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Cierre de etapa tras más de cuatro décadas de fidelidad al Samoa

Cierre de etapa tras más de cuatro décadas de fidelidad al Samoa

Antonio García Merino dice que «la vida tiene etapas» y como un paso a la siguiente afronta su próxima jubilación tras trabajar 43 años como camarero del que considera un «restaurante emblemático» de la ciudad.

Jueves, 1 de enero 1970

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rebeca díaz / las palmas de gran canaria

El próximo viernes 31 de enero Antonio García Merino se despedirá del Samoa, el restaurante de su vida. No en vano son 43 los años que lleva trabajando en él como camarero para una clientela fiel que ha ido creciendo y madurando ante sus ojos y a la que en muchos de los casos considera amiga.

Este isletero de nacimiento se estableció Escaleritas por «asuntos políticos graves, porque me casé», dice entre risas al referirse a su enlace con Susi -la que ha sido su compañera de vida y madre de sus tres hijos y a la que conoció cuando trabaja en la cafetería de la clínica del Pino- y afirma que su profesión le ha restado muchos momentos con su familia porque la hostelería es una profesión muy sacrificada. «El gremio de la hostelería es un poquito duro», confiesa.

Sin embargo, señala que siempre ha visto su trabajo con alegría porque desde su punto de vista «si te lo montas bien, estás a gusto y disfrutas de tu trabajo, es parte de tu vida, es tu vida», y «yo he disfrutado de la profesión, he conocido muchas gente, muy buena gente», añade.

Además, cree que esa es la actitud a tener cuando se trabaja de cara al publico aunque explica que como cualquier otro ser humano también tiene días malos. «Hay veces que uno no tiene un buen día y los clientes que me conocen, en cuanto me ven, me lo notan», apunta dando a entender la complicidad que mantiene con muchos de los habituales de un restaurante al que define como «emblemático» de Las Palmas de Gran Canaria.

Y es que este establecimiento, que se fundó en 1957, fue su primer destino tras licenciarse en el cuartel, y desde el 1 de abril del 1977 que se incorporó a su plantilla ha sido su medio de vida. «Cadena perpetua», bromea al referirse a los muchos años que lleva vinculado al Samoa.

Comenta que en estos años «he disfrutado, como se dice vulgarmente, despachando a familias», y es que ve el Samoa como un espacio de encuentro. «El recuerdo más importante que me llevo de mi paso por el Samoa es el de las familias que se reúnen y se siguen reuniendo y esos niños que hoy son hombres y mujeres», expone.

Así, relata que por el comedor del Samoa ha visto pasar hasta tres generaciones ya que los que antes acudían con sus padres ahora lo hacen con sus hijos. «Tengo niños que me he reído con ellos y que ahora son mis médicos, son los que me miran la cafetera, los riñones, el ácido úrico y el colesterol», expresa con orgullo.

El trabajo de camarero, confiesa, no es sencillo porque son «ocho, diez, doce horas» atendiendo a la clientela. Pero no le ha supuesto un problema pues «yo no vengo a trabajar, vengo a vacilar», dice en alusión al buen ambiente que reina en el negocio y a la alegría con la que desempeña su profesión.

Asimismo indica que «siempre vengo con alegría porque pienso que para estar tantos años en un trabajo tienes que estar muy a gusto, estar muy alegre y contento, porque si no es insoportable», ya que «trabajar directamente con el cliente es muy duro».

En estos años ha vivido momentos felices y otros no tanto que le cuesta rememorar. Como el bache por el que pasó el negocio «entre 2015 y 2016» y del que salió airoso «porque con el Samoa no se puede», o el disgusto que se llevó esta semana con la desaparición de un cliente de siempre que se había convertido en amigo. «Un día triste para mí», dice sin evitar emocionarse.

Pero si hay una época que recuerda con especial cariño son los años 80 «porque yo entonces tenía treinta y pico años», dice con mucha sorna. Una época de la que se le vienen a la cabeza sus «viajitos al Cotillo en plan camping porque a mí los hoteles me gustan poco, con casetas y barbacoas» y las jornadas de pesca con sus cuñados. Aunque aclara con humor que «a mí la pesca me gusta verla, pero no sé empatar un anzuelo».

Destaca que el Samoa es un restaurante que caracteriza por ofrecer una cocina tradicional del gusto de grandes y pequeños y que se recoge en una carta que él mismo ha escrito de su puño y letra «con la letra de la época del general Franco».

Añade que siempre aconseja a la clientela y que en la mayoría de las ocasiones atienden sus recomendaciones, algo que no es complicado porque la calidad de la oferta es su gran aliada. «El Samoa ha trabajado siempre una línea de cocina casera, pues preparamos desde un rancho canario a un solomillo a la pimienta o una brocheta antillana» para una «clientela muy fiel y tradicional», cuenta.

Cuando se le pregunta qué hará el 1 de febrero, su primer día como jubilado, bromea asegurando que «vestirme de Mickey Mouse», pues no descarta «hacer alguna fiestilla».

En cualquier caso no parece que afronte este cambio que se avecina con tristeza pues lo ve como una fase mas de la vida. «Pienso que la vida tiene etapas: la etapa en que no piensas, la etapa en la que piensas, y tiene la etapa de la grandes responsabilidades, de la familia, los nietos». Ahora «hay que buscar la forma para seguir siendo feliz y hacer felices a los que te rodean», expone.

Sobre si volverá al Samoa como cliente afirma con una sonrisa que «si me invitan» y para una «comida romántica» con su esposa, una cita para la que tiene muy claro el menú que elegiría: «aguacate con gambas, una brochetita de cherne con langostino y unas vueltas Samoa, y como no bebe alcohol, un Clipper».

Antonio no para quieto y confiesa que es «un jiribilla». De ahí que tenga claro que la jubilación no va a suponer para él echar el freno. «Una caminata hasta el Victoria, un par de botellines en La Puntilla...», se plantea. Y es que confiesa que La Isleta le tira tanto que incluso en su momento se planteó volver a residir en el barrio. Pero sabe que su vida está en Escaleritas, que es donde sus hijos se han criado, donde tiene todos los servicios que necesita y ha hecho sus amistades.

Sabe que en su día se perdió muchos momentos de estar con sus hijos a causa de su trabajo. «Solo me pedí días libres para la Primera Comunión», señala a modo de ejemplo. Por eso confía en que ahora va a poder dedicar ese tiempo a sus cuatro nietos pero también a su mujer, «que todavía está activa pero se jubila el año que viene».

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