta es como aplicarse un bálsamo sosegador en el alma».

Ademas de argumentos, 'La magia de leer en voz alta' nos traslada a diversos escenarios relacionados con esta actividad. Nos sentamos, por ejemplo, a escuchar a Dickens leyendo su novela 'Dombey e hijo' ante una audiencia entregada, en la que no faltaban los llantos desconsolados y las risas incontrolables: el escritor dedicaba semanas a practicar la lectura de sus obras. También acompañamos a los cigarreros de la Cuba española, que reunieron dinero para contratar a un lector y torcían habanos mientras escuchaban las noticias del diario 'La Aurora'. Retrocedemos con el poeta Roger McGough hasta los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, cuando su madre, a falta de libros, le leía etiquetas: «Recuerdo su voz como si fuera ayer: 'Echar dos o tres cucharaditas colmadas...'». Y también escuchamos a Albert Einstein leyendo textos de Sófocles a su hermana Maja, postrada por un derrame cerebral. Quiza este confinamiento del coronavirus sea el momento idóneo para abrir un paréntesis dentro del paréntesis y recuperar el goce perdido del 'érase una vez'.

Seis consejos

Portada de la edición española del libro (Ed. Urano).

Fuera móviles: la tecnología puede convertirse en una interferencia que desbarate la magia de leer en familia. Antes de empezar, hay que apagar los dispositivos electrónicos, silenciar los móviles y, a ser posible, dejarlos en otra habitación.

Mejor en papel: por supuesto, resulta perfectamente posible leer a los niños el texto que tenemos en una tableta, pero no es recomendable, porque entonces los pequeños tendrán presentes todo el rato otras formas de entretenimiento que 'contiene' el aparato.

Cualquier momento es bueno: la tradición establece que el rato del cuento sea el momento de acostarse, para brindar a los niños una plácida transición hacia el sueño, pero en realidad cualquier periodo tranquilo de la jornada puede servir para abrir este paréntesis de lectura.

Un poco de convicción: es cierto que la mayoría estamos muy lejos de tener la voz y las dotes declamatorias de los locutores profesionales, pero tampoco hace falta. Eso sí, nuestra tarea tendrá más efecto si nos metemos en el papel y leemos con convicción.

Hay que adaptarse: a menudo, los niños parecerán empeñados en hacer añicos la estampa idílica de lectura familiar que uno tiene en la cabeza. «Vale la pena recordar que no hay una forma 'correcta' de leer en voz alta», tranquiliza Meghan Cox Gurdon.

No solo de pequeñitos: «Una vez empecemos a leer a nuestros hijos, no debemos dejar de hacerlo», aconseja la autora, a menos que ellos huyan. Y no es privilegio exclusivo de los críos:leerle a la pareja, por ejemplo, puede resultar enormemente gratificante para ambos.

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