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Enfermos, aislados y batallando en sus casas para arrinconar al virus

Enfermos, aislados y batallando en sus casas para arrinconar al virus

En Canarias 925 personas con Covid-19 pasan la enfermedad en sus domicilios. Cinco de ellas relatan el efecto del virus en su salud y en su vida diaria. Algunas se lo han pegado a sus parejas, que lo han superado sin ser diagnosticadas.

Jueves, 1 de enero 1970

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No son epidemiólogos pero conocen de cerca la nueva enfermedad. Conviven con ella y son conscientes de lo esencial que es aislarse para que la normalidad regrese a sus vidas y a la del resto de la ciudadanía.

En Canarias hay 925 personas con Covid-19 que están sobrellevando el virus en sus hogares.

Los síntomas son dispares. Algunos han sentido poca cosa, otros han sufrido muchas molestias y dolores, mientras que hay quienes han tenido que pasar por el hospital para tratar complicaciones respiratorias graves.

Es el caso de Javier Vázquez de la Torre, un docente de 45 años que el 17 de marzo fue sometido a la prueba del Covid-19 en urgencias, cuando ya llevaba días con fiebre siguiendo las indicaciones que le daban desde el teléfono de atención al coronavirus. «Me he visto muy mal, en el pozo», dice desde su casa de Ciudad del Campo tras pasar una semana en el Negrín donde superó una neumonía.

Ahora se siente mejor. Está encerrado en su cuarto para no contagiar a sus tres hijos y su pareja, a la que están llamando casi a diario para controlar su estado de salud.

Esa es la tónica entre los enfermos confinados; llamadas del dispositivo de control del coronavirus, también para el seguimiento de los familiares de los afectados y de los médicos de atención primaria. Sin embargo, a Vázquez apenas lo llaman. Es la excepción.

Al domicilio de María Eugenia Angulo han llegado a llamar en un solo día hasta cuatro médicos distintos para saber cómo estaba su familia y ella, la única diagnosticada de la casa a pesar de que su pareja también tuvo síntomas del virus.

Angulo es pediatra y ha seguido pasando consulta desde su piso por teléfono. Cuando supo que varios compañeros se habían contagiado, se aisló en una casa vacía. «Tenía síntomas sutiles, pero cuando mi marido empezó con mialgias y cansancio, decidí volver a casa», cuenta la doctora a la que en unos días le harán un test para confirmar una curación que la devolverá a la primera línea de fuego.

Más tensión hay en casa de la positiva Saro Gómez, médico del Instituto Social de la Marina que vive con su pareja, sus tres hijos y su madre octogenaria y con una patología de base. «Llevamos todos dos semanas sin salir de casa y no les han hecho el test», relata Gómez cuyos actos se rigen por la prudencia.

Lucía Armas no es sanitaria. Le hicieron el test porque estaba en pleno postoperatorio. Está recluida en un cuarto y lleva dos semanas sin ver a su hijo, que le deja la comida en el pasillo a diario. Enfermó el 24 de marzo. Está mejor, pero la cabeza le duele horrores. Sin embargo, lo que más le preocupa es ver desde su ventana a gente que se comporta como si el virus no existiera.

Sin pautas claras.

No hay dos casos iguales. Es una de las conclusiones a las que ha llegado la pediatra María Eugenia Angulo, de 45 años, que pudo cotejar su experiencia como enferma de coronavirus con la de 13 compañeros afectados. En su caso, el virus se manifestó con 13 días de febrícula, además de cansancio, dificultad respiratoria y dolor muscular. Saro Gómez, de 46 años, notó los primeros síntomas el 24 de marzo con cefalea, tos, fiebre no muy alta y dolor articular y muscular. María Teresa Robaina tuvo síntomas parecidos, pero llegó a 39 de fiebre y tuvo molestias estomacales. Lo primero que notó Lucía Armas fue aversión a la comida, luego llegaron los dolores de cabeza, el cansancio y la fiebre alta, llegando a perder el conocimiento. Javier Vázquez también se quedó sin apetito. Empezó con fiebre alta y tras ocho días tuvo problemas respiratorios que derivaron en una neumonía. Ahora están mejor y en pocos días habrán dejado atrás la enfermedad.

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