La leonesa Olatz Rodríguez lo tiene todo para triunfar en la gimnasia rítmica, pero las exigencias y presiones que la rodean le hacen caer en una grave anorexia. Ahora, sus antiguas entrenadoras se enfrentan a varias demandas por forzar de manera tóxica el adelgazamiento de las niñas.
Una historia de Antonio Paniagua
transcripción
Episodio 7
José Ángel Esteban: ¿Qué tal? Bienvenidas y bienvenidos a nuestras historias.
JAE: En las Navidades del 2011, una niña de siete años viaja alegre con su padre en coche hacia León. Se llama Olatz, Olatz Rodríguez.
Olatz Rodríguez: Recuerdo que todo el viaje fui super eufórica e ilusionada. Decía jolín, voy a ir a probar un nuevo deporte…
JAE: Padre e hija van a conocer una institución de referencia. Una cantera de la que han salido muchas medallistas olímpicas: el Club Ritmo.
OR: Había una puerta que conducía a unas escaleras. Tú bajabas y allí te atendía el marido de una entrenadora. Te tomaba los datos y tú decías que nada, que venías a probar.
JAE: Es una prueba para detectar si tiene aptitudes para la rítmica.
OR: Había un grupo de niñas y entrenaban con música. Primero corrían o hacían ejercicios de flexibilidad, luego entrenaban con aparatos y a mí me encantó, la verdad.
JAE: Olatz recibe su primera clase con Laura, la que durante muchos años será su entrenadora. A estas alturas, ella ya ha probado el kárate y la danza clásica. Y le apasiona bailar.
OR: Me sentía bastante productiva en el sentido de…jolín, venga, lo puedo hacer mejor y demás… y muy feliz. Y muy bien. A día de hoy es uno de los pocos momentos en los que me he sentido bien, me he sentido completa o algo así.
JAE: Cuando la primera clase termina, Laura, la entrenadora, le augura al padre de Olatz un futuro brillante.
OR: Prométeme que no vas a llevártela a Canarias de nuevo. Porque ella seguro que será una campeona.
JAE: Eso le dijo Laura… “Olatz será una campeona”.
OR: No pensaba en si valía o no, simplemente vi que me gustaba y que podría divertirme.
JAE: Pero el hecho de competir nunca fue con ella…
OR: Lo definiría así: en el entrenamiento satisfacción y alegría. En la competición, nervios e incluso frustración, porque me preguntaba: “por qué estoy haciendo esto”.
JAE: Así que las cosas se torcieron y acabaron mal, muy mal, tanto que Olatz tiene olvidadas en un cajón las medallas que se puso al cuello.
OR: No sé ahora mismo dónde estarán en casa, pero…Están como por cajas, ahí, debajo de estanterías y cosas así. Yo por mí… si se pueden donar a las personas que viven de la chatarra, yo encantada de dárselas.
JAE: Olatz Rodríguez Cano abandonó a los 17 años la competición. Deshizo su moño apretado, mandó al garete el maillot y dio un portazo. Había ganado y perdido decenas de competiciones. Y padecía anorexia.
OR: Si me daban a elegir entre o empiezas a comer o te mueres, o no haces ningún esfuerzo, prefería no hacer ese esfuerzo, a empezar a hacer esfuerzo y evitar, pues, el desencadenaba que podía llevar el no comer, que era morir.
JAE: Así que esta historia trata de gimnasia y de anorexia. Las contorsiones, los estiramientos alucinantes tenían un peaje. Para llegar a brincar como un insecto acuático era necesario un sacrificio. Pero hay otros factores: las carencias familiares, la presión social… para ganar. Para ser la mejor. Para querer serlo. Un sacrificio que se paga con hambre, sudor y lágrimas. Y con muchas cosas más.
Fuera del radar. Historias más allá de la noticia. En este episodio… El peso del aire.
JAE: Antes de empezar conviene hacer un pequeño inciso. Algunos de los nombres de entrenadoras y gimnastas que aparecen en esta historia son ficticios. Olatz lo prefiere así, de esta manera, para no descubrir su verdadera identidad. No quiere vengarse ni repartir culpas. Así que comenzamos entonces y para hacerlo hay que viajar hasta un pueblo donde hay 11 vecinos y 500 ovejas. Antonio Paniagua nos lleva hasta allí..
