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Imagen de ciudadanos saharauis en los campamentos de refugiados de Tinduf, Argelia.
Imagen de ciudadanos saharauis en los campamentos de refugiados de Tinduf, Argelia. C7

Entre dos tierras: memorias de un exilio saharaui en Canarias

Cincuenta años después de la Marcha Verde, quienes nacieron en el Sáhara y crecieron en Canarias relatan el desarraigo, la nostalgia y los lazos que han mantenido con su tierra y con las islas que los acogieron

Helena Victoria Falcón Santana

Las Palmas de Gran Canaria

Domingo, 2 de noviembre 2025, 08:31

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El éxodo forzado tras la Marcha Verde no solo desplazó a miles de saharauis, sino que también transformó la vida de Canarias. Las calles, barrios y escuelas del archipiélago se llenaron de historias de familias que debieron rehacer su hogar lejos de su tierra natal, creando una identidad híbrida entre la nostalgia por el Sáhara y la vida cotidiana en Canarias. Entre recuerdos de infancia en El Aaiún y relatos de adaptación en Gran Canaria o Fuerteventura, estos «saharauis canarios» muestran cómo el exilio forjó vínculos profundos con la sociedad isleña y dejó una impronta imborrable en ambas comunidades.

Memorias de un exilio

Capítulo II La Marcha Verde

Memorias de un exilio

Noviembre de 1975: el sol se filtra con fuerza sobre las arenas del Sáhara Occidental. En El Aaiún, la capital, las calles se han vaciado; los niños que jugaban en plazas polvorientas han sido recluidos en casa, y los comerciantes han bajado persianas ante la incertidumbre. La Marcha Verde, organizada por Marruecos, avanza hacia el territorio mientras España se retira, dejando un vacío que se sentirá durante décadas hasta la actualidad.

Bachir Ahmet, nacido en El Aaiún y residente en Gran Canaria, recuerda aquella ciudad como un «lugar fantasma», donde las patrullas militares españolas controlaban cada paso de los ciudadanos. «No podíamos creer que España nos fuera a abandonar», dice. Para él, la Marcha Verde no fue solo un hecho político, sino el principio de un drama que aún persiste medio siglo después. La retirada española, argumenta, fue cuidadosamente escenificada: mientras miles de civiles marroquíes cruzaban la frontera, el ejército español difundía la falsa idea de que las zonas fronterizas estaban minadas. «Todo fue una escenificación para justificar la retirada», recuerda.

Fraternidad entre pueblos

Presidente de la Asociación Canaria de Solidaridad con el Pueblo Saharaui. Cober

La relación entre Canarias y el Sáhara Occidental era mucho más que geográfica. Apenas 25 minutos de vuelo separaban ambos territorios, y durante décadas los lazos culturales, comerciales y afectivos fueron profundos. Octavio Melián Hernández, presidente de la Asociación Canaria de Solidaridad con el Pueblo Saharaui, recuerda su primer contacto con el territorio durante el servicio militar: «Estuve casi un año en el Sáhara, y fue allí donde conocí al pueblo saharaui, su dignidad, su sentido de pertenencia y su deseo de independencia». Melián recuerda los mercados de El Aaiún, las minas de Fosbucraa y los barcos pesqueros donde canarios y saharauis compartían trabajo, cultura y cotidianidad. La convivencia se extendía también a las familias: más de 15.000 canarios vivieron allí durante las décadas de presencia española, y muchos fundaron hogares, criaron hijos y construyeron negocios. La Marcha Verde puso fin abruptamente a esta relación. «De un día para otro, tuvieron que abandonar sus casas, sus negocios y todo lo que habían construido», lamenta Melián.

6 de noviembre de 1975: incertidumbre y miedo

Ahmed, miembro de la comunidad saharaui residente en Fuerteventura, recuerda con angustia aquel 6 de noviembre de 1975: «Fue un momento de enfado e impotencia. No podíamos creer que España, después de casi un siglo de presencia colonial, nos abandonara y nos dejara en manos de una invasión». La sensación de desarraigo y pérdida se extendió rápidamente; muchas familias saharauis huyeron dejando atrás generaciones de historia y vínculos.

Para Ahmed, la Marcha Verde fue también la ruptura de la relación cercana que unía a saharauis y canarios. «Nuestra relación con el pueblo canario era muy profunda, y por eso la separación dejó tanta nostalgia», dice. Medio siglo después lamenta el vacío en la memoria colectiva: la historia del Sáhara Occidental apenas se aborda en los libros de texto y ha desaparecido de gran parte de la conciencia pública en Canarias.

Infancias entre pueblos vecinos

Soukaina Ndiaye Hmeyada, presidenta de la Asociación Por la Libertad del Pueblo Saharaui, recuerda los pequeños gestos que construyeron la fraternidad entre ambos pueblos. Su primer vestido fue hecho por una vecina canaria, amiga de su madre. «Para el pueblo saharaui, Canarias siempre ha sido como una segunda casa», asegura. La empatía sobrevivió al abandono de España, al desarraigo y a la distancia geográfica. La colaboración diaria, desde hospitales hasta escuelas, fortaleció la idea de un vínculo indestructible.

Tensión en las calles

Aomar Abed Jalil rememora los meses previos a la Marcha Verde, describiendo un El Aaiún controlado por alambradas y vigilado por militares marroquíes. «Ciertamente, los que más sufríamos éramos los autóctonos», comenta. Las minas colocadas por el ejército español, los controles de identidad y los enfrentamientos aislados con marroquíes civiles anticipaban la tragedia que se avecinaba, ya desde los meses de verano de 1975.

