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«Las raíces cristianas se notan mucho en esta Diócesis»

«Las raíces cristianas se notan mucho en esta Diócesis»

Francisco Cases (Orihuela, 1944) cumple hoy miércoles 75 años. Le toca jubilarse pero lo que corresponde ahora, según el funcionamiento de la Iglesia, es esperar la noticia del nombramiento de su sucesor en el cargo. Con medio siglo de sacerdocio a sus espaldas, repasa en esta entrevista su experiencia en la Diócesis, las singularidades de Canarias y algunos momentos difíciles de olvidar.

Jueves, 1 de enero 1970

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— 75 años, jubilación formal y tomó posesión en la Diócesis en 2006, ¿qué se lleva en la mochila personal de la experiencia al frente de la Diócesis?

— Esta es una Diócesis muy tocada por la fe, y eso es de gran valor antela secularización, que es un fenómeno que se da en casi todos los sitios y que no es otra cosa que la decadencia de lo que se tiene: la fe cristiana. Las raíces cristianas se notan mucho en esta Diócesis. La misma experiencia de estos últimos días, con la Virgen del Pino en los municipios, responde precisamente a esto que digo.

— Cuando se habla con representantes institucionales, políticos y empresarios, siempre destacan las singularidades de Canarias por la lejanía y la insularidad. ¿Eso pesa también en la Iglesia?

— Sí, también pasa factura. Nosotros somos provincia eclesiástica de Sevilla y dependemos de allí. Pero la dependencia en realidad es muy poca y raramente participamos en las reuniones que tienen allí, porque los temas que tratan afectan a las relaciones con la sociedad andaluza, el Gobierno andaluz, la televisión andaluza... Después es verdad que hay un desconocimiento grande en la península de cosas elementales de Canarias, y lo digo como peninsular. Empezando por la geografía porque me encuentro todavía con gente que no sabe que aquí hay dos provincias; si les pregunto cómo se llaman, entonces es peor. Sin embargo, todo el mundo sabe cuáles son las dos provincias de Extremadura... ¡A mí hay gente que me sitúa en Tenerife!

— ¿Es necesario que sigan existiendo dos diócesis en Canarias? ¿No somos mayores de edad en las islas como para tener solo un obispado?

— Sería al revés. Esto fue un solo obispado con siete islas; eso hoy supondría tener una diócesis con dos millones y medio de habitantes y eso en la península solo existe en Madrid, Barcelona y poco más. Aquí la posibilidad es hacer una provincia eclesiástica canaria, pero una provincia con solo dos diócesis sería algo extraño. De hecho, en la península no hay un caso similar. Ni siquiera en Extremadura, que sería lo más parecido, porque allí tienen también la Diócesis de Plasencia, que incluye parte de Salamanca.

— ¿Cómo es la relación con la Diócesis Nivariense? ¿También hay pleito insular?

— La relación en estos momentos es de colaboración y presencia, muy buena. Éntre los obispos, entre el clero y entre la gente igualmente.

— O sea, que solo discutimos cuando se trata de determinar cuál es la patrona de Canarias...

— Los canarios de esta provincia son muy poco amigos de luchar por estas cosas... son menos dados al pleito insular. Lo que no se puede hacer es convertir unas denominaciones, unas advocaciones a la Virgen, en motivo de conflicto. Es absurdo. Pero es algo que no se da solo aquí. Siempre pongo el ejemplo de una cuñada que tengo, a la que su marido llama de una forma, su hija de otra, su hijo de otra y cuando yo voy, la llamo de una manera también diferente... cuatro nombres distintos para una misma persona no quiere decir que sean cuatro personas. Decir que la Virgen del Pino y la de la Candelaria se llevan muy bien es un disparate porque una persona no puede llevarse bien con la misma persona. Son advocaciones que nos afectan a nosotros, pero no a la Virgen.

— ¿Para cuándo un obispo canario en esta Diócesis?

