Morir en casa
No podemos seguir tragándonos esta muerte como si fuera otro trámite, otra celebración
Beatriz Bgangu
Periodista
Miércoles, 28 de mayo 2025, 22:43
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Morir con la miel en los labios. Eso hicieron. Murieron en la orilla, a escasos metros de la vida que soñaban. No es una metáfora ... ni un recurso dramático: es la imagen brutal de cuerpos que ya no importan, de sueños triturados contra las piedras, de vidas que se deshicieron antes siquiera de empezar. Es el silencio incómodo de quienes miran sin mirar, de quienes pasan de largo frente a la noticia, de quienes ya no sienten nada porque han aprendido a vivir anestesiados.
En Canarias habitamos un luto que no tiene fin. No porque lo queramos, sino porque lo arrastramos, porque nos lo lanzan desde lejos. Desde Madrid, desde Bruselas, desde esos despachos lejanos que nunca han sentido el peso de un mar que vomita cadáveres. Para ellos, el mar es solo una postal, una línea azul en el mapa. Aquí, en cambio, es abismo. Es fosa común.
Aquí no contamos fronteras: contamos muertos. Y ellos no saben nada de esto. No conocen las madrugadas rotas por la tragedia, ni los funerales sin nombre, ni las mochilas vacías recogidas entre las rocas.
Y mientras tanto, faltan horas para celebrar el Día de Canarias. Las banderas, el folklore, el orgullo de lo nuestro. Pero ¿de verdad eso es lo que somos? ¿De verdad nos define una fiesta popular? ¿O somos algo más? Lo nuestro también es este dolor, estas muertes que nadie quiere mirar, estas vidas que se quedan flotando a pocos metros de pisar tierra. Celebramos con fuerza porque nos han enseñado a defender la alegría como si fuera identidad. Pero si la identidad se construye solo sobre fiesta y no sobre memoria, ¿qué queda? ¿Qué somos?
Hay una herida abierta que no podemos ignorar. Sabemos que parar la fiesta no haría temblar a Madrid ni le quitaría el sueño a quienes siguen mirando para otro lado, pero ojalá lo hiciera.
Porque este día, que llevamos con tanto orgullo, no es solo para alzar la voz de la alegría: también debería ser un recordatorio para decirnos a nosotros mismos que aquí no todo está bien, que aquí algo duele, que aquí no todo puede seguir como si nada. Aunque solo nos escuchemos entre nosotros. Aunque solo nos duela a nosotros. Tal vez deberíamos, al menos, detenernos. Respirar.
Preguntarnos si no estamos traicionando algo profundo al seguir adelante como si nada. Si no estamos vaciando de sentido eso que llamamos -lo nuestro-.
Porque aquí en Canarias lo sabemos: el problema no está solo en nuestra orilla. Está en Madrid, que nos ignora con descaro, que nos desafía, que se ríe en nuestra cara; que nos niega lo que necesitamos para respirar, para mantenernos a flote, para oxigenar una comunidad que se ahoga detrás de la sonrisa. Porque sí, aquí sostenemos mucho, aquí resistimos mucho, pero la realidad es que cada vida que se pierde en nuestro mar también es su responsabilidad.
Y para entenderlo, tendrían que dejar de ver Canarias como un paisaje bonito en los folletos de turismo. Tendrían que mirarnos de frente. Tendrían que entender que aquí, además de queso, parranda y gofio, tragamos muertos en las noticias de las tres.
No podemos seguir siendo indiferentes. No podemos seguir tragándonos esta muerte como si fuera otro trámite, otro día, otra celebración. Porque cada vida perdida en el mar es un fracaso que nos pertenece a todos. Cada cuerpo devuelto por el océano es un espejo incómodo.
-Aquí está, aquí tienes lo que no quisiste ver-.
«No solo devuelvo cuerpos. Devuelvo verdades. Devuelvo las preguntas que ustedes no quieren hacerse. Devuelvo la negligencia de quienes miran desde sus sillones en Madrid creyendo que este es un problema lejano, periférico y menor. Devuelvo todo aquello que desprecian. Y lo haré una y otra vez, hasta que me escuchen».
Atentamente: el océano.
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