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'Monsieur' Lotito, ante un plato suculento y una avioneta como la que se zampó. Guinness world Records
El hombre que se comió una avioneta y otras dietas poco recomendables
¿Sabías que...?

El hombre que se comió una avioneta y otras dietas poco recomendables

Cuatro tipos a los que no apetece mucho invitar a cenar

Domingo, 8 de noviembre 2020, 00:04

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Un régimen rico en hierro

Esta es una lista de tipos a los que no apetece mucho invitar a cenar. Cómo serán las cosas, que el más aceptable del lote es Michel Lotito, el francés conocido como 'Señor Comelotodo', que ha pasado a la historia por ingerir metal, vidrio, goma y más o menos cualquier otro material que le pusiesen por delante. Lotito empezó con sus estrafalarios hábitos alimenticios durante la adolescencia, en los años 60 del siglo pasado, y trocito a trocito se acabó jamando dieciocho bicicletas, quince carritos del supermercado, siete televisores, dos camas, un ataúd, un ordenador e incluso una avioneta 'Cessna 150' que le duró un par de años. El Guinness de los Récords reconoció sus logros, a la vez que desalentaba al resto de la humanidad de intentar superarlos, e incluso le entregó una placa como la persona «con la dieta más extraña» del mundo. Lotito, por supuesto, se la comió. Ah, a nuestro hombre omnívoro, que falleció en 2007 por causas naturales, le sentaban fatal los plátanos y los huevos cocidos.

Hambriento y muy peligroso

Los franceses siempre han sido gente de excelente apetito: mientras que 'monsieur' Lotito lo orientaba hacia la metalurgia, el legendario Tarrare se centraba más en lo cárnico, en sentido muuuuy amplio. Cuentan que nada lo saciaba y que, allá por finales del siglo XVIII, acabó protagonizando un número circense en el que ingería piedras, corchos, animales vivos y otros manjares por el estilo. Se alistó en el Ejército, pero ni siquiera cuatro raciones servían para quitarle el hambre. De él se asegura que devoró de una sentada una comida para quince personas, aunque siempre se mantuvo delgado, y también que engullía ansiosamente lagartos, anguilas, serpientes y, ejem, cachorritos. Los médicos lo sometieron a diversos tratamientos, pero fracasaron una y otra vez, porque Tarrare se escapaba habitualmente del hospital en busca de comida y, al parecer, no hacía ascos al canibalismo. Finalmente, lo echaron del centro médico cuando desapareció un niño de catorce meses.

Un prisionero que jamaba como diez

Charles Domery fue contemporáneo de Tarrare y nació en Polonia, pero también acabó sirviendo en el Ejército francés. En realidad, empezó como soldado en las filas prusianas y decidió desertar porque las raciones le parecían lamentablemente escasas. Tampoco es que el menú francés le dejase satisfecho: quedó registrado que en un año se zampó 174 gatos y que, aunque detestaba las verduras, se metía entre pecho y espalda un par de kilos diarios de hierba si no encontraba otra cosa. Le encantaba la carne cruda, sobre todo el hígado de ternera, y en su época de marinero no quería desperdiciar la pierna de un compañero, amputada por un cañonazo, pero el resto de la tripulación no vio con buenos ojos sus intenciones culinarias. En 1799 lo capturaron los británicos, que se arrepentirían muy pronto de haber apresado a un hombre que se comía diez raciones, las velas de la celda e incluso el gato de la cárcel. Eso sí, al menos compensó esa última acción zampándose veinte ratas.

La venganza del 'Comehígados'

Si pasamos al siglo XIX y saltamos el Atlántico, nos topamos con John Jeremiah Johnston, a quien se recuerda con el gráfico sobrenombre de 'Comehígados'. En realidad, de lo que tenía hambre Johnston era de venganza: un grupo de cazadores del pueblo crow había matado a su mujer, que también era indígena americana, así que nuestro hombre (un tiarrón de casi metro noventa y 120 kilos) decidió convertirse en la pesadilla de quienes le habían traído la desgracia. «Supuestamente mató y cortó la cabellera a más de trescientos indios crow –recoge el historiador Andrew Mehane Southerland– y entonces devoró sus hígados». Al final, se hizo «hermano» de sus enemigos y dejó la casquería humana. Su figura inspiró la película 'Jeremiah Johnson', con Robert Redford, a quien sí invitaríamos a cenar.

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