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Manuel Santolaya ajusta el mecanismo de unos de los relojes del Palacio Real. VIRGINIA CARRASCO
Horas extras para el relojero del rey

Horas extras para el relojero del rey

Manuel Santolaya se encarga de adelantar los más de 720 artefactos de Patrimonio Nacional para adecuarlos al horario de verano

Antonio Paniagua

Madrid

Sábado, 26 de marzo 2022, 09:20

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De sus manos dependen los 721 relojes de los palacios, conventos y monasterios que pertenecen a Patrimonio Nacional. Manuel Santolaya, encargado del taller de relojes del Palacio Real, será la última vez que cambie la hora a las piezas que integran la colección. Su jubilación en mayo le eximirá de velar por estos objetos suntuosos, adorados por reyes y anticuarios. Sin embargo, aún le queda una tarea pendiente: adelantará una hora las manecillas durante la noche que va del sábado al domingo, de modo a las dos en punta serán las tres en la península.

Será una operación relativamente sencilla, salvo por lo tedioso que resulta poner en hora los 230 relojes que se custodian solo en el Palacio Real. En invierno, la maniobra es aún más laboriosa, porque al retrasar los relojes que tienen calendarios y fases lunares, las manecillas tienen que recorrer toda la esfera hacia adelante, es decir, 24 horas. «Si tienen cuartos, calendarios o fases lunares, te estás 20 minutos con cada uno». En cualquier caso, Santolaya y un ayudante cambiarán primero los relojes del museo del Palacio Real «para que cuando lleguen los turistas los encuentren en hora», precisa.

 

«Cada reloj es distinto porque está hecho por un artesano diferente»

manuel santolaya. relojero real

 

Las sístoles y diástoles de Manuel Santolaya están sincronizadas con el tictac de los relojes de los salones reales. Los hay astronómicos, de sobremesa, de pared, con caja de música de órgano, de cerámica, con autómatas… De vocación temprana, a corta edad ya se dedicaba en la relojería familiar a montar y desmontar engranajes como si fueran rompecabezas. A bases de paciencia y tesón, Santolaya ha afinado los entresijos de cientos de relojes, entre los que figuran los de los palacios de la Zarzuela y la Moncloa, los de los monasterios de las Descalzas Reales y la Encarnación, en Madrid; de las Huelgas (Burgos), los relojes de la torre de plaza de la Armería del Palacio Real y los emplazados en los aposentos de El Escorial, Aranjuez y la Granja (Segovia). Eso sin contar los que están cedidos a ministerios y organismos oficiales. «Algunos relojes de la colección son realmente complicados, pero estamos preparados para lo que venga».

Antes de cumplir los siete años ya era diestro en fundir plomo para las pesas y vigilar el manejo de la fresadora y el torno. «Me crie en el taller de mi padre, que también era relojero, yo pertenezco a la quinta generación». Su fascinación por que coronas, pivotes y muelles encajen como una corografía perfecta le obsesionó tanto que al principio relegó los estudios a un segundo plano. «De hecho hice el bachillerato nocturno porque me gustaba pasar mucho tiempo en el taller», dice el relojero, que ha consagrado 40 años al mantenimiento de la colección.

«Historia de España»

En 1982 aprobó la oposición de la Sección de Restauración y Conservación de Relojes y Autómatas y desde entonces ha vivido «la historia de España en directo». Y es que su trabajo no se ciñe solo al taller. Tiene el oído tan acostumbrado al ruido de la maquinaria que mientras pasea por los salones de palacio localiza por el sonido el que sufre una avería en sus tripas. «Cada reloj es distinto porque está hecho por un artesano diferente», aduce Santolaya, quien echa en falta una escuela para aprender los saberes sobre la conservación de los relojes de época.

No es un hombre que denigre los 'smartwatches' o relojes inteligentes. «Son interesantes, aportan información valiosa, pero es otro tipo de relojería». Nada que ver con el quehacer de un artesano cuyos afanes se centran en piezas que son a la vez objetos de arte y maquinarias precisas.

Imágenes de Manuel Santolaya. Virginia Carrasco
Imagen principal - Imágenes de Manuel Santolaya.
Imagen secundaria 1 - Imágenes de Manuel Santolaya.
Imagen secundaria 2 - Imágenes de Manuel Santolaya.

En su caso se hace realidad el refrán que reza «en casa del herrero, cuchillo de palo». Y eso que, aparte de su oficio en palacio, dirige el negocio de Relojerías Santolaya. El restaurador no coleccionista, aunque sí le gusta hacer acopio de los relojes de pulsera de los años cincuenta: los Certina, Omega, Swatch. «Cuando me canso de uno me pongo otro», dice.

Las máquinas que suscitan más admiración entre el público pertenecen al siglo XVIII, cuando el coleccionismo real alcanzó su edad de oro con Carlos IV, conocido por algunos como el rey relojero, dada su afición a los artefactos cronometradores y a los autómatas.

Clientes linajudos

El artesano pertenece a una estirpe de relojeros oriunda de La Rioja. Su abuelo trasladó el taller de tierras riojanas a Almazán (Soria). Luego, cuando su padre llegó a Madrid para hacer el servicio militar, se afincó en la capital en 1954. Al margen de las ocupaciones de palacio, Santolaya ofrece sus servicios a clientes particulares, entre ellos la Fundación Casa de Alba y otras familias linajudas, de las que el artesano guarda celosamente el anonimato. «No vamos a nombrarlos sin su consentimiento».

¿Cuál es el secreto del buen relojero? Manos hábiles para manejar pinzas, un cerebro con la suficiente materia gris para aprehender los mecanismos de una pieza –hechas a veces por matemáticos y astrónomos- y buen oído para nivelar. «Y sobre todo paciencia».

El Candil es una de las piezas a la que prodiga más cuidados. Es el más antiguo y data de 1583, de los tiempos de Felipe II, gran aficionado a este tipo de artilugios. Se trata de un reloj nocturno, visible en la oscuridad, dado que el monarca acudía de noche a las oraciones con la comunidad religiosa que vivía en el monasterio de El Escorial.

Uno de los preferidos por Santolaya es el Atlas, en el que un gigante sostiene el globo celeste. Sin embargo, el de las Cuatro Fachadas es el que más quebraderos de cabeza le ocasiona. Encargado por Felipe V, quien gustaba de la perfección inglesa, es una pieza de planta cuadrada, con una columna en cada esquina. Se salvó milagrosamente del incendio del Alcázar de Madrid en la Nochebuena de 1734.

Muy reputados son los relojes ingleses por sus excelentes maquinarias, pero los franceses les superaron cuando redujeron su tamaño, de modo que sus manufacturas fueron más baratas, sencillas y vistosas.

Por ahora se ignora quién le sucederá en el puesto. Su campo es muy especializado y es probable que se tenga que convocar una plaza para cubrir el hueco dejado por Santolaya.

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