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Un matamoscas, un simple matamoscas, es un artilugio evolucionado. Sus abuelos, o sus bisabuelos, todo depende de la edad, se las aviaban con una especie de fuelle que podía ser de cobre y que tenían que cargar con petróleo y otro producto químico. Hoy, seguro, estaría prohibido, por contaminante, pero en la exposición que pronto abrirá Antonio Santana en una nave del Parque Empresarial Melenara es toda una curiosa pieza de museo.
En apenas 200 metros cuadrados de una sala cedida por el empresario José Dávila, este coleccionista teldense de antigüedades ha logrado reunir parte de los 5.000 objetos que conserva para ofrecer un entretenido y muy instructivo paseo por la forma en que vivían los canarios en el siglo XX, aunque buena parte de ellos se corresponden más con la primera mitad de la centuria. Hay relojes, hasta 97, de pared, de mano y de bolsillo, herramientas de forja y carpintería, objetos de cocina, aperos de labranza, artilugios de iluminación, cuadros, discos, máquinas de escribir, bicicletas, botellas de alcohol, móviles antediluvianos, máquinas de coser, cuchillos canarios, numismática, cámaras de foto y de vídeo, instrumentos de medicina y hasta una rareza, lo que parece un ordenador deconstruido, un PC despiezado, convertido en un cuadro y que, por cierto, funciona.
Santana, más conocido en Telde como El Virula, ha ordenado este paseo por la vida cotidiana de antes por medio de rincones. Están el rincón dorado, el del galeno, el de Náutica, el despacho... No se deja casi nada, aunque enseguida hace dos aclaraciones, primero, que atesora objetos como para llenar otra nave, y, segundo, que lo que abrirá en Las Rubiesas es una exposición, porque su verdadero museo de antigüedades sigue esperando una respuesta de las instituciones en la Gerencia de Jinámar. No sabe cómo agradecer la colaboración y la generosidad de Dávila, pero confiesa que lo ideal es llevar su colección a una casona antigua de San Juan o San Francisco, «con todas las que hay vacías», para que turistas y teldenses tengan otro atractivo en el casco.
Por lo pronto, tanto Dávila como Santana coinciden en que esta exposición de Las Rubiesas es un recurso didáctico e histórico de primer orden para los escolares de la isla. Aquí podrán conocer en poco espacio cómo se las ingeniaban sus ancestros para hacer cosas que ellos hoy resuelven a golpe de clic. Un amigo de Antonio, Juan Rodríguez, al que pide expresamente que se mencione, le ha ayudado durante 9 meses al montaje de esta cuidada muestra. «Hemos restaurado pieza a pieza, y las hemos numerado e identificado», apunta Antonio.
Entre los objetos, aparte de los que tienen que ver con la vida cotidiana, los hay de valor histórico, como la ropa que vistió el mítico Faro de Maspalomas en 1943 cuando se coronó campeón de Canarias de lucha. O dos pares de guantes de boxeo de otra leyenda teldense, Miguel Calderín, Kimbo. O la bicicleta de Tito el Carrerista, que ganó competiciones en las islas en los años 50 y 60 del siglo XX. Y luego también hay objetos que tienen más que ver con la intrahistoria local, o si se quiere, con la memoria sentimental del Telde que fue, como una antiquísima cocina y una fregona que pertenecieron al conde de la Vega Grande, o la mecedora de doña Rosa, la maestra que enseñó a leer y a escribir a tantos teldenses.
Es tal la cantidad de objetos expuestos que al propio Antonio le cuesta a veces recordar cómo llegaron a sus manos. Lo cierto es que son el resultado de una vida dedicada al coleccionismo, que empezó reuniendo cajas de fósforo o chapas de botella cuando era apenas un crío, y que ahora, tantos años después, hacen posible viajar en el tiempo y, de alguna manera, tributar un homenaje a todos los que las hicieron parte de su día a día.
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