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El adiós pocas veces se anuncia antes de que suceda. Llega, te golpea, te cambia para siempre. El dolor no hiere tanto como recuerdo del que se va. Sobre todo si era bueno. Es bueno. No todos los que se marchan son buenos, aunque el tópico se repita como un mantra. Pero este sí. Él era bueno con mayúsculas, sin sombras ni desmentidos. La sentencia es unánime entre todos los que lo conocimos y lo añoramos. Marcos era noble y recto, mérito de sus padres. Solo dejaba de estarlo cuando se tumbaba para cabalgar a lomos de su caballo rojo italiano. Yo siempre tuve miedo, lo admito. Él se transformaba, era valiente, imparable, feliz. Dejaba de ser aquel niño tímido y distraído que llegó tan pronto y rápido a este mundo como se fue. Era el único momento en el que hacía ruido, cuando rugía en el asfalto. Esos momentos los soñó millones de veces y ni la también injusta partida temprana de su primo Rayco, coetáneo de juegos y travesuras, frenó sus ganas de surcar las carreteras montado sobre dos ruedas.

Quienes le conocieron como compañero de vivencias no tienen palabras sin lágrimas para explicar su adiós. Se agolpan gestos, anécdotas y fotos para recordar momentos tallados en la retina para siempre. La suya es la historia de tantos moteros que se fueron respetando los códigos y asumiendo el miedo de los demás. Su ejemplo vuelve a negar el estigma que pesa sobre un colectivo al que le une su pasión por rodar tanto como el prejuicio social de las imprudencias de unos pocos que no representan al grupo. No es justo ni razonable juzgar a todos por igual.

Por moteros responsables y la seguridad de todos, porque le puede suceder a cualquiera, es necesario seguir reivindicando mayor protección y seguridad vial. Una mayor inversión en el mantenimiento y mejora de las carreteras y la desaparición de las cuchillas guardarraíles que tantas almas se han cobrado ya. Nadie está a salvo de ellas, ni conductores ni peatones. Es urgente, muchas vidas están en juego.

Queda la calma, que no el consuelo, de pensar que la moto era un sueño cumplido. Para nosotros quedará el legado de un hombre que dejó huella sin aspavientos ni las ambiciones materiales que se estilan en un mundo que corre más deprisa y hace mucho más ruido que su moto. Aún no he asimilado tu partida, como la de tantos hijos, hermanos o nietos que se fueron en la carretera sin merecerlo. Ojalá tu recuerdo nos haga mejor a todos los que te queremos. Y sirva también para reivindicar mejoras en la red viaria y el respeto a los moteros. La vida se nos oscureció en un instante, pero en aquel eras feliz. Ráfagas al cielo por Marcos.

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