
Tras las huellas de Sefarad
Están entre nosotros ·
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Están entre nosotros ·
Un libro publicado a instancias de la Federación de Comunidades Judías indaga en el legado que la cultura hebrea dejó en pueblos y ciudades de EspañaCarlos Aganzo
Sábado, 25 de noviembre 2023, 17:02
Están entre nosotros. En los grandes monumentos que quedan en pie, desafiando a los siglos. En los muros de las viejas casas, como testimonios sutiles, ... pero reveladores. En los documentos de los archivos públicos y privados. En los restos arqueológicos, bajo nuestros pies. También en las puras esencias de nuestra gastronomía. Y en las huellas de nuestra sangre. Pero no siempre en nuestra memoria colectiva. Las huellas de Sefarad, ese espacio mítico que anunciaba el profeta Abdías como tierra prometida para el pueblo de Dios, esa geografía de leche y miel que ya identificaba el judío Jonatán ben Uziel en el siglo I d.C. con la Península Ibérica, permanecen indelebles en los pueblos y ciudades de España. Lanzan su llamada de atención sobre los vecinos, los visitantes, sobre los paseantes avisados que buscan en lo que ocurrió ayer una parte esencial para comprender lo que sucede hoy. Lo que fuimos y lo que somos.
Todo el mundo sabe el esplendor que llegaron a alcanzar los judíos sefarditas españoles cuando piensa en la sinagoga del Tránsito, hoy Museo Sefardí, de Toledo. El templo fastuoso que el rey Pedro I permitió construir a su tesorero y hombre de confianza Samuel Ha-Leví, como agradecimiento por sus servicios a la corona y a su persona. No tantos conocen cómo terminó aquella historia de fidelidades, gratitudes e ingratitudes entre el rey Cruel y el altísimo representante de los judíos de Castilla, en aquel Toledo que llamaban la madinat-al-yahud, la ciudad de los judíos, y que fue la joya entre las joyas de las juderías de Occidente en el siglo XIII. Muchos menos saben que en Besalú, en Gerona, se conserva intacto un miqvé del siglo XII. O que en 2010, en pleno corazón de Úbeda, se abrió al público la Sinagoga del Agua, oculta durante siglos, y que afloró durante los trabajos de demolición de un grupo de viviendas. O que en la Muralla de Ávila conviven con las piedras romanas numerosas lápidas escritas en hebreo antiguo, que se ha afanado en descifrar en los últimos años Irit Green.
No es de extrañar. El misterio aún cubre los detalles, testimonios, las señales de aquella Sefarad ibérica cuya existencia comenzó con probabilidad en tiempos de los fenicios en forma de comunidades distribuidas por toda la península, en tiempos de los romanos. Alguien sabrá dónde se puede localizar hoy la lápida de Adra, que daba testimonio de la muerte de la niña Annia Salomónula, judía, con un año, cuatro meses y un día, documentada por el historiador Antonio García Bellido en 1859. Pero sí podemos admirar en el Museo Histórico de Sagunto las láminas de plomo del siglo I que relacionan a los judíos hispánicos con la diáspora hebrea tras la destrucción del templo de Jerusalén, en el año 70. Como podemos ver en el Museo Sefardí de Toledo la pileta trilingüe de Tarragona, con sus inscripciones en griego, latín y hebreo, del siglo V. O la lápida trilingüe de Tortosa, en estas tres mismas lenguas, del siglo VI.
El cenotafio de los santos mártires Vicente, Sabina y Cristeta, en la iglesia románica de San Vicente, en Ávila, es un extraordinario cómic de piedra, del siglo XII, que recuerda que los judíos ya vivían en la ciudad de los Caballeros en los tiempos de las persecuciones de los primeros cristianos. Y compartían con ellos marginalidad en la provincia romana, hasta que en el año 311 llegó a Hispania el edicto del emperador Galerio, prohibiendo la persecución de los seguidores de Jesús.
Tras los romanos, las huellas de Sefarad en tiempos de los visigodos se siguen con mayor dificultad arqueológica, pero no documental. La abundancia extraordinaria de edictos de la época prohibiendo el matrimonio y todo tipo de relaciones con los judíos evidencia una práctica, la de la convivencia hasta el mestizaje, más que frecuente entre las clases populares de los viejos reinos. Rastros, estelas, señales que pronto se convertirán en grandes testimonios a partir de la llegada de los musulmanes, en el siglo VIII. En la forja de la España de las Tres Culturas, que se proyecta desde entonces hasta el edicto de expulsión de 1492 (al que se sumaría en 1609 el de los moriscos), la aportación cultural y patrimonial de los judíos es imprescindible. E impresionante.
