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gonzalo cámara echevarría
Domingo, 12 de septiembre 2021, 00:04
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Demonizado por ganaderos y reivindicado por los movimientos ecologistas, el lobo dejará pronto de ser una especie susceptible de ser cazada. Más allá del 25 de septiembre estará prohibido asediar al animal para darle muerte. En esa fecha, el depredador ibérico pasará a formar parte a todos los efectos legales del Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial (Lespre). La decisión, producto de una orden del Ministerio de Transición Ecológica, no ha sido precisamente bienvenida por comunidades como Castilla y León, Cantabria, Galicia y Asturias, donde hasta ahora estaba permitido abatirlos de forma regulada.
Alimaña para los ganaderos y preciosa especie en peligro de extinción para las organizaciones conservacionistas, el lobo va siendo visto con cada vez con mejores ojos. De poblar las pesadillas del imaginario colectivo, el cánido se ha convertido en un tótem de la naturaleza salvaje.
Pero más allá de la mitificación que despierta este animal, cuya población en España oscila entre los 2.000 y los 2.500 ejemplares, la determinación del departamento de Teresa Ribera suscita recelos. El secretario de Ganadería de la Unión de Pequeños Agricultores (UPA), Román Santalla, considera que la orden ministerial adolece de precipitación y es defendida exclusivamente por los «ecologistas más talibanes». Santalla aduce que es la «gente del campo» la que se encarga de alimentar a los lobos y convivir con ellos. Sostiene además que debería haber un sistema más generoso de protección y ayudas para los propietarios damnificados.
Gema Rodríguez, de los ecologistas de WWF, apunta que el lobo no es tan malo ni feroz como lo pintan en los cuentos infantiles. Para los movimientos que intentan evitar su desaparición, el censo de especímenes es cuestión de controversia en la comunidad científica. «No está en un estado de conservación favorable; en la actualidad ocupa únicamente un tercio de la superficie que llegó a habitar». Rodríguez argumenta que mientras en el norte de España se pone coto al crecimiento de las manadas, «en otras comunidades como Andalucía o Extremadura ya ha desaparecido».
Pese a que las organizaciones ganaderas abominan de la idealización de los lobos, responsables de la merma de sus rebaños, los ecologistas recuerdan que el animal es sobre todo un cazador de ciervos, corzos y jabalíes. Dotado de un olfato y vista extraordinarios, y no suele atacar al hombre. WWF sostiene que la especie solo es responsable «de menos del 1% de los daños al ganado». A veces se olvida que el lobo, como otros carroñeros, a la par que los buitres, desempeña un papel sanitario al comer los despojos de animales muertos.
Sin embargo, la actividad ganadera y la protección de este cánido se antojan empeños irreconciliables. Javier Arahuetes y Fernando López son peritos en la provincia de Ávila y actúan a requerimiento de un ganadero que denuncia haber sufrido un ataque de lobos. Al sur del río Duero, se presentan en la explotación de Eduardo, que acaba de perder un ternero por lo que parecen ser las dentelladas de un lobo.
Su misión consiste en discernir si, a juzgar por los restos de pelo, las mordeduras y los posibles excrementos, la muerte obedece a una embestida lobuna o es obra de un perro salvaje. Si se trata del primer caso, la Junta de Castilla y León indemniza a los propietarios del ganado con 30 euros si la víctima es una oveja de más de siete años, o 1.200 euros si es un toro con más de 17 años de vida.
Los ganaderos afirman que estas cantidades son insuficientes y no les resarcen, pues las ayudas no cubren los gastos que acarrea el animal muerto o el beneficio obtenido por la eventual venta de una cría.
En ocasiones los ganaderos se toman la justicia por su mano y empuñan la escopeta para abatir a su secular enemigo. Es una decisión temeraria, pues al tratarse de una especie protegida, su caza puede comportar gravosas multas.
Pese al conflicto, el lobo ha perdido el estigma de criatura maldita. En la Sierra de la Culebra, en Zamora, empieza asomar la cabeza un incipiente turismo que quiere seguir los pasos de este espécimen de leyenda, aunque a veces sea negra. Mowgli adoptó a un lobo como uno de los suyos en 'El libro de la selva'. Lo mismo ha hecho el ser humano.
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