AP: Villasabariego, a 17 kilómetros de León, es un lugar frío, nada que ver con el clima benigno de Tenerife, en el que la familia de Olatz vivió hasta que ella cumplió los tres años. La aldea se reduce a unas cuantas casas, la iglesia, el cementerio y poco más.
OR: Pues los días que abonan… huele a orines, porque es con lo que se trata de enriquecer a la tierra en la que luego se cultivan los alimentos, sobre todo cereales...
AP: Su padre, Miguel Ignacio, es un militar en la reserva.
OR: Él al mismo tiempo es súper, súper buena persona. ¿Sabéis?
AP: Pero tiene un problema.
OR: Yo creo que el mayor daño es eso, el acudir al alcohol y que se descontrola por completo. O sea, no es daño físico, sino emocional. Él juega mucho con eso.
AP: Su madre, Lidia, trabaja como profesora de dibujo en un instituto.
OR: Bajo mi experiencia, una gran persona y tiene mucha, mucha, mucha paciencia. Es una cosa increíble. Y siento que además es muy sabia.
ANTONIO: Ella trata a Olatz con dulzura y comprensión. Intenta transmitirle el sentido del esfuerzo.
OR: Ella siempre vas a tener una conversación que te va a nutrir tanto a nivel personal como a nivel cultural porque con ella puedes hablar de cualquier cosa.
AP: Los padres de Olatz se reparten las tareas de la casa y es Miguel Ignacio quien cocina. Y se le da bien, pero es un hombre… frugal. Le gusta ayunar. Si come, no cena. Quizá por eso no soporta la obesidad.
OR: No lo hacía con ninguna maldad, pero no tenía desarrollado ese tipo de pensamiento.
AP: Por ejemplo, si en la televisión ve a una persona gorda, hace comentarios despectivos.
OR: Ve a una mujer, o a un hombre, con sobrepeso y ya rápidamente estaba criticando, menospreciando a la persona por ello…
[Sonidos de cencerros y de carretera]
AP: Como Villasabariego no tiene colegio, Olatz va al de Mansilla de las Mulas, a unos cinco kilómetros, a una clase con ocho alumnos.
OR: El colegio era pequeñito, no tenía más de una planta. Las sillas y las mesas eran de color verde.
AP: Tiene dos o tres amigas, pero huye de las pandillas.
OR: Eran comentarios como… no sé, “saco de huesos”, cosas así. Ahora mismo es que incluso lo había olvidado, pero ya está. No sé si llamarlo ‘bullying’ porque me da incluso pánico decir, jolín, fue ‘bullying’.
AP: Allí Olatz tiene una amiga especial: es su imagen ante el espejo.
OR: Era una relación extraña. Y sobre todo pues decía: “mira lo que he podido hacer hoy en clase, mira lo que me he encontrado en el pueblo, mira esta piedra”.
AP: Conversa con el reflejo como se hace con una amiga.
OR: …era como que le contaba un diario. Algo así.
AP: Desde los siete años, Olatz ya reparte sus días entre el colegio y el Club Ritmo.
OR: Era muy inquieta y estaba todo el día haciendo pino puente, spagat …. que son como diferentes ejercicios que existen en la rítmica.
AP: El aro, la cinta, las mazas y la pelota fueron el principio elemental de su niñez y adolescencia. Y al comienzo disfruta mucho, pero no tarda en sentirse un poco un bicho raro. Se da cuenta de que las demás niñas van con moños perfectos, son hijas de padres adinerados. Se les nota otro aire de familia.
OR: Sí. Totalmente. O sea yo iba con mis dos trencitas que mi madre me hacía para ir a clase. Para que no cogiese piojos. Y ellas iban con su moño, incluso con laca. Cosas así...
AP: Esa diferencia de clase también la siente en la ropa.
OR: Yo, o bien lo había heredado o había ido a otra tienda más barata…
AP: Sus compañeras visten maillots y prendas de la tienda del club.
OR: De hecho, incluso me miraban así, un poco como diciendo, ¿y esta chica de dónde ha salido?
AP: Con todo, tiene unas cualidades extraordinarias para la rítmica.
OR: Normalmente cada gimnasta tiene más flexible una cadera que otra. Sin embargo, a mí me ocurría algo extraño y es que con ambas piernas podía hacer la misma posición.
AP: Está llamada a ser una deportista de élite, pero antes tiene que superar sus distracciones.
OR: Se me olvidaba quitarme la camisilla, que es una parte de la ropa interior. Entonces iba a la sala con la ropa interior encima de la ropa de entrenamiento y, claro, todo el mundo se reía, y yo me sentía… como, ni me daba cuenta de que se estaban riendo.
