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«La infidelidad no es un problema de pareja»

«La infidelidad no es un problema de pareja»

La doctora en Psicología Clínica e Investigación desmonta algunos mitos y realiza una primera aproximación científica en su publiación Retratos ocultos. Psicología de la infidelidad.

Jueves, 1 de enero 1970

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— ¿A qué podemos llamar infidelidad cuando actualmente los límites de la intimidad están tan difusos y las relaciones de pareja ya no responden a un modelo estándar?

— La infidelidad la definimos como una traición a un acuerdo. En general, toda aquella intimidad, con sexo o no, con implicación emocional o no, que sea oculta o negada. En el momento en que no lo cuentas a la otra persona, se genera una especie de secreto que se sabe está mal.

—¿Cómo encaja dentro de nuestra definición del amor?

—Nuestra sociedad se basa en el concepto de amor romántico, que se vende y se compra como un estado civil ideal, implica la exclusividad sexual y supuestamente viene a acabar con el sentimiento de soledad. El problema es que la cultura patriarcal parece ser contraria a la monogamia, y por ello la infidelidad ha existido desde siempre. Sin embargo, hoy en día parece que se ha banalizado o normalizado. Hoy en día hay una cierta inconsciencia en las relaciones, y es necesario tomárnoslo más en serio.

— ¿Existen diferencias de género?

— La infidelidad ha sido siempre el reflejo de una relación desigual entre hombre y mujer. La mujer tenía un contrato de fidelidad, hogar y progenitura y el hombre podía estar un poco más fuera. Con el declive del patriarcado, la infidelidad femenina bien ha aumentado o, al menos, se ve más. La proporción ahora es de un 30% a un 70%. Este aumento, sin embargo, no implica necesariamente una paridad, sino que deja al descubierto una masculinización del amor, la interiorización de valores como la cosificación del otro. Independientemente del sexo, es una relación de desigualdad.

— En este contexto, ¿funcionan las terapias de pareja?

— Este es un problema de la persona infiel, no de la pareja. En la infidelidad masculina no hay necesariamente un malestar conyugal –cosa que en la femenina es más frecuente–, de modo que lo que se ven en realidad son problemas individuales (psicológicos, de habilidades sociales, comunicacionales, crisis de todo tipo). Lo que pasa es que muchas veces se justifica en el discurso de que la pareja no va bien para no sentirse culpable, minimizar las consecuencias del acto y, de alguna manera, ser socialmente aceptado. Queda mal decir que has sido infiel simplemente, genera rechazo, pero si dices «es que teníamos problemas...».

— Entonces, ¿es justificable?

— Hoy en día, nadie te obliga a permanecer en una relación; un acto infiel se comete de manera consciente. Lo que yo deduzco, si hablamos de perfiles normópatas y no de personas con algún tipo de trastorno, es que se quiere todo: la seguridad de lo de siempre y la novedad de lo de ahora. Tiene que ver con una actitud narcisista de priorizar ‘mi’ placer, ‘mis’ necesidades, sin pararse a pensar en las consecuencias. El ser humano tiene que aprender a renunciar, no podemos tenerlo todo.

— ¿Cuáles son esas consecuencias?

— Resultan impactantes los cuadros que se pueden dar en las familias. En el caso de la víctima, hablamos de flashbacks que les invaden de su pareja con otra, depresión, ansiedad, baja autoestima, autoagresión e incluso promiscuidad o el convertirse en amante como venganza. Algunas desarrollan un estrés postraumático con secuelas que duran años. De la parte cómplice, inseguridad o rabia al verse en medio de una situación en la que, por un lado, está esperando que se deje a la pareja, por otro, se ve incapaz de construir una relación seria con ella u otra. Y después está la progenitura, que puede adquirir una visión negativa del género, elegir a su pareja en función de lo que ha sucedido con sus padres o pueden sufrir síndrome de alienación parental...Marca muchísimo.

— En muchos casos, la infidelidad implica la ruptura de la pareja y, por tanto, el abandono del hogar.

— Efectivamente. Volvemos a esa desigualdad. Supone un cambio muy grande que puede manifestarse económicamente y, sobre todo, en la ausencia de esa figura. Es curioso cómo en la adolescencia y la edad adulta esas secuelas son mayores que en la edad infantil.

— ¿Qué pretende conseguir con la publicación de su libro?

— Después de escribir un par de artículos, me di cuenta de que, a pesar de ser un tema tan acuciante, no hay un protocolo de intervención para los profesionales, y entonces actúan por intuición, con sus prejuicios y su ideología. En el libro trato de comprender el fenómeno desde dentro para establecer una primera aproximación más específica y desmitificar algunos conceptos. Si no se actúa adecuadamente se corre el riesgo de culpabilizar a la víctima, responsabilizarla de la reparación del daño o, en general, enquistar a la pareja en un bucle sin solución.

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