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Tiscamanita sigue oliendo a pan de leña

Tiscamanita sigue oliendo a pan de leña

Jueves, 1 de enero 1970

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Catalina García / Tiscamanita

Tiscamanita despierta bajo la mirada de la caldera de Gayría sin apenas señas de la desescalada. Con los bares cerrados, los coches pasan de largo y vuelven a pasar sin parar a echarse el bocadillo de pata del bar Tío Pepe para desayunar o la carne de cabra de Casa Luis para el almuerzo. La panadería, que se mantuvo abierta durante todo el confinamiento, ha retrasado su horario de apertura de las 6.30 a las 9.30 horas; la peluquería empieza a atender a las 10.00; y los bares sólo aceptan comidas por encargo. A esta hora temprana, la actividad se concentra en la carnicería Tiscamanita, que en realidad es un 24 horas con todas las de la ley y con Jessica Peña Hernández al frente.

La panadería Tiscamanita, en el municipio de Tuineje, se fundó en 1959 de la mano de Juan Hernández y sólo cerró una vez, cuando la familia se fue para Las Palmas de Gran Canaria alrededor de los años 70 en busca de mayores perspectivas. Isidro Hernández, uno de los cuatro hijos del fundador y el que ha heredado el jeito y la panadería, aclara que «por hambre, hambre, no fue, sino porque no había. Nos fuimos a Gran Canaria como el que se fue a El Aaiún».

Isidro, que contesta rapidito y al otro lado del mostrador de la panadería «porque el horno me puede jugar malas pasadas con el pan a esta hora», tenía doce años cuando la familia se marchó y cerró la panadería, algo que no hizo él con el estado de alarma. «Fue aguantar por aguantar y ahora, con la desescalada, subió poco, muy poco, la venta». Ahora sólo vende el pan diario y un poco de bizcocho, todo de leña. Al golpito, va aumentando la oferta hasta llegar de antes del 14 de marzo, hoy hizo magdalenas, pan preñado, bizcochón de millo, tarta de manzana y otros dulces.

Tampoco cerró durante los casi dos meses de confinamiento Jessica Peña Hernández. Lo del nombre de carnicería Tiscamanita se le queda corto porque tiene de todo, casi como un minimercado. Hasta libros de cocina y cuentos para niños vende, más productos locales como aceite de Tenicosquey, vino del complejo agroturístico Gayría, queso de Julian Díaz y también de Benjamín Díaz.

Jessica, 37 años, no ahorra piropos, ni sobre sus clientes, ni sobre el pueblo. «Te lo juro, Tiscamanita es un pueblo bastante concienciados. Antes, con el confinamiento y ahora con la apertura. La gente venía respetuosa, con mascarilla y guantes, manteniendo la distancia. Algunos venían a última hora de la tarde esperando encontrar a menos personas, sobre todo la gente mayor. A más de uno le llevamos la compra a la casa, aunque los familiares más jóvenes venían con dos notas y hacía dos compras».

La fase 1 no acaba de abrirse paso en Tiscamanita, esta comerciante lo tiene claro, «por los bares. Y eso que Casa Luis y La Parada están abriendo para comidas de encargo. A ver, cuando abra el bar La Amistad, ya empezará a ser otra cosa el pueblo». Personalmente, Jessica ha llevado el estado de alarma bien, aunque preocupada por sus abuelos que ya superan los 80 años y por su hijo de siete. Ella abre todos los días de la semana «y con el mismo horario de antes del estado de alarma», por si alguien lo dudaba.

Jessica aprovecha un jasío de clientes y anuncia que cierra un momentito para darse un salto al cercano consultorio sanitario donde una vecina le ha comentado que falta material. Y se va corriendo.

En ese momento, llega la siguiente clienta de la peluquería de Mariví Alemán, que está en frente de la carnicería. Sale una y entra otra. «Por lo menos, dejaron abrir otra vez a la chica», suspira una.

Son las grietas que abre la desescalada en Tiscamanita. Ah, y al pasar de regreso por la panadería, el aire devuelve el acostumbrado olor a pan de leña.

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