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Nació en San Sebastián, pero siempre asocié a Ramón Jáuregui al icono del Bilbao sucio, gris e industrial que ofreció una suerte de masa social y dirigentes al socialismo. La margen izquierda (la proletaria) y la derecha (la burguesa del PNV) de la ría del Nervión que históricamente protagonizaban un conflicto de clases. Esa disputa tan ideológica, intergeneracional y de justicia social que Ramiro Pinilla en sus novelas retrató con lucidez a la perfección. Jáuregui tiene el cuño de un socialdemócrata clásico, que combinó la experiencia propia en las filas del PSOE como reputado dirigente con un paso previo por el mundo laboral que conoció de joven y lindado a la UGT. Él es, como dirían los nostálgicos, un político de los que ya no quedan.

Justo siendo ministro de Presidencia en la recta final de José Luis Rodríguez Zapatero en La Moncloa fue quien propulsó la comisión de expertos sobre el Valle de los Caídos. Por lo que, cuando no es por una cosa o por la otra, le persigue el don de la oportunidad. Y lo capea con la moderación y la educación en las formas que le permite sopesar sus opiniones antes de compartirlas con la sociedad. Pero, ante todo, al eurodiputado le distingue que puede abordar muchas temáticas: la vasca (que es la suya y que conoció en primera línea desde los años de plomo), la territorial y catalana (es el autor nada más y nada menos que de la declaración de Granada como modelo territorial propuesto por el PSOE), la socialdemocracia sobre la que ha teorizado y los riesgos de una Europa repleta de populismos y untado por el auge de los extremismos ideológicos.

Jáuregui no forma parte de la generación de Felipe González ni de la de Zapatero. Sin embargo, consiguió, por su valía, no quedarse a medio camino y hacerse un hueco en la escala nacional que fue colmado con su nombramiento como ministro. Fue hombre próximo en Ferraz a secretarios generales como Joaquín Almunia y Alfredo Pérez Rubalcaba. Y precisamente su trayectoria tuvo un punto de inflexión cuando Almunia es elegido jefe en Ferraz y le pide que lo saque de Euskadi y le otorgue otras responsabilidades porque está cansado intelectualmente del nacionalismo como monotema. Jáuregui tiene un lado humano que debería ser lo habitual y que, por el contrario, escasea en los actores presentes en el ámbito público. Va de suyo que fue un disfrute compartir ayer mesa con él en el salón de actos de CANARIAS7. La presentación de su último libro, Memoria de Euskadi. El relato de la paz (Catarata), concitó la expectativa que merecía el encuentro. A fin de cuentas, es un referente al que acudir para el centroizquierda que aspira a representar a una mayoría social.

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