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tMigrantes. Imagen de archivo de un centro de migrantes en la isla. Arcadio Suárez
«Un chico más y hay que tirar colchones al suelo de la cocina. Eso no es vida»

Testimonio de la trabajadora social de un centro de menores

«Un chico más y hay que tirar colchones al suelo de la cocina. Eso no es vida»

La emergencia migratoria desde dentro. ·

Nely Suárez lleva trabajando desde el año 2002 en la atención a los menores migrantes que llegan a las islas. Como apunta, «nunca antes se vivió lo de ahora». Lo que más lamenta es que «no se puede llegar a todos los chicos» y darles el afecto que necesitan a su corta edad, con 10 ó 12 años

Silvia Fernández

Las Palmas de Gran Canaria

Viernes, 23 de agosto 2024, 02:00

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Suárez es trabajadora social y toda su vida profesional ha estado vinculada al fenómeno migratorio en Canarias. En 2002 comenzó a trabajar en la atención de los migrantes que llegan a las islas a través de la ruta canaria y hoy, 22 años después, continúa al pie del cañón. Actualmente es coordinadora en la provincia de Las Palmas de los centros de menores migrantes que gestiona para el Gobierno de Canarias la Asociación Solidaria Nuevo Mundo. Desde dentro, describe la «dificultad» que existe en el día a día para gestionar los centros y la imposibilidad de dar a los chicos la atención que establecen los tratados internacionales debido a la saturación. «Nunca antes hemos vivido una cosa así», indica esta profesional, que ha estado en todas las crisis migratorias, incluida la de los cayucos en 2006. «Ahora es todo mucho más complicado. No damos abasto», indica.

Nely destaca que los centros están al doble de su capacidad y describe en concreto uno en el que presta servicio y que, con camas para 50 menores, acoge a 80. «Hemos ido subiendo a medida que llegaban pero ya no se puede más. Ahora mismo si entra un chico más al centro habría que tirar colchones al suelo en el comedor, la cocina o el salón y eso no es vida», indica esta trabajadora social.

Como explica, para llegar hasta 80 se han instalado literas en las habitaciones, pasando de dos a cuatro plazas y los roperos se comparten ante la incapacidad de meter más muebles. Ahora las ventanas ya no se pueden abrir del todo porque chocan con las literas pero sí lo justo para que entre ventilación. «Hay que mantener un mínimo para que no sea imposible vivir en el sitio. Los chicos apenas tienen intimidad y por eso nos negamos a que las cosas empeoren, invadiendo de camas las zonas comunes. Esos espacios son su desahogo y así se lo hemos dicho al Gobierno de Canarias», indica Nely.

A la hora de comer, lo que se ha hecho en este centro es poner turnos de 30 en 30 para que puedan estar más cómodos. A la hora de ir al baño, también hay otro pequeño colapso, aunque gracias al protocolo y las rutinas que se han implantado en el centro las cosas funcionan sin que apenas haya conflicto entre los menores. «El día a día es dificultoso pero hemos marcado lo que hay que hacer por grupos. Coinciden los 80 para dormir y para desayunar porque el resto del día hay grupos que van a formación, otros que hacen deporte, otros que van a la playa... Hay diversidad de actividades y grupos diferentes», explica Nely. El conflicto, en cualquier caso, suele ser «por tonterías». «Son adolescentes y es inevitable pero no es llamativo», dice.

Como explica, aunque hoy se quisieran abrir más centros es imposible porque los propietarios piden por las casas «auténticas burradas». «Por una casa de cuatro habitaciones llegan a pedir 15.000 o 20.000 euros al mes y encima hay que reformar», señala. Además no se encuentra personal formado. El ratio en su centro de trabajadores por menores es de uno a siete (la norma fija como adecuado 1 a 5) pero hay centros en los que se tiene a uno por cada diez o por cada quince. «Formamos en el corre-corre. Aprenden sobre la marcha pero no se puede hacer más ante la urgencia del momento», manifiesta.

«No puedes llegar a todos y eso es muy duro»

Es la atención personalizada a los menores y el trato afectivo a los chicos lo que más se deteriora en estos momentos de saturación de los centros. Como explica Nely, aunque las plantillas están involucradas «no tiene nada que ver tener a 20 niños que a 80». Y ella lo sabe bien porque lleva dos décadas recibiendo niños.

«El problema es que siempre estás más atento al que destaca por algo, porque está mas nervioso, que al calladito que está a lo suyo y se queda en una esquina. Esos se te escapan», lamenta Nely, que recuerda además que muchos de estos chicos llegan con carencias afectivas, tras haber sufrido situaciones de maltrato, o después de haber estado trabajando desde los siete años.

Esta trabajadora social indica que son los más pequeños, de entre 10 y 12 años, los que más atención demandan. «Están todo el día colgados literalmente de ti, quieren estar contigo.», señala.

Es precisamente este grupo de edad el que más crece en volumen de llegadas cuando hace años era «algo puntual». «Es una edad complicada. Los que vienen con esa edad los meten en la patera y no saben; con 16 ó 17 vienes ya con un proyecto migratorio. Los más pequeños están más desarraigados y lo viven de forma diferente», señala Nely.

Pese a la adversidad de su situación, destaca su «fortaleza sicológica». «Es especial, pese a lo vivido son niños sin problemas de salud mental», destaca Nely, que reseña la fuerza que les da su fe para seguir adelante. «Llama mucho la atención aunque, claro, no dejan de tener 11 o 12 años», manifiesta.

Como explica, los chicos normalizan la estancia en los centros y lo ven como una oportunidad en su futuro. «Piensan, estoy aquí para estudiar y cuando estudie me podré ir e integrar en España. Normalizan mucho el estar aquí aunque todos están deseando ir a la península, a Francia, Alemania o Italia, donde tienen familia», explica Nely. Como destaca, para ellos la península es la «gran España».

«Seguimos sin estar preparados. Siempre vamos por detrás»

Nely reconoce que nunca desengancha de su trabajo porque «tratas de llegar a todo» y esto conlleva un sobrecoste personal. En este sentido, confía en que la saturación de los menores «no dure cien años» y en algún momento se plantee una solución. «Desde 2002 estamos en crisis. Esto es estructural y debe haber otra herramienta. Ya llevamos muchos años y seguimos sin estar preparados. Siempre nos coge por detrás», apunta,

Nely lamenta el «color político» que ha tomado el fenómeno migratorio, sobre todo en lo que toca a los menores. «Son niños. Son nuestros niños», insiste, para a continuación pedir a los políticos que «se pongan serios» y «dejen de tirarse la pelota». «Como sociedad, si queremos crecer en valores tenemos que saber responder a esto. Esos niños no cogen una patera por diversión. Además no salen de casa y se montan en un barco. Muchos llevan meses de viaje para poder llegar al cayuco», indica.

Como apunta, la migración es una oportunidad para una Europa envejecida y el objetivo debe ser formarlos y prepararlos para trabajar e integrarlos.

Critica que desde las administraciones españolas y europeas se hable de los derechos de la infancia y es escandalicen cuando hay maltrato, si lo que estamos viviendo ahora es un «maltrato institucional absoluto» hacia los menores.

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