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La muerte de Bertolucci priva al cine de uno de sus maestros

La muerte de Bertolucci priva al cine de uno de sus maestros

El cineasta italiano falleció ayer en Roma, a los 77 años de edad. Llevan su firma títulos emblemáticos en la historia del séptimo arte como ‘Novecento’, ‘El último emperador’, ‘El cielo protector’ y ‘El último tango en París’, donde reflejó su personal visión de la historia, la sexualidad y el despertar al amor

Gonzalo Sánnchez (Efe) / Roma

Jueves, 1 de enero 1970

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Bernardo Bertolucci, que falleció este lunes a los 77 años, se convirtió en uno de los grandes maestros de la segunda mitad del siglo XX, con su sagaz visión de la historia y sus íntimas incursiones al mundo de la sexualidad y el despertar del amor.

Italia lamenta la muerte de uno de sus directores más insignes, autor de una quincena de largometrajes con los que cosechó las más altas mieles del éxito y con los que reflejó su idea del amor, de la la historia y de la situación de los más desfavorecidos. No en vano, nació y creció en la Emilia Romagna partisana y comenzó en el cine como asistente del gran retratista de las clases bajas italianas, Pier Paolo Pasolini, que rodaba Accattone (1961).

En su primera película, La commare secca (1962), Bertolucci asume la visión de Pasolini para desentrañar la muerte de una prostituta, buscando la verdad en los más ínfimos suburbios romanos.

Pronto adquirió una narrativa propia, pero en sus retratos de la individualidad y lo colectivo, la temática social quedó indeleble, mostrando la conflictividad entre la burguesía y los radicales aires de cambio que soplaban en el continente en los años 1960.

Así lo demostró en otras obras como Antes de la revolución (1964), en su versión de El conformista (1970), con la que logró su primera nominación al Óscar, o en la La estrategia de la araña (1970).

Pero la historiografía por la que será siempre recordado es aquel monumental díptico de Novecento (1976), ambientado en su región natal para mostrar la tensión social entre las clases trabajadoras y la burguesía de los latifundios en los albores del siglo pasado.

Una división que queda clara al inicio del primer acto, cuando nacen dos niños de distinto estrato social –uno hijo de terratenientes y otro de labriegos– el mismo día en el que muere Giuseppe Verdi, ideal de los partidarios de la unificación italiana. La historia y amistad de ambos, interpretados respectivamente en su edad adulta por Robert De Niro y Gérard Depardieu, sirvió a Bertolucci para repasar aquella convulsa Italia, el surgimiento del socialismo, la Gran Guerra o el ascenso y la caída del Fascismo.

El cineasta no se limitó a explorar el tejido social del sino de los tiempos, sino que se sumergió en las pasiones y las relaciones entre personas en varios de sus títulos, como El último tango en París (1972), quizá el más conocido y polémico.

Sin embargo el mayor éxito del realizador llegaría en 1987, con el estreno de El último emperador, un regreso épico a la historia para retratar al último emperador chino, Puyi, y que le valió nueve Óscar, entre ellos el de Mejor Dirección, hasta la fecha el último italiano en conquistarlo. Tres años después estrenó El cielo protector (1990), una nueva agónica historia de amor en el desierto del Sahara protagonizada por John Malkovich.

Posteriormente llegaría otro de sus títulos inolvidables, Pequeño Buda (1993), en el que Bertolucci se adentra en la espiritualidad oriental con un niño estadounidense que se supone la reencarnación de la divinidad, interpretada por Keanu Reeves. El cineasta concluyó su nómina con historias sobre el despertar sexual de la juventud, una constante en su nómina artística, como Belleza robada (1996) o su último trabajo, Tú y yo (2012), pero también en su revisión del Mayo del 68, Soñadores (2003).

Gonzalo SÁnchez (EFE) Roma

Bernardo Bertolucci, que falleció ayer a los 77 años, se convirtió en uno de los grandes maestros de la segunda mitad del siglo XX, con su sagaz visión de la historia y sus íntimas incursiones al mundo de la sexualidad y el despertar del amor.

