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Olvidado el intento por parte de Tim Burton de reflotar un clásico de la historia del cine de ciencia-ficción con una versión moderna rematadamente fallida que abrió el nuevo siglo, quedó abierta definitivamente una nueva saga con la sabia decisión de apostar por la precuela de una de las series más mitificadas del celuloide fantástico. 'El origen del planeta de los simios', estrenada en 2011, convenció, sobre todo, por el pulso de su director, Rupert Wyatt, quien supo dotar al filme de una energía especial que el responsable de Eduardo Manostijeras parece incapaz de recuperar en los últimos bandazos de su carrera. Uno de los puntazos de la película fue la presentación del mono César, líder de la revuelta animal, interpretado gracias a las maravillas de la infografía por Andy Serkis, actor especializado en este tipo de desafíos, el mismísimo Gollum en las adaptaciones tolkianas de Peter Jackson. Matt Reeves, firmante de la polémica 'Monstruoso', aceptó la difícil misión de comandar 'El amanecer del planeta de los simios', la continuación de la certera franquicia, cumpliendo con nota alta la difícil tarea asumida, igualando en calidad a su predecesora, heroicidad que repite en 'La guerra del planeta de los simios', uno de los pocos ejemplos recientes que denotan que un producto que parte del reciclaje de ideas puede funcionar más allá de los números a pesar del yugo de lo comercial. Un blockbuster de verano con enjundia es posible.
'La guerra del planeta de los simios' es cine bélico, tal y como suena, y además del bueno. Reeves supo explotar emocionalmente en su anterior capítulo, cercano al western, el personaje de César, un primate más humano que los humanos, la estrella absoluta de la serie. La nación simia y los humanos supervivientes entran en guerra tras el virus apocalíptico que merma la civilización para desvelar cuál será definitivamente la especie dominante sobre la Tierra. Hay conflictos morales en un filme que, de nuevo, lejos de presentar a los monos como villanos, apuesta por una posible convivencia en busca de una sociedad mejor. César y su gente vuelven a ser los protagonistas del relato, desmarcándose de la línea habitual de este tipo de encargos, remarcando un discurso político evidente, un mensaje de denuncia a la manía extendida de desconfiar de todo aquello que sea diferente, mancillándolo a ser posible.
No faltan las poderosas escenas de acción que brindan las imágenes generadas por ordenador, aunque por encima de su espectacularidad brilla con mayor intensidad la expresividad de los animales infográficos, con abundantes primeros planos, arropados fielmente por un plantel de actores de carne y hueso que se creen sus papeles a pies juntillas y terminan de dotar de fuerza con su entrega -actuando frente a simples referencias que cobran mayor vida a posteriori gracias a las nuevas tecnologías- a un divertimento absoluto que invita a la reflexión sin olvidarse del entretenimiento. Inevitable el paralelismo entre lo que acontece ante nuestros ojos en la gran pantalla y el actual momento que vivimos políticamente hablando. No estaría de más que el mismísimo Donald Trump se tragase la saga del tirón en la sala de proyección privada de la Casa Blanca. Quizás se le indigesten las palomitas.
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