— Creo que también es posible que estemos exagerando esto. Me gustaría saber cuántos obispos alicantinos ha habido en Alicante, por ejemplo. La tendencia normal es enviar obispos de toda España. La Iglesia solo suele considerar el nombramiento de obispos nativos en Cataluña y País Vasco, en gran medida por la lengua, pero nada más. Me inclino a pensar que con los obispos casi favorece el hecho de que no sean del sitio, porque eso da algo más de libertad.

— Cuando usted llegó aquí, ¿se tropezó con muchos curas que le decían, ya fuera abiertamente o por detrás: «Ya tenemos aquí otro obispo godo»?

— Antes de llegar, se publicó un folleto de varios sacerdotes pidiendo un obispo canario, lo cual se vio favorecido porque se había producido dos meses antes el nombramiento de Don Bernardo Álvarez, que es de La Palma, para la Diócesis de Tenerife. Cuando el nuncio fue a Tenerife a la ordenación de Don Bernardo, los periodistas le preguntaron por un obispo canario para aquí, y él respondió:«Estamos trabajando sobre ese tema». Una respuesta diplomática, que no suponía compromiso concreto alguno... En aquel contexto salió ese folleto y lo cierto es que no he tenido nunca, nunca, nunca ningún motivo de conflicto por ser de la península. Ni el más leve motivo de disgusto.

— ¿Qué sugerencia deja a quien lo suceda?

— Sugerencias específicas para Canarias prácticamente no existen. Hoy los fenómenos son tan comunes que los problemas de Canarias son los de Asturias o de Badajoz... Sí es verdad que aquí incide más la secularización pero socialmente estamos aquí en situación similar a Extremadura o Andalucía. Eso sí, debe ser un obispo que no tenga miedo al avión [sonrisas]. Yo he trabajado mucho en hacerme presente en las parroquias con asiduidad, que la gente me viera. Es algo que he cuidado en parroquias grandes y otras más pequeñas, de pagos, aldeítas... Es lo único que le diría a quien venga: hazte presente.

— Hemos vivido unos días singulares con la Virgen del Pino recorriendo los municipios afectados por los incendios. En realidad, ¿qué necesidad había de esto en pleno siglo XXI? ¿No es un poco medieval?

— Ayer [por el domingo] me preguntaban algo similar a esto. La gente que acompañaba a la Virgen del Pino no es la que llena las iglesias. Está esa gente, que es la comunidad básica cristiana, que está, digamos, fidelizada, pero esa sola no estaba estos días con la Virgen, porque había muchísima más gente. En esa muchísima más gente hay creyentes que se han distanciado de la Iglesia, y hay gente que no es creyente pero sin embargo tienen algo en las raíces que les llama a estar. No podemos darnos por satisfechos solo con ver tanta gente alrededor de la Virgen esos días, sino que tenemos que trabajar para recuperar a esa gente que se ha distanciado.

— Pero en esos pueblos donde ha habido una multitud madrugando para ver la llegada de la patrona o acudiendo a las misas con la Virgen del Pino presente, seguro que si vamos el próximo domingo, las iglesias no estarán llenas. ¿Quién falla ahí: el cura, la Iglesia en general o hay que asumir que es el signo de los tiempos?

— La Iglesia en general falla, pero también hay que tener presente que la cultura se distancia en general de sus raíces cristianas. Un no saber hacerlo del todo bien influye en esto. Ya decía el Concilio que la Iglesia tiene parte de responsabilidad en el ateísmo. Ahora pasamos de un país que tenía unas raíces cristianas profundas a lo contrario, mientras que en África y Asia está sucediendo al revés. Y no solo en comunidades primitivas, sino en países modernos como Corea del Sur, donde hay un boom de las comunidades cristianas y de vocaciones. Se nos olvida, por ejemplo, que Europa nació como proyecto cristiano y que los creadores de la Unión Europea tenían un pensamiento cristiano; sin embargo, Europa se ha negado a reconocerlo en su constitución y se ha distanciado.

