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Un asunto serio entre manos

Un asunto serio entre manos

El saludo es más que un gesto de cortesía. Es, decía José Ortega y Gasset, «el uso de los usos, la consigna, la señal de la tribu». Marcado por la realidad del momento, se ha transformado al mismo ritmo que la sociedad de su época y a través de él se distinguen aún hoy los valores de cada cultura

Rocío Mendoza / Madrid

Jueves, 1 de enero 1970

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Desde el estrechar de antebrazos de la antigua Roma hasta la solemne reverencia en la corte del Siglo de Oro, todos tenían un por qué y su evolución está sembrada de curiosidades. Este año 2020, la pandemia de la Covid-19 promete añadir un nuevo capítulo a la historia de este modo de comunicación no verbal, ahora que el veto al contacto físico se impone.

Un símbolo de paz

El origen del apretón de manos

El apretón de manos no es precisamente un invento actual. Al contrario, puede ser el gesto con más raigambre de la civilización. Hay historiadores que atribuyen a los asirios su exportación a los pueblos del entorno, después de haberlo aprendido de los babilonios. Pero donde sí está documentado es en la antigua Roma, donde los pactos de amicitia, acuerdos privados como el reparto de tierras conquistadas, se sellaban con un fuerte estrechar de muñecas (o antebrazo) característico. «Estos gestos eran más de carácter protocolario. Lo cierto es que la fórmula empleada de forma cotidiana es una gran incógnita por la ausencia de textos. Creemos, de cualquier modo, que el saludo sería más verbal que gestual en el día a día», explica el historiador Miguel Ángel Novillo, autor de La vida cotidiana en Roma (Sílex, 2013).

Lo que sí llegó hasta nuestros días fue el saludo militar: el brazo alzado en ángulo de 45 grados, con la mano extendida representado en la figura ecuestre de Marco Aurelio y la famosa Columna Trajana. «Era el saludo empleado por el emperador que se mostraba triunfal ante las tropas después de la victoria», apunta Novillo. Quizá este sea el mayor ejemplo de cómo una circunstancia sociopolítica puede alterar la costumbre. Tras ser adoptado por Napoleón y su fiebre imperial, hizo lo propio Hitler y el nazismo, por lo que este saludo quedó proscrito para la posteridad por razones obvias. Hasta tiene su némesis: el gesto de llevarse las manos al corazón que se puso en práctica a partir de 1942 como símbolo antifascista.

Antes de eso, el brazo en alto evolucionó como una forma de mostrar respeto durante la Alta Edad Media (hasta el siglo XIII). De estos años oscuros poco se sabe por la parquedad de fuentes. Pero hay representaciones artísticas que dan una pista de que cómo perduró y fue adaptado. «Un relieve románico de Santa María de Regla representa a un caballero saludando a una dama con la mano en alto, mostrando la palma, en señal de respeto», aporta el experto en Historia Medieval Miguel Larrañaga.

En lo que coinciden los etólogos es en que el hecho de mostrar las manos antes de estrecharlas, o simplemente al llamar la atención del interlocutor, era una forma de decir que se venía en son de paz. En sociedades como la Baja Edad Media (siglos XIII-XV), donde como recuerda Fernando de Ampudia, en su artículo La civilización del comportamiento, «la violencia era socialmente endémica», no era de extrañar que el saludo fuese precedido por un mostrar de palmas libres de armas. «Al ofrecer mi mano desnuda para ser estrechada, lo que realmente se hacía era mostrar que no se llevaba un puñal escondido», explica Marina Fernández, portavoz de la Escuela Internacional de Protocolo.

Y así perduró, sobre todo en acuerdos formales de carácter económico, tal y como añade Diana Rubio, consultora en Comunicación y experta en Protocolo. «El estrechar de manos, tras ser la fórmula para demostrar que no se iba armado, se convirtió en el saludo por excelencia de los negocios desde el Renacimiento veneciano, cuando la capital italiana era el epicentro comercial del mundo, demostrando por ambas partes un trato de igual a igual».

