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Una respuesta al sinhogarismo

Una respuesta al sinhogarismo

Jueves, 1 de enero 1970

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Segundo día de la segunda fase. En menos de un mes, la nueva normalidad. La pesadilla termina y, poco a poco, con mascarillas pero sobre todo euforia, recuperamos nuestra libertad. Una autonomía que, sin embargo, no todos celebran. No lo harán, por ejemplo, los 27 sintechos que conviven en el albergue de Jinámar. Ellos son de los pocos que están saboreando con gusto los largos meses de cuarentena. Por primera vez en mucho tiempo reciben la atención que todo ser humano merece. Sí, han recuperado el bienestar y la dignidad. Pero lo han hecho solo de manera temporal.

Porque con el fin de la desescalada, los cajeros, puentes y edificios en ruina les espera. Tocará volver a la dura realidad. Pasarán de las tres comidas diarias, de una atención médica completa por el centro de salud del barrio, del tratamiento de sus adicciones, y de hasta echar unas canastas y un ping-pong, a reencontrarse con el terror y desamparo del que vive las 24 horas expuesto a las inclemencias de la calle.

Será duro hasta para la propia ciudad de Telde abrir las puertas del pabellón e invitar a marchar a estas personas sin hogar. ¿Para cuándo otra pandemia?, se preguntarán ellos, aferrados a sus pocas pertenencias y mentalizándose del regreso al infierno. El Consistorio promete seguir haciéndoles un seguimiento, pero seamos realistas, la mayoría caerá de nuevo en las garras de las drogas y el alcohol. Las tentaciones ganarán la batalla y terminarán tirando por tierra todos los avances. Es la única manera de dulcificar la dureza de dormir a la intemperie.

Ojalá que, al menos, esta traumática experiencia sirva para algo. El sinhogarismo es un problema mayúsculo que molesta, un tema desagradable cuya solución más sencilla es hacer como que no existe. Al fin y al cabo Juana Rodríguez no se manifiesta ni organiza caceroladas. Ella resistió, primero en el parque de San Juan y después en la estación de guaguas, hasta que un alma caritativa le dio un techo para vivir. Pero la mayoría no tienen esa suerte y pronto nos los volveremos a tropezar. Pero no nos apartemos con repugnancia, reivindiquemos a las instituciones recursos alojativos donde los sintechos tengan una segunda oportunidad. Esto sí sería una lucha justa por la que movilizarse, y no los lloros de los que más tienen por no poder ir a jugar al golf.

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