AP: Y si no era la ropa interior, era otra cosa.
OR: O me ponía los pantalones del revés. Me perdía todo el rato, no me aprendía los montajes, no sabía desfilar…
AP: Ese comportamiento pone a prueba la paciencia de Laura y sus ayudantes.
OR: Fue todo un reto para las entrenadoras que yo consiguiese salir a un tapiz. Porque yo soy muy descoordinada.
AP: Sus despistes la obligan a aprenderse de memoria el protocolo para desfilar ante las juezas.
OR: Tienes que hacer estos pasos, que son ocho y tal, y luego otros cuatro. Incluso me mandaban escribirlo.
AP: Su entrenadora Laura, que con los años se convertirá en una especie de segunda madre, tiene un temperamento vehemente, impulsivo.
OR: Laura era de carácter muy intenso. Cuando te mostraba cariño te mostraba mucho cariño y cuando te mostraba frustración, te mostraba mucha frustración.
AP: Sus métodos son en ocasiones… intimidatorios.
OR: Sí que recuerdo que solía acudir bastante a la amenaza de alguna forma. No sé, quizá de manera inconsciente.
AP: A pesar de las complicaciones, entrena sin descanso.
OR: Entrenaba cinco horas y media de lunes a viernes; ocho horas los sábados; y los domingos, cuatro horas o descansaba. Depende. Yo prefería entrenar.
OR: ¿Es que vas a acabar siendo una segundona? ¿O tú qué prefieres quedar primero? ¿Quedar segundo? Y yo como… ¿me das dos opciones?, pues segunda siempre segunda, o sea, todo lo que sea más lejos del pódium.
AP: Y, además, tiende a hacer amigas entre los contrincantes, algo que en la alta competición no está bien visto.
OR: Estaba totalmente prohibido el entablar una relación o incluso simplemente una conversación con otras rivales de otros clubs.
AP: Este era el ambiente de Olatz y sus compañeras. Así va pasando el tiempo. Pero ese ritmo extenuante, donde el gimnasio es el centro de la vida, pronto se ve alterado por una rutina más, una rutina asfixiante.
OR: Por ejemplo nos pesaban lunes, miércoles y viernes. Algo así.
AP: La báscula “entra” en el gimnasio. Y se vuelve un trámite angustioso.
OR: La báscula pues era digital. Te subías. La entrenadora anotaba el peso en una tabla Excel y hacían ahí como un control.
AP: Hay que empezar a defenderse de los números…
OR: La noche anterior no cenaban o de repente corrían mucho más, mucho más rápido, se ponían a saltar…
AP: Y las entrenadoras no se daban cuenta, o no querían darse cuenta.
OR: O sea ya nos habían pesado, pues comentábamos los pesos… Siempre se veía más contenta quién había adelgazado, incluso se la felicitaba…
AP: El control del peso tiene que ser consensuado con la Agencia Española para la protección y la salud en el deporte. Un trámite, un permiso, que Laura se había saltado.
OR: Se mandaban ciertos castigos a quien hubiese engordado: saltar a la comba como cien veces o doble salto, no sé si sabes lo que es…
AP: Ahora mismo Olatz está en medio de dos fuegos. Por un lado, Laura vigila milimétricamente el peso de cada una de las niñas. Por otro, su padre cree que una gimnasta que gasta tanta energía tiene que alimentarse bien.
OR: Barritas, y frutos secos. Incluso me ponía batidos de fruta. Él no quería que pasase hambre y no la pasaba, la verdad.
AP: Por ahora la anorexia está aún por llegar. Olatz tiene apetito y come sin vergüenza. En un campeonato, cuando tiene 14 años, incluso diseña un plan para comprar dulces sin que las entrenadoras lo descubran.
OR: Bajamos al supermercado y compramos una serie de batidos, galletas, chocolate y lo subimos todo a la habitación.
AP: Casi las pillan, pero se dan un festín.
OR: Comimos muy contentas y después escondimos todo. No en la papelera, sino que quitamos la bolsa de la papelera y pusimos debajo lo que habíamos comido y encima pusimos otra vez la papelera para que pareciese que la papelera estaba vacía.
AP: Y, así, mientras tiraban de ella hacia un lado y hacia otro, llegamos a un momento crucial de esta historia.