Italia lamenta la muerte de uno de sus directores más insignes, autor de una quincena de largometrajes con los que cosechó las más altas mieles del éxito y con los que reflejó su idea del amor, de la la historia y de la situación de los más desfavorecidos. No en vano, nació y creció en la Emilia Romagna partisana y comenzó en el cine como asistente del gran retratista de las clases bajas italianas, Pier Paolo Pasolini, que rodaba Accattone (1961).

En su primera película, La commare secca (1962), Bertolucci asume la visión de Pasolini para desentrañar la muerte de una prostituta, buscando la verdad en los más ínfimos suburbios romanos.

Pronto adquirió una narrativa propia, pero en sus retratos de la individualidad y lo colectivo, la temática social quedó indeleble, mostrando la conflictividad entre la burguesía y los radicales aires de cambio que soplaban en el continente en los años 1960.

Así lo demostró en otras obras como Antes de la revolución (1964), en su versión de El conformista (1970), con la que logró su primera nominación al Óscar, o en la La estrategia de la araña (1970).

Pero la historiografía por la que será siempre recordado es aquel monumental díptico de Novecento (1976), ambientado en su región natal para mostrar la tensión social entre las clases trabajadoras y la burguesía de los latifundios en los albores del siglo pasado.

Una división que queda clara al inicio del primer acto, cuando nacen dos niños de distinto estrato social –uno hijo de terratenientes y otro de labriegos– el mismo día en el que muere Giuseppe Verdi, ideal de los partidarios de la unificación italiana. La historia y amistad de ambos, interpretados respectivamente en su edad adulta por Robert De Niro y Gérard Depardieu, sirvió a Bertolucci para repasar aquella convulsa Italia, el surgimiento del socialismo, la Gran Guerra o el ascenso y la caída del Fascismo.

El cineasta no se limitó a explorar el tejido social del sino de los tiempos, sino que se sumergió en las pasiones y las relaciones entre personas en varios de sus títulos, como El último tango en París (1972), quizá el más conocido y polémico.

Sin embargo el mayor éxito del realizador llegaría en 1987, con el estreno de El último emperador, un regreso épico a la historia para retratar al último emperador chino, Puyi, y que le valió nueve Óscar, entre ellos el de Mejor Dirección, hasta la fecha el último italiano en conquistarlo. Tres años después estrenó El cielo protector (1990), una nueva agónica historia de amor en el desierto del Sahara protagonizada por John Malkovich.

Posteriormente llegaría otro de sus títulos inolvidables, Pequeño Buda (1993), en el que Bertolucci se adentra en la espiritualidad oriental con un niño estadounidense que se supone la reencarnación de la divinidad, interpretada por Keanu Reeves. El cineasta concluyó su nómina con historias sobre el despertar sexual de la juventud, una constante en su nómina artística, como Belleza robada (1996) o su último trabajo, Tú y yo (2012), pero también en su revisión del Mayo del 68, Soñadores (2003).

En la imagen el director Bernardo Bertolucci, en la Mostra de cine de Venecia de 2013, una de sus últimas apariciones públicas. Falleció ayer en Roma, a la edad de 77 años, tras padecer graves problemas de salud, como queda patente en esta imagen en la que apareció en silla de ruedas debido a su escasa movilidad.

Viendo cómo va Italia y su paisanaje político, uno se preguntaba cómo podría seguir viviendo Bernardo Bertolucci. Ayer quedó resuelta la contradicción con su fallecimiento. Con él se va -¿es necesario decirlo?- uno de los grandes cineastas del siglo XX. Un realizador cuyo nombre queda indisolublemente unido a tres películas que no conforman un bloque homogéneo pero que definen en gran medida las diferentes caras de Bertolucci: el compromiso político en Novecento; el afán de modernidad, entendido como un ejercicio de golpear al espectador, en El último tango en París, y la grandilocuencia de las superproducciones herederas del peplum italiano pero pasadas por el filtro de Hollywood de El último emperador. Por supuesto que hay mucho más, y quizás sobre todo en las mal llamadas películas menores, en esas en las que Bertolucci se quitaba las florituras de la industria.

