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Carmen Delia Aranda y / Las Palmas de Gran Canaria
Jueves, 1 de enero 1970
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Pocas películas de terror pueden presumir de tener tanta profundidad como La invasión de los ladrones de cuerpos. Dirigida por Don Siegel en 1956, este clásico aúna terror, fábula política y ciencia ficción con una trama sencilla y espeluznante.
Esta obra, que con los años se ha convertido en una película de culto, transcurre en una pequeña ciudad estadounidense del estado de California donde la gente empieza a experimentar cambios importantes.
La alegría, la tristeza, la compasión y la empatía se extinguen en una población que, poco a poco, va siendo reemplazada por sus clones alienígenas. El disenso está prohibido. Todos deben responder de la misma forma a los estímulos externos y, quien no se ajusta a esa norma, es perseguido para ser suplantado por su doble desalmado.
¿Qué es lo que nos humaniza? ¿Nos estamos insensibilizando respecto a los demás? ¿Es la sociedad una máquina homogeneizante? ¿Puede aparecer un nuevo orden político que nos impida expresar pensamientos y sentimientos en libertad? Estas son algunas de las preguntas que lanza esta cinta inspirada en una novela de Jack Finney y que fue llevada al cine por otros tres cineastas: Philip Kaufman (1978), Abel Ferrara (1993) y Oliver Hirschbiegel (2007).
Sin grandes efectos, ni sustos, el miedo se inocula lentamente y toca las fibras más sensibles del espectador. Porque ¿acaso hay algo más aterrador que la pérdida de la identidad? De hecho, lo más preocupante es que quizá no haga falta que vengan los extraterrestres para que se imponga un pensamiento único.
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