[Escuchamos sonidos de torneo gimnástico]
OR: Me di cuenta de que era una gimnasta y lo asocié a su extrema delgadez, también.
AP: Es el Campeonato Europeo de 2018. Olatz es una espectadora de lujo y queda fascinada con las gimnastas de los países del Este. Admira la belleza en la ejecución de los ejercicios, pero también su extrema delgadez. Y quiere imitarlas.
OR: Fue cuando comencé con las conductas restrictivas propias de la anorexia.
AP: Tanto, que empieza a obsesionarse con la comida.
OR: Cada vez que me enfrentaba a ingerir un alimento, acudía a mí un sentimiento de culpabilidad muy grande…mucho temor…
AP: Si va al supermercado, analiza las calorías con detalle y estudia cómo compensar la ingesta de alimentos.
OR: En Navidad me acuerdo de que me puse a buscar cuántas kilocalorías tiene una gamba...
AP: Empieza a prohibirse alimentos.
OR: En primer lugar decidí abandonar las galletas del desayuno.
AP: La lista aumenta cada día.
OR: . Los cereales, solo tomaba copos de avena. Después el pan, luego no comía pasta, dejé de comer incluso los filetes…
AP: Además, estaba la dieta que le habían facilitado en el Club.
OR: Se basaba en pavo, pollo… todo desnatado.
AP: Pero Olatz se inventa artimañas para no comer ni siquiera eso y disimular. Si por alguna razón se desvía de esas pautas tan estrictas que ella misma se ha puesto, le asalta la culpabilidad…
OR: Esa tarde había tomado como pipas peladas, un puñadito pequeño, y me sentía muy, muy mal. No podía seguir comiendo.
JAE: Nada es gratis. Empeñada en alcanzar la perfección estética y la delgadez de sus referentes y empujada por unos entrenamientos extenuantes, Olatz ha llegado al límite.
OR: Casi no me tenía en pie, continuamente me mareaba.
JAE: Había que tomar una decisión.
OR: Acababa de ser la noche de Reyes, pues fuimos a urgencias.
JAE: En un segundo, volvemos.
PAUSA
JAE: El 8 de enero de 2019, el día en que sus compañeros reanudan las clases después de las vacaciones de Navidad, Olatz es internada en el Hospital de León. Tiene 15 años.
OR: La doctora se quedó un poco extrañada, porque fui yo quien dije todo, le dije tengo anorexia.
JAE: Las pacientes como ella no suelen ser conscientes de su enfermedad. Pero Olatz, sí. Padece anorexia restrictiva, no ve su imagen distorsionada en el espejo, no se provoca vómitos ni consume laxantes. Come lo mínimo. Antonio Paniagua continúa con la historia.
CAP: En el fondo, Olatz se alegra de su hospitalización. Sabe que ha llegado a un punto de no retorno.
OR: Yo no me veía capaz de mejorar en otro sitio que estando ingresada. Porque estaba ya en un punto en el que no… no podía volver a ingerir otros alimentos y siempre tendía a quitar y quitar y quitar.
AP: Sus primeros días en el hospital suponen un shock. Comparte habitación con una mujer moribunda, de 72 años. Está en cuidados paliativos a causa de un cáncer.
OR: Estaba en un estado metastásico. Y la pobre siempre aludía… por las noches decía sobre todo que quería morir, que no aguantaba más, que por favor le pusieran más morfina. Una serie de cuestiones que en cierto modo me afectaban emocionalmente.
AP: Cuando llega el turno de la primera comida, Olatz recibe la bandeja. El menú está diseñado para un enfermo, para cualquier enfermo, pero no para ella, que prácticamente no prueba bocado.
OR: Tortilla, pastel de pescado con mayonesa, y de postre, creo que eran unas natillas o algo así.
AP: Picoteó algo del pastel de pescado.
OR: Estaba ahí mi madre al lado. Me decía: “venga hija, pruébalo al menos, por favor”.
AP: Ese fracaso inicial se traduce en que, ya estando ingresada, pierde otro kilo más. Y entra en bucle.
OR: Me daba mucha impotencia, me sentía muy egoísta. Yo creo que los que peor lo pasan son de hecho los padres, porque es horrible.
AP: El endocrino ordena que se le cambie el menú. También le quitan el móvil y toman medidas estrictas.
OR: Pusieron un candado en el baño. Me acuerdo cuando vino el cerrajero. Pusieron un cartel en mi puerta…
AP: Son en total cuarenta días de ingreso con un control exhaustivo por parte del equipo sanitario. El médico endocrino se convierte en un aliado.