Las manos también son protagonistas de otras versiones más modernas de saludo, como el ‘choca los cinco’, popularizado por los jugadores de baloncesto Magic Johnson y Derek Smith, que no es más que la evolución de otro más contenido usado por la comunidad negra en la Segunda Guerra Mundial, cuando chocaban las palmas a la altura de la cintura sin estirar el brazo.

Besos, señal de fidelidad

Acuerdos sellados en los labios

Y de las manos, a la boca. El otro gran epicentro del saludo. Los textos de Herodoto dejan constancia de que en la Grecia antigua los iguales (siempre hablamos de hombres) se saludaban con un beso en boca. Y en Roma no eran menos. Hasta los tenían clasificados. El osculum en la mejilla (a los niños y para actos sociales), el basium (discreto y frío en los labios para las esposas) y el savium (el que se dan con entrega los amantes).

Así, el beso no siempre fue exclusivamente una muestra de afecto. Por ejemplo, en el siglo XIII, los textos de Alfonso X el Sabio recogen que estos cerraban la ceremonia del vasallaje en señal de fidelidad al señor. Su valor contractual era tremendo. Así también lo demuestra la conocida como ley del ósculo. Ésta daba derecho a heredar los bienes del prometido a cualquier doncella que hubiese sido besada, aunque no hubiese llegado a casarse.

Quizá haya sido el beso, como ahora sucede con la pandemia de la Covid-19, el gesto convencional que más haya sido modificado por las enfermedades de cada época. Ya en tiempos de Claudio I se extendió un virus que, misteriosamente, solo afectaba a los hombres. Se puso en evidencia entonces la costumbre entre nobles y patricios de besarse en la boca, gesto que hubo que prohibir temporalmente. Y aunque no fuese hasta el siglo XIX que exista la constancia científica de los microbios, gracias a Pasteur, lo cierto es que la epidemia de peste del siglo XIV obligó a marcar distancias. Por ejemplo, «acabó temporalmente con la costumbre francesa de sellar acuerdos con un beso en la boca», según Rubio. Eso sí, el afán aséptico no fue el único motivo.

La reverencia como jerarquía.

La marca del estatus social

A medida que el monarca necesitaba reforzar su poder frente al pueblo, «los saludos se enfriaron y se recurría a modelos más distantes como las reverencias. En este caso, además, no se escapa que, en el gesto de ejecutar una, el rey o la reina siempre quedan por encima mientras la persona que saluda queda (física pero también simbólicamente según la época) a un nivel más abajo», alude Marina Fernández.

«La religión por ejemplo, como parte inherente en muchas culturas, nos dejan saludos como el besar la mano (o el anillo del Obispo) o las reverencias. Símbolos de jerarquía y estatus, actualmente en desuso en pro de la cercanía y la igualdad, pero que en un momento de nuestra historia era la manera de iniciar la liturgia social entre clases o cargos jerárquicos», recuerda Rubio. El gesto de quitarse el sombrero es también una evolución de las reverencias más ceremoniosas, menos sumisa pero igualmente en señal de respeto. Es durante la Revolución Industrial, y la idea religiosa del pudor, cuando se populariza el beso en la mano a las damas para evitar un contacto más cercano.

La distancia marcada por la higiene es más propia de los países asiáticos, pero la pandemia actual la impone para todos . ¿Cuál será la fórmula que adoptemos tras la pandemia? El tocar de codos resulta «chocante» a las expertas en protocolo consultadas, que abogan, como Rubio, por una comunicación «más verbal» como en otras partes del mundo. En cualquier caso, creen que se impondrán aquellas que no requieran nada de contacto. Ambas apuestan a que gestos como el estrechar de manos no desaparecerá, sobre todo como «buque insignia de los negocios». Quizá se practique con algún invitado nuevo a la ceremonia, como pueden ser los guantes.

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