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Un rey emérito dilapidador

«Incluso para los que, pese a todo, hemos defendido este sistema monárquico, se hace difícil asimilar el golpe»

Lunes, 20 de julio 2020, 14:39

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Gaumet Florido

Es difícil no indignarse con las informaciones que está deparando la investigación judicial abierta al rey emérito Juan Carlos I por el supuesto cobro de comisiones en Arabia Saudí. A su lado, la polémica en 2012 por la no menos irritante estampa del monarca henchido de orgullo por haber matado a tiros a un elefante en Botsuana queda casi en una anécdota.

Meter la mano siempre es feo, al nivel que sea y por quien sea, pero que supuestamente lo hiciera el rey, es decir, el jefe del Estado, y con el manejo de cifras tan obscenas, nada menos que entre 65 y 100 millones de euros (que sepamos, claro), se hace inasumible para un país que presume de que una de sus máximas es la igualdad de todos ante la ley (aunque esta pretensión no sea más que marketing legal y la propia Carta Magna española declare inviolable la figura del rey).

Da la sensación de que, si todo esto al final se demuestra, Juan Carlos I ha actuado con impunidad, con altanera prepotencia, sintiéndose el amo de la finca. Y no, esto hay que cambiarlo. No puede ser que alguien en España, por muy alta que sea la institución a la que represente, se sienta tan superior e intocable como para reírse a su antojo en nuestra cara. Cuando leo estas noticias, pienso en mis padres y en la fe ciega que su rey les despertaba. Ahora veo que les ha tomado el pelo. A ellos y a todos. A mí también. De verdad pensé que la jefatura del Estado en España no se pringaba con estas veleidades, que el rey sabía que su legitimidad ante el pueblo no solo se la daba una constitución votada hace más de 40 años y ya algo caduca para los que entramos en el siglo XXI, sino que debía renovarla día a día con su escrupuloso servicio a los intereses del Estado, su exquisita neutralidad, o su respeto a la ley y a las obligaciones de su cargo. Una institución como la que ha encabezado, de tan difícil encaje en un régimen democrático, necesita ganarse su vigencia de forma permanente.

Pero Juan Carlos ya perdió su aura. Ha dilapidado todo lo que conquistó. Ahora está por ver en qué medida ha dejado tocada a la monarquía y al actual rey, Felipe VI. Incluso para los que, pese a todo, hemos defendido este sistema, se hace difícil asimilar el golpe. Tengo la sensación de que va siendo hora de que los españoles tengan otra vez la oportunidad de refrendar, o no, nuestra monarquía parlamentaria. Eso sí, por los cauces legales. Sin atajos a la catalana.

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