OR: Yo sentí incluso más ayuda por parte, psicológicamente, por parte del endocrino. Porque sentía, me sentía muy entendida. Realmente él trataba explicarme todo con aspectos más científicos, químicos y demás que a mí me hacían sentir más tranquila y decir jolines, que necesito estar nutrida.
AP: En el mes de febrero recibe el alta hospitalaria. Consideran que ya está fuera de peligro. Pero ella no lo tiene tan claro…
OR: Me sentí totalmente desolada, en el sentido de que ya no me estaban controlando. Todo dependía en cierto modo de mí y de mis comportamientos.
AP: Tiene que seguir yendo al endocrino, la nutricionista, el psiquiatra y la psicóloga. Su madre y sus hermanos la reciben con cariño. El padre recela.
OR: Le costó mucho aceptar que yo tenía esta enfermedad, entonces no me trataba como tal y no tenía ese cuidado en cierto modo que quizá debemos tener.
[Sonido de campanas en el pueblo]
AP: Olatz ya está en casa, con los suyos, de vuelta en Villasabariego, pero se muestra insegura y desconfiada. No sabe qué hacer con su tiempo libre.
OR: Fue una etapa bastante difícil.
AP: Hasta que en un momento dado, y sin que nadie lo espere, una de sus antiguas entrenadoras la encuentra por Instagram. Le invita a que se dé una vuelta por el gimnasio. Y Olatz toma una decisión que sorprende a todos.
OR: Y nada, pues regresé a los entrenamientos, en un principio solo eran visitas…
AP: A nadie le gustaba.
OR: Los doctores en el hospital, la psicóloga, el servicio de psiquiatría me recomendaron, casi me obligaron a no regresar, pero...
AP: Había tomado una decisión.
OR: Pero luego acabé volviendo a entrenar.
AP: A Laura, la entrenadora, sí le gustó.
OR: Recuerdo que también estaban muy preocupadas y en cierto modo prometían no volverme a pesar, tener mucho cuidado…
AP: Pero esa promesa tarda poco en inclumplirse. Olatz vuelve a subir a la báscula. Aunque con trucos.
OR: De espaldas. Yo no veía el peso. Yo asocio que siempre la próxima vez que me vayan a pesar tengo que reducir ese número.
AP: Pesan a Olatz de espaldas, pero no es suficiente y vuelve a caer en la rueda.
OR: Sentía que volvía a la alta competición y que todo volvía a ser igual y quise abandonarlo.
AP: Con un cambio de escenario. Laura le consigue una beca de residencia en el Centro de Alto Rendimiento de León.
OR: Tengo buenos recuerdos de ella. La comida y los cocineros eran súper, súper amables y la comida súper rica, la verdad.
AP: En la Residencia todo parecía en orden, pero al poco reaparece la angustia.
OR: Porque volví a sentir todo ese malestar que había sentido, que me había llevado al ingreso. Pensé “Uy, igual no debería”.
AP: Hablamos de una depresión?
OR: Sí sí.
AP: Y Olatz entonces dice basta. Se va. Olatz se despide de una vez por todas de la gimnasia. Pero no de su entrenadora, de Laura…
OR: … por miedo.
AP: Con ella no se atreve a hablar.
OR: Tenía mucho miedo de volver ahí, a ese entorno y no me vi capaz, la verdad.
AP: Cuando todo parecía ordenado, la historia gira de nuevo. El ingreso, los rechazos, las nuevas restricciones… Todo eso que le ha acompañado durante años iba a servir como espoleta de una situación explosiva. Porque su marcha parece encender la mecha…
OR: Pues una vez yo abandoné la rítmica, otras gimnastas comenzaron como un proceso judicial. Abrió una investigación.
AP:Entre las denunciantes está Elena, la chica que compartió habitación con Olatz.
OR: Otras compañeras sí que recibían estos comentarios como despectivos en torno a su físico. Pues muy, muy recurrentemente.
AP: Insultos como ‘Mazapán, inútil”...
OR: Denunciaron precisamente por comentarios como… “Bollycao”…
AP: Cuatro entrenadoras del centro, entre ellas Laura, están siendo investigadas. De momento, hasta que se aplique el reglamento de régimen interno, no pueden seguir entrenando al equipo júnior.
