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Universitarios confinados lejos de casa

Universitarios confinados lejos de casa

Los estudiantes canarios que eligieron quedarse en Madrid y pasar el confinamiento en sus pisos compartidos combinan las horas de clases virtuales con series, películas y largas videollamadas a la familia para hacer más llevadera la distancia

Jueves, 1 de enero 1970

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La mayor parte de los jóvenes canarios que estudian en Madrid volvieron a las islas antes de que la crisis del coronavirus se desatara. No se planteaban siquiera que la situación se fuera a agravar tanto como para decretar la reclusión obligatoria de todo el país, pero se fueron porque cuando la Comunidad de Madrid ordenó de forma preventiva el cierre de la actividad educativa -cuatro días antes de que el Gobierno estatal decretara el estado de alarma- vieron la oportunidad de pasar dos semanas de vacaciones en casa.

Cuando la situación se puso más fea, los que se habían quedado dudaron entre coger el primer avión y salir a escape o pasar la cuarentena lejos de la familia. Solo algunos -muy pocos- optaron por quedarse y ahora están confinados en sus residencias de estudiantes o pisos compartidos. «Casi todos los canarios que conozco se han ido», dice Oriana Rodríguez, de La Palma, «yo preferí quedarme por si acaso, por responsabilidad, mi abuela al principio no lo entendía, estaba empeñada en que no me quedara aquí, que me fuera a casa con ella y se ofreció a pagarme el billete. Le expliqué que lo hacía por ella, y al final lo entendió».

Oriana comparte piso con Nicole Rodríguez, de Gran Canaria. Las dos estudian en la Universidad Europea el doble grado de Fisioterapia y Educación Física. «Nos conocemos desde primero y la convivencia es muy buena», señala Nicole, «hemos montado la biblioteca en su habitación y tenemos una rutina de estudio para no perder el ritmo en estos días de encierro». Ella también optó por quedarse siguiendo los consejos de su profesor de patología, que les expuso el riesgo de contribuir a la expansión del coronavirus. «Mi familia de por sí ya lleva mal que estudie en Madrid, así que ahora imagínate cómo están», señala «al principio me decían que fuera antes de que se cerrara todo, pero al final también entendieron que lo hago por responsabilidad».

Pese al parón, las dos tienen clase a diario a través del aula virtual. Tienen suerte, dicen, porque la parte práctica ya la vieron y lo que les queda es la teoría, que pueden estudiar a distancia. Tras las clases preparan la comida en común, duermen un rato de siesta, vuelta a estudiar, ven alguna serie y al final del día, videollamada con la familia. Y si asoma la inquietud, la combaten cantando y bailando.

David Robaina es de Gran Canaria y estudia ingeniería de software. Uno de sus compañeros de piso, también canario, se sacó billete para ir al carnaval de Maspalomas -que al final se canceló- y ya se quedó en la isla. «Cuando suspendieron las clases yo también pensé irme y unir esos quince días con la semana santa, de hecho llegue a comprar un billete para volar el siguiente lunes por la noche», cuenta, «pero luego me arrepentí, las dudas sobre si podría ser portador y la idea de tener que pasar por la aglomeración del aeropuerto hicieron que me lo pensará dos veces y me quedé», añade.

Él también recibe clases virtuales y estudia para los exámenes aplazados. «Seguro que en cuento se retome la actividad y los quiero llevar bien preparados», señala.

A Zuleima Romero, de Lanzarote, la cuarentena le pilló de rebote en Zaragoza. Vive en Madrid, estudia periodismo en la Universidad Rey Juan Carlos y está haciendo las prácticas en la corresponsalía de la televisión canaria, pero cuando se cancelaron las clases se fue unos días de descanso a la capital aragonesa, de donde es su novio. «Al menos no estoy sola y mi familia también prefiere que esté aquí que en Madrid, donde la situación es peor», expone. Para no darle demasiadas vueltas a la cabeza pasa tiempo cocinando e inventando platos, aunque no puede dejar de ver las noticias. «Tenía un billete para ir a Lanzarote en semana santa, pero ya me he hecho a la idea de que no podré ir», asume.

También fue su abuela la que más insistió para que volviera a la isla antes de que todo se pusiera peor. «Es normal, ella no era del todo consciente de la gravedad de la situación y del riesgo al que la podía exponer si iba porque está entre la población de alto riesgo», comenta Zuleima, «solo cuando a los pocos días mi familia vio un vehículo de la UME (Unidad Militar de Emergencias) recorriendo las calles de mi pueblo, Punta Mujeres, se dieron cuenta de que estamos ante algo muy serio», añade.

Oriana, Nicole, David y Zuleima, todos asumen que sus familias están preocupadas porque están lejos, pero pese a todo están convencidos de haber tomado la decisión correcta.

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