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Un paraíso para superar el confinamiento

Un paraíso para superar el confinamiento

Acostumbrados sus vecinos al enorme ajetreo de turistas que van y vienen de La Graciosa, durante todo el año, con el estado de alarma, la calma y la quietud se han adueñado del lugar

Jueves, 1 de enero 1970

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En Lanzarote, el núcleo norteño de Órzola ofrece estos días una imagen auténticamente fantasmal. Recuerda a los pueblos de veraneo de la costa peninsular donde al concluir la temporada estival la tierra pareciera haberse tragado a la gente, las sillas de las terrazas se apilan, los restaurantes cierran sus puertas y la vida se acaba. Aquí en Órzola pasa lo mismo y para los que conocen este pequeño enclave costero en el día a día, la imagen resulta absolutamente irreconocible. Lo que es pasar de ver riadas de turistas, guagua va guagua viene, aparcamientos abarrotados de coches, barcos repletos de visitantes que van y vienen con destino a La Graciosa, terrazas de restaurantes repletas de gente, todo parece haber mutado a un silencio absoluto y a un vacío existencial que resulta hasta impactante.

Ya solamente la carretera del norte en dirección a ese pequeño núcleo pesquero, su paso por Los Jameos del Agua y La Cueva de Los Verdes sorprende, por su silencio, ni un solo vehículo, ni una sola guagua, apenas la oscuridad del malpaís que sobrecoge. Al llegar al pueblo, todo está clausurado, de los dos supermercados que hay en la localidad solamente uno permanece abierto, es el único negocio que no ha cerrado sus puertas. La chica que lo atiende está sola, apila unas cajas de cartón y amablemente responde a nuestras preguntas, confirmando la soledad que sufre el pueblo desde hace ya más de veinte días. Explica que «todo está tranquilo, se respira quietud y la diferencia es abismal si se compara con el ajetreo de cualquier día normal del año», añadiendo que «el número de clientes no es que se haya reducido, sino que apenas se cuenta con los dedos de las dos manos a lo largo de la jornada, y eso», explica, «también da cierta tranquilidad, porque sin duda reduce en gran medida el riesgo de contagio».

En el muelle la vida también se ha detenido. El auténtico centro neurálgico del pueblo, donde los barcos de línea entre Lanzarote y La Graciosa en una jornada normal operan cada media hora; ahora, sin embargo se reducen a dos barcos al día, uno de mañana y otro de tarde y el pasaje se acota a veces incluso a un único pasajero. En la ensenada, apenas se observa a la tripulación del barco de Líneas Romero, con presencia de agentes de la Guardia Civil controlando a los viajeros, junto a unos operarios municipales que a diario desinfectan el muelle. Y ya.

Sin embargo, la situación de confinamiento aquí se vive de otro modo. Órzola para empezar es un paraíso de quietud junto al mar, con el paredón del risco de Famara de telón de fondo, y ofrece una paz y un sosiego que en pocos lugares se respira. Así lo ven los propios vecinos que aprovechan el encierro para cuidar sus cultivos. Aquí, quien más quien menos cuenta con alguna parcelita y con la actual situación, las horas del día dan juego de sobra para mimar y cuidar los huertos.

«El tiempo además está acompañando, el sol brilla y da gusto salir a los patios, azoteas y terrazas a gozar de la luz y del calor otra de las ventajas de pasar el confinamiento en un lugar como este», explica Miguel Árráez, propietario de uno de los supermercados del pueblo, que ha optado por cerrarlo después de más de treinta años continuados de trabajo, para preservar a su madre del riesgo de contraer el coronavirus.

Los camiones de reparto también acuden a surtir con los pedidos que hacen los vecinos a domicilio, huevos frescos, leche, pan, verduras y quesos. Lo cierto es que aquí, a 40 kilómetros casi de Arrecife, no falta de nada. La reducción del ajetreo habitual de barcos en el puerto también se nota en las aguas tranquilas y transparentes. Hace días incluso desde las terrazas de las casas se pudo ver el fondo, con abundante fauna. En sitios como éste los días de encierro también se hacen pesados, pero no tienen nada que ver con el enclaustramiento en un piso de ciudad.

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