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«Aparcar» la vida para cuidar a otro

«Aparcar» la vida para cuidar a otro

Los cuidados en el ámbito familiar siguen siendo mayoritariamente responsabilidad de las mujeres. María del Carmen Martín es una de las que dedica su vida a ese trabajo invisible y no remunerado. Su día a día, afirma, es un mar de dudas que ha ido resolviendo gracias a programas de apoyo como el de Cruz Roja.

Jueves, 1 de enero 1970

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Cada mañana te enfrentas contra tu yo. Te preguntas cómo te irá el día, si serás capaz. Pero te levantas y te dices que tienes que hacerlo». Saltar de la cama y saber que hoy será como ayer –o quizás peor–, es algo a lo que se enfrentan las cuidadoras no profesionales. Cuidadoras (en femenino) como María del Carmen Martín Jiménez (69 años), porque mayoritariamente son mujeres y, en general, de mediana y avanzada edad.

María del Carmen se ocupa de su marido, de 73 años, que padece demencia por enfermedad de Párkinson desde hace cuatro. En realidad, lo ha hecho toda la vida, porque ha sido «ama de casa» y madre de tres hijos. Pero ahora ese cuidado ocupa todas las horas de una vida en la que ha tenido que renunciar a sus aficiones –como cantar en una rondalla o viajar–, e incluso a cambiarse de vivienda para facilitarle la movilidad a su marido.

Ahora está en el programa de Atención Psicológica a Cuidadores no Profesionales de Mayores Dependientes de Cruz Roja, un proyecto por el que cada año pasa medio centenar de cuidadoras no profesionales (95% mujeres) para aprender a cuidarse a sí mismas.

El día a día de María del Carmen tiene un respiro desde que su marido acude a un centro de día «particular», matiza. «Faltan plazas, faltan residencias y faltan ayudas», se queja. Esta ha sido «una batalla de las grandes», reconoce. «La primera vez que su marido fue al centro de día ella estaba a la expectativa, a ver cómo le iba. Vino contento y yo también me quedé feliz», afirma.

«La institucionalización» de las personas dependientes entre las personas cuidadoras sigue siendo «un tabú», reconoce la psicóloga de Cruz Roja Inmaculada Moya, técnica de información y capacitación de cuidadores no profesionales. «Es una variable de deseabilidad social. Uno quiere quedar bien socialmente, que no te juzguen por hacer eso. Cuando vamos a ingresar a un familiar es porque nosotros no tenemos las posibilidades de atenderlo con la calidad que necesita y al principio es un mundo. Piensan que lo tienen que cuidar en casa. Está mal visto: ‘qué mala hija o qué mala esposa soy’, se dicen», añade la experta. Pero la realidad es que es todo lo contrario, reconoce María del Carmen. «Te sientes culpable y te preguntas si harás bien o mal, pero la verdad es que no. En el centro trabajan la motivación, la socialización...».

Al principio «yo pensé que se iba a cansar, pero está contento, le ha ido muy bien», explica María del Carmen. Su marido va al centro de día de 08.00 a 13.00 horas, un tiempo en el que ella aprovecha para «hacer gestiones» o compras. Sin ese respiro «no sales tranquila sino con estrés y eso no es bueno. Tenemos que cuidarnos para poder cuidar».

Pero el «fantasma de la culpa siempre está por ahí y muchos cuidadores ante eso dicen yo lo voy a cuidar» y ahí también está «la brecha salarial», mujeres que «abandonan el trabajo para cuidar y no cotizan», añade Inmaculada Moya.

Cuidar al alguien dependiente «te cambia la vida», reconoce María del Carmen. «Antes [de la enfermedad] yo tenía mis actividades de música, mis cosas... Todo eso ha quedado ahí, aparcado. Con una persona para cuidar es imposible. Te rompe los esquemas, te lo rompe todo», señala.

El cuidado «afecta emocionalmente. Las personas cuidadoras suelen tener depresión, ansiedad,... Y a esto hay que añadir que quizás esta persona podía tener otras enfermedades antes de tomar esta responsabilidad. No tienen vacaciones».

La burocracia a la que se tienen que enfrentar es otro muro. De él se queja María del Carmen, que ve en las actividades que organizan las ONG para cuidadores un alivio. «Es una pena. No tienen ayuda material y económica para mejorarlas», lamenta. Un ejemplo más de la falta de implantación de la ley de dependencia tras más de una década.

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