OR: Sé que eso que ya no están en el CAR, ya no pueden entrenar a gimnastas de la Real Federación Española de Gimnasia…
AP: Pero Olatz no las ve como las culpables de su situación.
OR: Yo creo que fueron múltiples las circunstancias que influyeron. Sí que puede haber ciertas partes de responsabilidad, tanto ajenas como propias, pero no creo que haya ningún culpable.
AP: A todo esto, cuando se está adaptando a su nueva vida, lejos del tapiz, llega la pandemia y el país colapsa.
OR: De hecho, yo me atrevería a decir que me sentó bien. Necesitaba en cierto modo un tiempo para recapacitar todo lo que había sucedido.
AP: Es entonces cuando piensa que debe hacer algo, compartir su historia...
[Escuchamos un vídeo de Olatz]
“Me llamo Olatz Rodríguez Cano, tengo diecisiete años y sufro, y sobre todo sufrí de anorexia nerviosa restrictiva.”
OR: En el momento en que decidí publicar un vídeo en Instagram con el fin de contar mi experiencia con la anorexia…
AP: Lo hace 8 de junio de 2020, y el vídeo se vuelve viral: casi 80.000 reproducciones, 600 comentarios.
OR: …y la repercusión que tuvo fue totalmente inesperada.
AP: Ella sabe que todo eso va más allá.
OR: Por querer ayudar de alguna forma, y cambiar esa percepción que suele tener la sociedad acerca de estos trastornos, porque no se reducen a algo físico...
AP: Así que escribe un libro, ‘Vivir del aire’, publicado por la editorial Planeta.
OR: Quiero ayudar, quiero dar voz a estas enfermedades porque siento que a mí me hubiese gustado poder acudir a este tipo de herramientas, ¿no? De alguna forma.
JAE: A día de hoy Olatz se sigue recuperando de su trastorno. Una de las consecuencias de su enfermedad son los desajustes hormonales. Por ejemplo, en el libro Olatz cuenta que con 19 años aún no le había bajado la regla…
OR: Ya lo estoy recuperando. Después he tenido otro tipo de problemas, todo a raíz un poco de lo de lo mismo. Pero yo creo que es cuestión de que todo se regule y ya está.
JAE: Ha vuelto a su buen humor. Y quiere dejar claro que la anorexia tiene cura.
OR: Ya me voy sintiendo más tranquila y más libre a la hora de ingerir los alimentos, sin pensar que comí antes…
JAE: Lejos de la tutela de los padres, le ha ido bien estudiando Medicina en la Universidad Complutense de Madrid.
OR: Me ha gustado mucho Física Médica, Bioquímica... También me gusta mucho Inmunología…
JAE: Aun así, no está contenta del todo…
AP: ¿Pero te quieres poco?
OR: Trato de ignorarme. O sea, no es que me odie ni que me quiera. O sea, simplemente es como “Hala. Olvídate”.
JAE: Es poco frecuente que una persona de su edad tenga un discurso tan elaborado, tan analítico. Pero dice que en terapia le cuesta expresarse y a veces le asaltan las dudas.
OR: No sé si tiene que ver con la depresión, pero llega un punto en el que digo: “¿Y si todo lo que he pensado realmente es una construcción y nada tiene que ver con la realidad?” Eso se me pone malísima, es como ¡Oooh! No sé.
JAE: El baile sigue presente en su vida.
OR: A veces [Ríe]. O sea en mi habitación y eso a veces sí.
JAE: Y harta de esos moños tan apretados que exigían muchas horquillas, Olatz se ha rapado la nuca.
OR: De hecho, ayer fui a la peluquería y me rapé el pelo, con el fin de estar más cómoda. Y me da igual.
JAE: Gracias, Olatz, y gracias a Antonio Paniagua. Según los datos de la Fundación Fita, en España unas 400.000 personas sufren trastornos de la conducta alimentaria. 300.000 de ellas son jóvenes. A raíz de la pandemia, los expertos señalaron que los ingresos por esta causa se dispararon en un 20%.
Esta ha sido una más de las historias de Fuera del Radar. Un podcast de periodismo narrativo que se mueve más allá de la noticia. Gracias por escuchar.
Fuera del radar es un podcast narrativo desarrollado por los periodistas de las cabeceras regionales del grupo Vocento. La edición y coordinación general es de Andrea Morán, la producción sonora de Rodrígo Ortiz de Zárate con la ayuda de Iñigo Marín Ciordia y la dirección y producción ejecutiva es de José Ángel Esteban.