— El pasado año usted cumplió 50 años de sacerdote. Se ordenó en vísperas de mayo del 68. ¿Qué queda de aquel joven que dio aquel paso en un momento tan crucial?

— Me ordené en abril del 68 y en cierta medida he vivido la revolución eclesiástica. Mi primer trabajo en la Iglesia, por decirlo así, fue de secretario del obispo de Alicante durante ocho años. En la Iglesia también había una contestación interna importante y hubo muchas secularizaciones de sacerdotes y religiosos; fue una verdadera sacudida del árbol de la Iglesia. Viví eso con 23, 24, 25 años, y lo hice sirviendo a un obispo que era el blanco de muchas críticas y yo estaba en medio. Fue un momento clave porque veía a mis compañeros sacerdotes contestatarios, pero también veía a un obispo que vivía un gran amor a la Iglesia y sentía el gran miedo de que todo saltase patas arriba. Eso me marcó para aprender a distinguir en cualquier conflicto las cosas importantes y las que son más síntomas que raíces. Por poner un ejemplo, es como si confundimos la tos con la enfermedad. Si combatimos el síntoma pero no la enfermedad, nos equivocamos. A veces doy la imagen de una persona muy conservadora, porque trato de mantener la fidelidad a las raíces, pero para otros doy la imagen de alguien que sabe acercarse a todo el mundo... Cuando tengo un distanciamiento con una persona, siempre trato de acercarme.

— A usted mucha gente lo descubre con aquella ya famosa homilía en el funeral por las víctimas del vuelo de Spanair. ¿Fue uno de los momentos más complicados de su obispado?

— Complicado en realidad no. En aquel momento, emotiva y sentimentalmente me afectó porque había 154 víctimas. Yo estaba en aquel momento en Alicante, -de hecho también me cogió fuera de Gran Canaria la muerte de don Ramón Echarren y este verano los incendios-, y en los tres reaccioné como cuando se te clava una espina y tienes que actuar al instante. Sí recuerdo con lo de Spanair que cogí un coche y me presenté en Madrid, en las naves de Ifema, donde se recogían los cadáveres, y no salí de allí en dos días... [hace una pausa al emocionarse]. Simplemente estaba allí, circulando entre las familias y recuerdo que una de las personas me dijo: «Viene usted en mal momento». Eran en la forma unas palabras suaves, pero duras en el fondo por el problema que suponían. Todo eso lo volqué como problema humano, tratando de darle luz a través de la fe cristiana, en aquella homilía del 20 de agosto de 2008.

— ¿Cómo consigue un sacerdote enfrentarse ante la muerte de terceras personas y que eso no le marque o no sea un lastre psicológico que se lleva a casa? ¿Consigue un sacerdote inmunizarse ante la muerte?

— No. Es una cosa que siempre me ha afectado mucho... Unamuno dice que la persona humana llega a la madurez cuando se enfrenta con la muerte, no con la propia, sino con la muerte como problema. La muerte está ahí y me genera problemas, en algunos casos graves problemas. Como ser humano, comparto esos problemas. Hay muertes que son, digamos, ley de vida, porque todos podemos entender que alguien no llora igual ante la muerte de un padre de 90 años que ante una hija de 15. Esa chica de quince es la que nos afecta... Eso lo he vivido. A mí hay una muerte que me creó problema, que fue la de la novia de mi hermano. En mi casa somos todos varones y la novia del hermano mayor era para la familia como la hermana que no teníamos. Yo estaba en el seminario y unos meses antes de celebrar la boda, en un accidente ella muere: esa muerte me dio en la diana y me llevó a cuestionar muchas cosas. Esa es la muerte que tiene uno que digerir. Esa digestión del problema es la que he utilizado en casos como el de Spanair, porque la muerte de 154 personas eran para mí como la de una persona.

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