Para los cinéfilos, una curiosidad: fue coguionista, junto a Darío Argento y Sergio Leone, de Érase una vez en el Oeste (1968) -o Hasta que llegó su hora, como prefieran-, ese western también grandilocuente y crepuscular que fue un desastre en taquilla y que hoy es cita imprescindible por su empeño en homenajear a John Ford bajo el tamiz del spaghetti-western.

De las tres películas que lo acompañarán para siempre en todas las citas, es Novecento seguramente la que mejor ha superado el paso del tiempo. Cualquiera que revisite hoy El último tango en París se escandalizará por el escándalo, valga la redundancia, pues hasta el más infantil de los episodios de Juego de tronos la supera. Y no hablemos de otras series, como Californication o Masters of Sex. Es más, con el paso de los años la cinta protagonizada por Marlon Brando ha pasado a formar parte de las políticamente incorrectas por ese supuesto engaño del director y el actor norteamericano a la entonces joven actriz Maria Schneider, que habría rodado la escena de la violación sin saber lo que iba a pasar.

Respecto a El último emperador, era como ver 55 días en Pekín pero sin el cartón piedra de Samuel Bronston. Bertolucci contó con un megapresupuesto, la fotografía del mago Storaro, la banda sonora de Sakamoto y Byrne, y la flema de Peter O’Toole, al que rescató del alcohol para un papel secundario que le venía como anillo al dedo. Hoy, de hecho, ya nadie se acuerda del actor principal.

Novecento fue otra cosa. Gigantesca también, comprometidísima políticamente hablando, con una pareja de actores de primera -De Niro Depardieu- antes de que ambos jugasen a ser una mala copia de sí mismos-, con la música del maestro Morricone y con uno de los más perversos malos que ha dado la historia del cine contemporáneo: aquel camisa negra que encarnó Donald Sutherland y que hoy, viendo el éxito de los gatitos en Youtube y redes sociales, sería quemado en la hoguera de las redes.

En fin, maestro Bertolucci, que nos veremos una y mil veces en Novecento.

Tres películas; una para volver siempre

preViendo cómo va Italia y su paisanaje político, uno se preguntaba cómo podría seguir viviendo Bernardo Bertolucci. Ayer quedó resuelta la contradicción con su fallecimiento. Con él se va -¿es necesario decirlo?- uno de los grandes cineastas del siglo XX. Un realizador cuyo nombre queda indisolublemente unido a tres películas que no conforman un bloque homogéneo pero que definen en gran medida las diferentes caras de Bertolucci: el compromiso político en Novecento; el afán de modernidad, entendido como un ejercicio de golpear al espectador, en El último tango en París, y la grandilocuencia de las superproducciones herederas del peplum italiano pero pasadas por el filtro de Hollywood de El último emperador. Por supuesto que hay mucho más, y quizás sobre todo en las mal llamadas películas menores, en esas en las que Bertolucci se quitaba las florituras de la industria.

Para los cinéfilos, una curiosidad: fue coguionista, junto a Darío Argento y Sergio Leone, de Érase una vez en el Oeste (1968) -o Hasta que llegó su hora, como prefieran-, ese western también grandilocuente y crepuscular que fue un desastre en taquilla y que hoy es cita imprescindible por su empeño en homenajear a John Ford bajo el tamiz del spaghetti-western.

De las tres películas que lo acompañarán para siempre en todas las citas, es Novecento seguramente la que mejor ha superado el paso del tiempo. Cualquiera que revisite hoy El último tango en París se escandalizará por el escándalo, valga la redundancia, pues hasta el más infantil de los episodios de Juego de tronos la supera. Y no hablemos de otras series, como Californication o Masters of Sex. Es más, con el paso de los años la cinta protagonizada por Marlon Brando ha pasado a formar parte de las políticamente incorrectas por ese supuesto engaño del director y el actor norteamericano a la entonces joven actriz Maria Schneider, que habría rodado la escena de la violación sin saber lo que iba a pasar.

