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Pere Casaldáliga en una imagen tomada en Brasil en 1995. Efe
Muere el español Casaldáliga, 'el obispo del pueblo'

Muere el español Casaldáliga, 'el obispo del pueblo'

Impulsor de la Teología de la Liberación y de los derechos de los indígenas, ha fallecido en Brasil a los 92 años

Sábado, 8 de agosto 2020, 16:49

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El obispo español Pedro Casaldáliga, uno de los máximos exponentes de la Teología de la Liberación y férreo defensor de los derechos de los indígenas y campesinos de la Amazonia, murió este sábado en Batatais (Brasil) a los 92 años, a causa de una neumonía. El párkinson que padecía, unido a su avanzada edad, hizo que el claretiano no pudiera salvar la afección pulmonar que le obligó a ser ingresado en la UCI de Santa Casa Batatais (Sao Paulo), donde permanecía internado desde el martes.

Nacido en una lechería de Balsareny (Barcelona), a orillas del Llobregat, en 1928, vio la luz en una familia católica. La Guerra Civil le sorprendió en zona republicana, de modo que desde los ocho hasta los once años, se confesaba en los establos y galerías, y ayudaba en misa en eucaristías clandestinas.

El obispo emérito de la diócesis de São Félix do Araguaia, en el Estado de Mato Grosso, alzó su voz contra corrupción de empresarios y políticos, lo que le convirtió en blanco de las iras de los poderosos. No en vano, frecuentemente recibía amenazas de muerte, al tiempo que sufrió varios intentos de asesinato. En una ocasión, en 2012, el prelado tuvo que ser rescatado a bordo de un avión escoltado por la policía y afincarse a mil kilómetros de distancia de donde vivía. De fondo latía la furia de los terratenientes y colonos que fueron obligados a desalojar las tierras de los Xavante y que los empresarios habían ocupado de manera fraudulenta desde hacía 20 años.

Llegó a Brasil en 1968 para satisfacer su vocación misionera. Salido de una asfixiante dictadura, sufrió los embates de otra, la que gobernó el país entre 1964 y 1985. Nada más llegar a Araguaia se dio de bruces con una realidad desoladora, una región sin escuelas ni centros de salud, donde los latifundistas imponían su voluntad mediante las armas. En esos tiempos se hartó de bendecir a los ataúdes sin nombre de los peones que morían a mansalva. Abogó por los indios tapirapés y clamó contra los incendios provocados en la selva. Creó escuelas y dispensarios e infundió coraje a unas comunidades que no tenían conciencia de sus derechos.

Un cura sin sotana

A los tres años de afincarse en Brasil, fue nombrado obispo de la diócesis de São Félix do Araguaia. Para entonces ya se había mimetizado con el entorno, se había despojó de su sotana, vestía pantalones vaqueros, calzaba chanclas y vivía en una casa pequeña de campesino. Sus ideas y línea pastoral, inaugurada con el documento 'Una iglesia de la Amazonía en conflicto con el latifundio y la marginación social', le presentó ante la Iglesia católica como un teólogo de la liberación.

Ni la persecución de la dictadura ni las admoniciones del Papa Juan Pablo II le arredraron en su lucha junto a los movimientos sociales de Latinoamérica. En cambio, Pablo VI le salvó de la ira y los intentos de expulsarle cuando dijo: «Quien toca a Pedro, toca a Pablo».

Después de haber sufrido ocho veces malaria, sorteado cinco intentos de expulsión y aquejado ya por el párkinson, Casaldáliga presentó su renuncia en 2003 al cumplir los 75 años como obispo, como establece el Código de Derecho Canónico. Una renuncia que fue aceptada por el Vaticano dos años después. Cuando encontró sustituto para él le pidió que abandonara la diócesis, orden de la que hizo caso omiso.

Nunca volvió a España, ni siquiera para asistir al entierro de su madre. No abandonó la misión porque creía que si cruzaba las fronteras no le dejarían volver de nuevo. «Esta es mi tierra en la Tierra», decía.

Adolfo Pérez Esquivel le propuso como candidato para premio Nobel de la Paz en 1989 y optó en dos ocasiones a recibir el Princesa de Asturias.

Durante más de 50 años vivió en su diócesis, en una modesta casa de campesino, sin humillarse ni amilanarse nunca, ni siquiera cuando vio asesinar a sus pies, por policías militares, al jesuita Joâo Bosco Burniera, su colaborador. Fue coherente con su lema: «No poseer nada, no llevar nada, no pedir nada, no callar nada y, de paso, no matar nada».

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