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Ellas también emigran

Menores no acompañadas ·

La progresiva llegada de niñas en patera a las costas canarias desde el pasado año ha obligado a abrir un pequeño centro de emergencia específico para darles acogida

Ingrid Ortiz Viera

Las Palmas de Gran Canaria

Sábado, 22 de mayo 2021, 21:18

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Nos reciben, como es habitual en la cultura islámica, con té, dátiles, frutos secos y dulces. La hospitalidad debe ir siempre por delante y ellas, que no acostumbran a recibir visitas, se notan exaltadas por salirse de la rutina que les proporciona el centro de menores Fatima Mernissi. La ONG Quorum Social 77 gestiona desde el año pasado este recurso destinado a acoger solo a las niñas que llegan en patera a las costas y que aunque representan un pequeño porcentaje del total de menores en la comunidad autónoma (0,7%) es de los más vulnerables.

Hace apenas quince días acogieron a una pequeña de 12 años que pretendía embarcarse con su madre y su tía pero que, llegado el momento, el patrón sentenció que solo había hueco para ella. Afortunadamente, sobrevivió a la travesía y, una vez en Canarias, pudieron ponerse en contacto con la familia, que espera al otro lado del océano para poder reunirse. A esa posibilidad se acoge la que es la más joven del grupo de 18 que actualmente convive en la misma casa, ya que ha sido testigo de cómo en la jornada anterior una compañera viajaba a Francia para ver a su madre.

Es, también, la más tímida, un comportamiento que no solo responde a su corto periodo en el centro, sino también a su procedencia. La mitad de las chicas acogidas, explica Delia García, presidenta de la ONG, procede de Marruecos y la otra del África Subsahariana. Las primeras suelen ser más abiertas que las segundas, sometidas a una violencia extrema en países como Mali, donde están permitidos los castigos físicos a los menores, los matrimonios infantiles y la práctica de la ablación alcanza al 69% de las niñas. A esto se suman las víctimas de las mafias, que tratan con ellas con fines de explotación sexual, sin contar que muchas han sufrido abusos en el seno familiar y también en el trayecto. En cualquier caso, todas las acogidas han estado expuestas a violencias machistas.

Su rutina se estructura en labores cotidianas, clases de español y habilidades sociales, deporte y talleres

«Las que llegan aquí son pocas por varios motivos —indica García—. Ya no es solo la doble dificultad que supone para ellas salir del país sino que también está mal visto en su cultura que abandonen a la familia y por eso vienen con ese sentimiento de culpa y de rechazo». Es el rostro de la pobreza subrepresentado y acallado por un sistema que les obliga a soportar la carga en origen.

En el recurso, sin embargo, lo que se respira es un ambiente distendido entre adolescentes que se hacen trenzas en el pelo y tatuajes de henna alrededor de un banco a mediodía. «Llevan una vida lo más normal posible», relata Bouchra Saidi la subdirectora del centro. «Se levantan temprano, se asean, desayunan, hacen tareas de limpieza y por las mañanas tienen clases de español y habilidades sociales». Solo dos de ellas están escolarizadas, ya que el idioma es su principal escollo, aunque algunas ya son capaces de mantener conversaciones básicas. El fin de semana pueden ponerlas en práctica en alguna de las salidas guiadas que hacen para conocer la isla.

Las tardes las dedican bien a hacer deporte, bien a talleres como el de cocina. Todas se han introducido desde muy pequeñas en las tareas del hogar y las mayores, con más experiencia, se encargan de elaborar algunos platillos típicos. El menú de hoy será un tajín de carne con ciruelas y pan hecho a mano por Fátima, nombre ficticio en honor a la escritora, historiadora y feminista marroquí a la que rinde tributo, también, el centro.

Con diecisiete años, su aspiración es ser la chef de algún restaurante, la jefa de cocinas, el lugar que más le gusta. «Preparo cosas muy variadas de mi país y de España —cuenta, y añade entre risas—: aunque me encanta comer espagueti con tomate. Sé que es lo más fácil de hacer».

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Llegó a Canarias hace tres meses después de seis días de travesía. Fue un trayecto duro, afirma, pero ahora que puede conseguir una vida mejor se centra en aprender lo que puede para ayudar a sus dos hermanos, ya que viene de una familia sin progenitores. Khadija (otro seudónimo) es un año menor pero le lleva dos meses de ventaja en su estancia y se nota en su español. Aunque también le vienen a la mente el trabajo de cocinera o camarera, ella aun no sabe a qué quiere dedicarse porque le gustan «muchas cosas» y eso le preocupa. A pesar de su juventud, es consciente de que ahora la ampara un recurso y que en poco tiempo deberá empezar a trabajar para mantenerse a ella y a sus seres queridos. «Un trabajo significa dinero para mi vida, la comida y la familia», explica.

Precisamente, desde la entidad aseguran que ya trabajan en programas de inserción para guiarlas hacia esa vida adulta. «También les intentamos abrir horizontes y decirles que pueden ser lo que ellas quieran: abogadas, arquitectas, policías, pero les resulta raro al principio», indica Delia García. El trabajo de la ONG es delicado y lo asimilan a la construcción de una casa: comienzan por los cimientos, atendiendo sus necesidades básicas. Luego comienzan a levantar las paredes, lo que llaman el «rescate emocional», un tratamiento de síntomas comunes como el insomnio o la ansiedad. Las ventanas corresponderían a un trabajo de resiliencia que implica mejorar la autoestima, ahondar en sus aptitudes y relativizar todo. «¿El altillo? —concluye—. Enseñarles a transgredir los límites».

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