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La cabaña caprina remontará del brote de mortalidad con la vacuna

La cabaña caprina remontará del brote de mortalidad con la vacuna

Tras tres años de incidencia, el sector se recupera, aunque pone sobre la mesa otros aspectos de diverso tipo, como alimentación o estabulación, que pueden estar repercutiendo en la actividad

Lourdes Bermejo

Jueves, 1 de enero 1970

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La cabaña caprina insular, que asciende a unas 20.000 cabezas, está remontando del incremento de mortalidad sufrido en las últimas temporadas por una patología detectada entre los animales. El Gobierno de Canarias publicó recientemente el decreto 51/2018, de 23 de abril, por el que se permite ya la vacunación para estos casos, según fuentes del sector. El decreto confirma en su argumentación las «cuantiosas pérdidas» que se han ocasionado, «derivadas de la reducción de la productividad del ganado afectado y de las bajas contabilizadas, sobre todo en las primeras etapas productivas de los animales».

Desde el sector no se han facilitado datos sobre las pérdidas de animales en Lanzarote, aunque el porcentaje oscila entre el 5% y el 15%, dependiendo de las explotaciones que se vieron afectadas. Se considera una mortalidad estandar la que no supera el 10% de la cabaña, sumando muerte natural, sacrificios y patologías, según los profesionales.

Sin embargo, y pese a este problema, ya en vías de solución, el sector ganadero, principalmente el caprino, el más representativo de la isla, se ve afectado por otros aspectos, de muy diversa índole, que pueden estar incidiendo en el desarrollo de esta actividad tradicional, entre ellos, la alimentación, como señalan algunos profesionales. La dieta de las cabras ha de contener aporte de fibra, un aspecto clave en la formulación alimentaria de los rumiantes. La fibra, procedente normalmente de los forrajes como la cebaba, el trigo o la alfalfa y de concentrados (salvados y otros), promueve la motilidad del aparato digestivo y estimula la rumia.

Sin embargo, otros factores pueden también haber contribuido a la situación vivida en la ganadería insular en los últimos años. Por un lado, la tendencia a la estabulación de los rebaños (mantenerlos en recintos cerrados, renunciando al pastoreo), que interfiere en el manejo (cubrir las necesidades naturales y fisiológicas), con lo que, además del sedentarismo, se priva al animal de ingerir aulagas u otro tipo de vegetación fibrosa, aunque sea escasa en la isla.

Por otra parte, está la sequedad del terreno isleño, que carece de prados de pasto. A ello se suma la situación económica del sector ganadero, con las partidas del REA agotadas desde abril, lo que encarece la compra de alimento, sobre todo de fibra, ya que suben los precios de la paja o la alfalfa que debe asumir el ganadero. Así, los piensos más económicos son concentrados, más adecuados para animales monogástricos, lo que impide la segunda digestión de los rumiantes y son absorbidos directamente, ocasionando problemas metabólicos, por la mayor absorción de grasas, pudiendo generar patologías.

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