Respecto a El último emperador, era como ver 55 días en Pekín pero sin el cartón piedra de Samuel Bronston. Bertolucci contó con un megapresupuesto, la fotografía del mago Storaro, la banda sonora de Sakamoto y Byrne, y la flema de Peter O’Toole, al que rescató del alcohol para un papel secundario que le venía como anillo al dedo. Hoy, de hecho, ya nadie se acuerda del actor principal.

Novecento fue otra cosa. Gigantesca también, comprometidísima políticamente hablando, con una pareja de actores de primera -De Niro Depardieu- antes de que ambos jugasen a ser una mala copia de sí mismos-, con la música del maestro Morricone y con uno de los más perversos malos que ha dado la historia del cine contemporáneo: aquel camisa negra que encarnó Donald Sutherland y que hoy, viendo el éxito de los gatitos en Youtube y redes sociales, sería quemado en la hoguera de las redes.

En fin, maestro Bertolucci, que nos veremos una y mil veces en Novecento.

efe/cANARIAS7 mADRID/lAS pALMAS DE gRAN cANARIA

El último tango en París (1972), quizá el más conocido y polémico de la filmografía de Bernardo Bertolucci, retrata la íntima e incluso claustrofóbica historia de pasión entre dos personajes encerrados en un apartamento parisino: Paul, un hombre adulto al que dio vida Marlon Brando, y la joven Jeanne (Maria Schneider).

Logró una enorme popularidad, pese a que fue censurada en países como aquella España franquista y también en Italia, donde fue retirada de las salas por orden del Tribunal Supremo.

Con el paso de los años la cinta, condenada a la eterna polémica, acabó siendo la sombra de la trayectoria del realizador, ya que derivó en acusaciones de violación por parte de Maria Schneider. Se refería a la escena de sexo en la que Brando usa mantequilla como lubricante y que, dijo, no constaba en el guion y defendida por ella hasta su muerte, en 2011. «Pobre Maria. Murió, creo que hace dos años. Después de la película no nos volvimos a ver porque ella me odiaba. La escena de la mantequilla la pensamos Marlon Brando y yo esa mañana, antes de rodar. Creo que me porté horriblemente con Maria, porque no le conté lo que iba a pasar. Quería que su reacción fuera la de una chica, no la de una actriz», dijo el cineasta en 2013.

Maria Schneider acusó a Marlon Brando de haberla violado

El último tango en París (1972), quizá el más conocido y polémico de la filmografía de Bernardo Bertolucci, retrata la íntima e incluso claustrofóbica historia de pasión entre dos personajes encerrados en un apartamento parisino: Paul, un hombre adulto al que dio vida Marlon Brando, y la joven Jeanne (Maria Schneider).

Logró una enorme popularidad, pese a que fue censurada en países como aquella España franquista y también en Italia, donde fue retirada de las salas por orden del Tribunal Supremo.

Con el paso de los años la cinta, condenada a la eterna polémica, acabó siendo la sombra de la trayectoria del realizador, ya que derivó en acusaciones de violación por parte de Maria Schneider. Se refería a la escena de sexo en la que Brando usa mantequilla como lubricante y que, dijo, no constaba en el guion y defendida por ella hasta su muerte, en 2011. «Pobre Maria. Murió, creo que hace dos años. Después de la película no nos volvimos a ver porque ella me odiaba. La escena de la mantequilla la pensamos Marlon Brando y yo esa mañana, antes de rodar. Creo que me porté horriblemente con Maria, porque no le conté lo que iba a pasar. Quería que su reacción fuera la de una chica, no la de una actriz», dijo el cineasta en 2013.

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