Abed Jalil enfatiza la ruptura generacional y afectiva: jóvenes saharauis nacidos en la provincia española del Sáhara Occidental vieron su infancia interrumpida, sus sueños truncados, y las familias canarias perdieron hogares, negocios y proyectos construidos durante décadas. Las islas se convirtieron en refugio, pero también en un recordatorio del territorio perdido.

La Marcha Verde no solo implicó pérdidas territoriales; también supuso un golpe económico y cultural. Familias canarias perdieron empresas, viviendas y redes de comercio establecidas en el Sáhara. El Banco Canario Saharaui, la pesca artesanal, y la explotación de las minas de Fosbucraa cambiaron de manos. Al mismo tiempo, miles de saharauis huyeron hacia los campamentos de Tinduf, enfrentando hambre, frío y ataques militares durante la travesía.

Bachir Ahmet subraya la magnitud del trauma compartido: «Los saharauis perdimos nuestra tierra, pero los canarios también perdieron parte de la suya. Ambos pueblos fuimos traicionados». La sensación de abandono, la urgencia del éxodo y la violencia de la ocupación dejaron marcas indelebles en la memoria colectiva de ambas comunidades.

Memoria viva y esperanza

A pesar de la pérdida, los lazos humanos y culturales entre saharauis y canarios permanecen. Melián lo resume: «Lo que unió el desierto no lo ha podido romper la política». Medio siglo después, las generaciones nacidas en el exilio continúan reivindicando sus derechos, preservando la memoria y fortaleciendo la solidaridad entre los pueblos.

Ahmed, Abed Jalil y Ndiaye Hmeyada coinciden en que el vínculo emocional con Canarias y su población sigue vivo. Los recuerdos de mercados, playas, barrios y festividades no son solo nostalgia: son testimonios de convivencia, resiliencia y fraternidad que desafían los acuerdos políticos y el paso del tiempo.

Condiciones de vidas en los campamentos de refugiados en Tinduf, Argelia

Desde 1975 los saharauis viven como refugiados en campamentos en Tinduf, las condiciones de vida son muy complejas, desde temperaturas extremas hasta haimas -viviendas tradicionales- inundadas por las lluvias

Sin agua potable

Temperaturas entre

0 y 50 ºC

Sin escolarización

Electricidad limitada por generadores

Higiene deficiente

Sin agua potable

Temperaturas entre

0 y 50 ºC

Sin escolarización

Electricidad limitada por generadores

Higiene deficiente

Sin agua potable

Sin escolarización

Electricidad limitada por generadores

Higiene deficiente

Temperaturas entre

0 y 50 ºC

Sin agua potable

Sin escolarización

Electricidad limitada por generadores

Higiene deficiente

Temperaturas entre

0 y 50 ºC

«Seguimos resistiendo con todo lo que tenemos»

Alisalem Sidi Zein, delegado del Sáhara Occidental / Frente Polisario en Canarias. Arcadio Suárez

«Seguimos pidiendo la paz y reclamando una solución pacífica mediante un referéndum libre y transparente bajo la supervisión de Naciones Unidas, para que el pueblo saharaui pueda decidir sobre su futuro», explicó el delegado del Frente Polisario en Canarias, Alisalem Sidi Zein. Reconoce que los últimos años han sido difíciles: el aumento de los costes del transporte y la caída de la ayuda humanitaria tras la pandemia han agravado las condiciones de los refugiados. Aun así, afirma que «seguimos resistiendo con todo lo que tenemos».

Sidi Zein recordó que «el conflicto sigue en la agenda de Naciones Unidas como el último territorio pendiente de descolonización en África» y que «al pueblo saharaui se le reconoce su derecho a la independencia desde 1963». Para el delegado, el futuro del pueblo se sostiene en la esperanza: «El pueblo saharaui vive con esa esperanza de recuperar la parte ocupada de su territorio, estar en su Estado independiente y vivir en paz junto a sus vecinos».

También criticó con dureza la ocupación marroquí: «El régimen marroquí sigue violando el derecho internacional, ocupando el territorio y gastando los recursos del pueblo marroquí en la guerra y en el expolio de los recursos saharauis». Recordó que el Frente Polisario «se fundó en 1973 como un movimiento de liberación contra la presencia colonial española» y que la «Marcha Verde fue una marcha negra, roja de sangre saharaui y también del pueblo marroquí».

El respresentante destacó los lazos históricos entre Canarias y el Sáhara, separados por apenas 90 millas: «Los canarios fueron de los primeros en llegar al Sáhara en 1884, y desde entonces las relaciones entre ambos pueblos han sido estrechas y solidarias». Agradece especialmente el apoyo que la sociedad canaria ha mostrado «durante estos 50 años de ocupación, a través de la cooperación y la ayuda humanitaria».

Además, el delegado del Frente Polisario en Canarias pide que esa hermandad se traduzca en un compromiso político real. Aseguró que: «no contempla otra vía que la de la paz y el diálogo para resolver el conflicto del Sáhara Occidental». Y concluye mirando al futuro: «Seguiremos luchando y estamos seguros de que un día este proceso llegará a su fin. La esperanza siempre la tenemos».

La Marcha Verde, dicen, fue «una tragedia compartida, un exilio que transformó vidas y territorios». Pero también fue el origen de una hermandad que resiste, medio siglo después, la distancia, la política y la historia con Canarias.

Jaime Perea

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