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Volatilidad electoral

Jueves, 1 de enero 1970

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La Gran Recesión de 2008 transformó el sistema de partidos tanto en España como en el conjunto del Viejo Continente. Y la crisis que sobreviene, que se proclama por parte del Fondo Monetario Internacional de una dimensión aún mayor, hará lo propio. La incertidumbre social campará a sus anchas, persistirá la proletarización de las clases medias y menguarán las expectativas intergeneracionales, muy alejadas ya del paradigma de éxito de las tres décadas de oro del Estado del Bienestar acontecido en la Europa de posguerra hasta la primera crisis del petróleo de 1973 que certificó (presuntamente) la inviabilidad del keynesianismo. Todo ello, acompasado de la posmodernidad donde los cánones clásicos de estructuración social se ven reemplazados por la instantaneidad y el mundo líquido teorizado por Zygmunt Bauman, provoca inevitablemente cambios políticos significativos.

En muy poco tiempo, en menos de una década, el bipartidismo imperfecto ungido en la Transición fue reemplazado por el multipartidismo desde los comicios europeos de 2014 que, por otra parte, obligó a la abdicación de Juan Carlos I a favor de su hijo Felipe VI. Vislumbraron, con acierto, que el horizonte mutaba. Un recambio en la Casa Real cuyo valor como comodín ha sido escaso desde que han salpicado las supuestas corruptelas del monarca y que justo Felipe VI conocía desde hace un año y, sin embargo, pensó que con un comunicado de prensa un domingo por la noche al alimón de la emergencia del coronavirus quedaría despachado el asunto. Para nada. Al potencial recorrido judicial de Juan Carlos I en el extranjero se une la responsabilidad política que debe ser ventilada en el Parlamento a son del inexcusable debate en una comisión de investigación. Esto al PSOE le va a causar un enorme quebradero de cabeza pues pronto colisionará el republicanismo vociferado en el escaparate con la vocación dinástica practicada por el aparato que le ata al sistema.

Recordemos: Podemos nació tras el 15M, Ciudadanos emergió y se desploma en apenas unos cursos, el PP tiene a Vox pisándole los talones sin saber cómo lidiar con él, la ultraderecha se encastilla en una concepción de España ultramontana donde el rey (y su defensa) es exclusividad suya y, por último, el PSOE está en una precariedad electoral que a poco que pierda la presencia institucional provocará un dilema interno considerable sobre cómo afrontar el futuro. Si miramos a Alemania, la extrema derecha ha retornado. Y en Francia el socialismo prácticamente ha desaparecido. Insisto, en un intervalo corto, muy corto.

Cuando esta pesadilla finalice, la sociedad no regresará sin más al día previo en el que se activó el estado de alarma. Las cosas serán diferentes. Principalmente, todo aquello que esté por venir. Todavía es prematuro definir por completo el marco. Aunque sí hay una clave que puede anticiparse: la volatilidad electoral que es, en suma, la que altera el sistema de partidos. Ocurrió en 2008 y acontecerá ahora. Y serán los procesos electorales que vayan celebrándose los que, poco a poco, cuando no abruptamente, anuncien qué arquitectura política imperará. La pugna entre las diversas siglas se recrudecerá, lo que obliga a su permanente regeneración. En fin, un mercado electoral confuso donde aquel que no reaccione y sea competitivo lo pagará caro.

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