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Ingrid Ortiz Viera y / Telde
Jueves, 1 de enero 1970
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Mira hacia arriba cuando recuerda cómo empezó a interesarse por este procedimiento. No fue un buen momento para su familia. Al hermano mayor de Ricardo Coronado le habían detectado con poco más de 20 años una artritis tan agresiva que los médicos no consiguieron darle alternativas de mejora. «Yo llevaba bastantes años ejerciendo como osteópata y quiromasajista y me entró mucha frustración al ver que ni ellos ni yo podíamos ayudarle», explica. «Entonces un amigo me habló de esta terapia, fui a estudiarla a Pamplona hace unos años y pudimos frenar la progresión de la enfermedad».
No es el único caso que le toca de cerca, a su madre también consiguió aliviarle los síntomas de su fibromialgia, y a partir de entonces, en una pequeña consulta en su casa en La Garita, afirma que ha visto los múltiples efectos positivos que tiene. «Partamos de la base de que no cura el cáncer, ni es la solución a todos los problemas», aclara Coronado, «pero sí puede ayudar a reducir la dependencia de antiinflamatorios que necesita una persona o impedir la expresión de un síntoma, por ejemplo».
¿Pero en qué consiste exactamente? La apiterapia es la aplicación en el organismo de la apitoxina –o el veneno de la abeja–, con la ventaja de no presentar las contraindicaciones de la medicina química ni los temidos efectos colaterales. Sin embargo, Coronado se cuida de remarcar que no todos pueden beneficiarse del tratamiento, como es en el caso de hipersensibilidad, diabetes o enfermedades infecciosas agudas, entre otras, por lo que es imprescindible realizarse una serie de pruebas previas.
«No recomiendo abandonar un tratamiento médico a cambio de esto. Yo aconsejo consultar al doctor e ir de la mano en la progresión de la terapia. No estoy para nada en contra de la medicina moderna, sólo intento ayudar a llegar a sitios donde aún no alcanza», admite. «Tampoco se trata de un equivalente de la acupuntura con abejas, para empezar porque se desencadena una reacción química en tu cuerpo. Al principio se aplica una dosis a la semana –lo que llamamos el mes de carga– y a partir de ahí se desciende, dependiendo de la dolencia», explica el apiterapeuta, reconociendo que entiende que muchos sean reacios a la práctica por desconocimiento.
Por si alguien se lo pregunta: sí, la picadura duele «pero con el hielo, mucho menos que si lo hiciera una abeja en el campo».
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