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Todavía se desconoce la causa última del desplome de la palmera que acabó matando al niño de Ingenio, pero todos los expertos consultados por este periódico coinciden en que el viento solo aceleró un proceso que se iba a producir antes o después. El cogollo de la planta se vino abajo posiblemente por el efecto de la Thielaviopsis paradoxa, un hongo que provoca lo que en términos no científicos se conoce como la podredumbre negra del corazón.
Se trata de una infección que acaba por necrosar el interior de la palmera hasta que el estípite ya no soporta más el peso del cogollo, que acaba cediendo por el efecto de la gravedad o, en este caso, empujado por el viento.
El hongo puede acceder al interior de la planta por las heridas que causan pájaros, ratas o insectos, pero lo más habitual es que este tipo de infecciones estén generadas por el daño que se inflige a las palmeras cuando son podadas.
La Thielaviopsis paradoxa no es la única fisiopatía que afecta al estado de las palmeras de Canarias. De acuerdo a los datos que maneja la Consejería de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentación del Gobierno de Canarias, las palmas del Archipiélago están sometidas a los embates de hasta siete enfermedades y quince plagas, con mayor o menor incidencia en los palmerales.
De este número, en principio se debe restar al picudo rojo (Rhynchophorus ferrugineus) puesto que se da por erradicado como consecuencia de que no se ha detectado la presencia de este escarabajo desde el año 2016. Su paso por Canarias, tras diez años de actividad, no es sin embargo desdeñable: más de 660 plantas eliminadas y otras 200.00 tratadas.
Más silenciosos, pero no menos letales, siguen actuando las otras grandes amenazas a las que se enfrentan las palmeras: la Thielaviopsis paradoxa ya citada, el llamado picudín o picudo de las cuatro manchas del cocotero (Diocalandra frumenti) y el hongo Fusarium oxysporum sp. canariensis.
Todos denotan, en opinión del portavoz de la asociación Tajalague, Eduardo Franquiz, una mala gestión de los palmerales por parte de las autoridades que tienen responsabilidades en su conservación.
«El modelo actual se basa en la atención a la especie con herramientas y prácticas culturales que dañan a la planta», aseguró este experto, «vamos hacia un modelo de Canarias sin palmeras».
Como ejemplo de ello, cita las alrededor de 3.000 plantas que ha perdido Las Palmas de Gran Canaria o las 15.000 de San Bartolomé de Tirajana en los últimos años, según sus propios cálculos.
En su opinión, habría que apostar por una manipulación más acorde con los usos tradicionales, menos propensos a las podas y que eviten el uso de espolones que generan heridas justo donde acaban pudriéndose las palmeras. También habría que cambiar el sistema de riego y evitar los pequeños alcorques, dotando de más espacio a las raíces de las palmeras.
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