Córdoba ilustra lo que fue aquella Edad de Oro del Judaísmo en España, que brilló en todo Occidente entre los siglos X y XI. La recuperada sinagoga cordobesa o la escultura de Maimónides en la plazuela de Tiberíades, al final de la calle Judíos, son solo hitos que nos permiten seguir los pasos de Ibn Gabirol por Málaga, de Ibn Shaprut por Jaén, de Ibn Ezrá o Yehuda Ha-Leví por Tudela, o de Ibn Migash por Lucena, la Perla de Sefarad, un caso único al albergar a los judíos en el interior de las murallas durante un largo período de su historia, ubicando extramuros a las otras dos comunidades. Todos ellos se pueden recordar, reconocidos, señalados y homenajeados, en sus respectivas ciudades de referencia. Lo mismo sucede con Toledo más adelante en el tiempo, una cantera inagotable de testimonios judíos donde los expertos localizan ahora hasta diez juderías diferentes, diez barrios hebraicos repartidos por la misma ciudad. Para perderse en el laberinto, lo mismo que en barri vell de Gerona o en las calles en curva de la Calahorra romana y judía.
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A partir de todos estos testimonios, hoy no resulta difícil saber cómo eran y cómo vivían aquellos sefarditas antepasados nuestros. En Hervás o en Gerona, como en muchas otras ciudades y pueblos de España, no es difícil localizar en las jambas de muchas puertas el hueco de la mezuzá, que albergaba un pequeño pergamino con un pasaje del Deuteronomio donde los judíos ponían su mano derecha antes de entrar en una casa y decían: 'El Señor guarde mi salida y entrada ahora y siempre'. En Melilla se conserva una silla de Elías, donde se sostenía al niño circuncidado. En el Museo David Melul de Béjar o en el Museo Sefardí podemos ver una ketubáh, el contrato de bodas que era la base del matrimonio sefardita. En Ribadavia, dos trajes completos del novio y de la novia. En Toledo, una recreación profusa de las fiestas tradicionales sefarditas, desde Ros Hashaná hasta el Shavuot, o fiesta de las semanas. En Segovia, además de en Toledo o en Córdoba, la extraordinaria sinagoga del Corpus Christi. En Cáceres, el puntero de Plasencia, para seguir la lectura de la Torá. En Sagunto, como en Úbeda o Besalú, un miqvé intacto. En Jaén o en Gerona, los suntuosos baños árabes con sus salas dedicadas a los judíos. En Ávila, los jardines con el monumento a Moshé de León, el autor del Zohar. En Segovia, el cementerio judío del Pinarillo. En Barcelona, los hallazgos arqueológicos en el Montjuich, el monte donde los judíos enterraban a los suyos. En Gerona, en Lucena, en Melilla, las lápidas con las estremecedoras inscripciones en hebreo de los sefarditas medievales… Las posibilidades son infinitas.
Como infinitas son también las huellas de las persecuciones, los apartamientos y los asesinatos, en los peores momentos de la convivencia. E infinitas esas otras huellas crípticas, secretas, que se suceden desde la expulsión de 1492 hasta nuestros días. Cruces grabadas en la piedra para señalizar las casas de los cristianos nuevos. Una estrella de David labrada en piedra en la misma sede de la Inquisición de Torquemada. La recreación criptojudía de una circuncisión en un retablo de Francisco de Moure del siglo XVII en Monforte de Lemos. Inscripciones que testimonian en hebreo: 'Estamos aquí'.
Estaban aquí todavía los sefarditas de Palma de Mallorca, los chuetas, cuando en los años setenta protestaban ante el general Franco por su marginación en la concesión de licencias de obra por ser judíos. Y aquí han regresado, o continúan, no necesariamente con las llaves de sus antepasados que siguen guardando desde la expulsión, sino en forma de nuevas comunidades, vivas y activas, que recuerdan a aquellas aljamas del medievo, transportadas a la modernidad absoluta del siglo XXI. Sólo hay que mirar España con los ojos de quienes la poblaron por lo menos desde hace dos mil años. Y descubrir Sefarad. Una realidad que nada ni nadie ha conseguido sepultar por completo.
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