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Tiempos de involución

Tiempos de involución

Jueves, 1 de enero 1970

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Procuro siempre diferenciar mis deseos de la realidad sin que eso me produzca pequeñas ni grandes frustraciones. Tener siempre presente que, en muchas ocasiones, mis planteamientos coinciden con los de otra mucha gente y en otras son absolutamente minoritarios. Vivimos, afortunadamente, en una sociedad plural. En la que tenemos unos principios básicos comunes de convivencia, pero que luego permite un amplio abanico de interpretaciones y pensamientos.

Además, algunas de las reivindicaciones que en su momento, hace cuatro décadas, defendía, con la palabra y movilizándome en la calle, de forma minoritaria entonces –los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, el rechazo a la discriminación de las personas LGTBI, reclamaciones de protección ambiental de espacios naturales de las Islas, entre otros- han experimentado positivos avances, en la sociedad y en las leyes.

Aunque aún quede mucho por hacer, como plantean las organizaciones feministas en la huelga convocada para el próximo 8 de marzo, coincidiendo con la celebración del Día Internacional de la Mujer. Una jornada reivindicativa que aborda aspectos como la persistente brecha salarial entre mujeres y hombres, la invisibilidad e infravaloración del trabajo doméstico y los cuidados a personas o la pervivencia de la violencia machista.

Habrán falta muchas más movilizaciones, más ochos de marzo, más medidas legislativas, más compromiso social y cotidiano (también de los hombres), más educación, menos complicidad de sectores económicos, mediáticos y religiosos, para superar el machismo y sus lacras y alcanzar máximos niveles de igualdad en todos los ámbitos de la vida.

Mis deseos chocan con la realidad en el modelo de estado. Mi republicanismo está basado en razones de naturaleza puramente democrática. No concibo que nadie herede su puesto -ni en la administración pública ni en ningún tipo de empresa o actividad privada- y prefiero que las urnas elijan al Jefe del Estado. Incluso aunque éstas se decidieran por un peligro público como Aznar, cada vez más soberbio y situado por encima del resto de los mortales. Ahora, por cierto, también dedicado a apadrinar a Rivera en su proceso de profunda derechización.

No me gustó nada el discurso del rey sobre Cataluña, que algunos amigos y conocidos aplaudieron. Me pareció extremadamente duro, en el fondo y en la forma, y sin un resquicio para reconocer que, desde amplias mayorías, es posible establecer imprescindibles cambios constitucionales. Pero soy de los que cree que ayer y hoy –lo de mañana sería demasiado aventurado- la Monarquía se impondría en una consulta sobre el modelo de Estado; lo que, como demócrata, aceptaría sin dudar aunque no sea mi posición política.

Además, aunque prefiero la República no dejo de reconocer que hay estados con monarquías constitucionales –como algunos de los países nórdicos europeos- en los que existe un elevado nivel de calidad de vida, potentes servicios públicos, un significativo reparto de la riqueza entre el conjunto de la sociedad y una democracia muy estable. Y que, también, hay repúblicas que no pasarían con nota un examen sobre su aportación al bienestar colectivo, sobre su transparencia, sobre sus derechos y libertades.

Defiendo una España plural, en lo lingüístico (en mi caso, como canario, con nuestra particular forma de hablar el español), en lo cultural, en lo político, en lo nacional. Y las amenazas de huracanes homogeneizadores creo que nos empequeñecen y nos hacen menos libres. Estoy convencido de que solo desde el respeto a las ricas particularidades es posible construir un proyecto común atractivo, convincente e integrador.

Me preocupan mucho estos tiempos en que vuelven a secuestrarse libros. Con efecto boomerang: Fariña, el libro de Ignacio Carretero sobre el narcotráfico en Galicia se vendió inmediatamente como roscas gracias a la decisión de la juez. Y se censuran obras de arte en Arco (qué penosa la justificación de la socialista Margarita Robles), se intenta criminalizar a drag queen o a titiriteros o se justifica el endurecimiento del código penal desde el dolor de las víctimas aprovechado como instrumento electoralista. La propia Amnistía Internacional ha denunciado los retrocesos que ha experimentado la libertad de expresión en España. Como bien señala la Asociación de Profesionales de la Gestión Cultural de Canarias: «Ni una letra más tachada, ni un libro más secuestrado, ni un cuadro más descolgado».

No me dejé seducir por los abanderados de la nueva política. En parte porque esta tenía mucho de viejo, más o menos oculto. También por la dificultad de soportar a los que van por la vida alardeando de haber inventado todo. Como si las políticas sociales, la reivindicación y la conquista de derechos comenzara en el año 2014. Y, además, por la enorme capacidad en destruir las posiciones y opiniones de los otros mientras se encajan muy mal las críticas recibidas y apenas se ejerce la autocrítica; así como las deificaciones de líderes que, históricamente, no suelen terminar demasiado bien.

Lo sucedido en los dos últimos años confirma que las izquierdas son insuperables en su capacidad de enfrentamiento. Entre líneas rojas de unos y otros en determinados asuntos, han conseguido que se mantenga la línea azul de la reforma laboral, la LOMCE o la Ley Mordaza. Todo un éxito. De aquella posibilidad de un Gobierno de progreso, por moderado que fuera, pasamos a un panorama de desmovilización y de crecimiento de la derecha y del centralismo.

Considero inaceptables los niveles de pobreza y de precariedad laboral que padecemos; en Canarias muy por encima de la media estatal pese al crecimiento global de la riqueza en el Archipiélago, condicionada por el boom turístico. Rechazo, también, una legislación laboral, la aprobada por el PP, volcada en una de las partes, tremendamente agresiva, como reconocía Luis de Guindos. Una sociedad democrática no puede tolerar semejantes abismos sociales, no puede dejar en la cuneta, sin derechos ni expectativas, a tanta gente.

Y hoy, con las derechas desmelenadas, en los medios se dirime la batalla entre los españolismos más extremos: centralistas, conservadores y enemigos de la pluralidad. No solo no estamos a las puertas de un proceso constituyente, anunciado desde posiciones muy alejadas de la realidad. Nos encontramos, por el contrario, en el borde de una peligrosa involución. Es cierto que los procesos sociales no son líneas rectas ni carreteras expeditas. Están llenos de baches y de curvas peligrosas. Se producen avances y retrocesos. Pero, en estos momentos, considero que hay poco lugar para el optimismo.

Enrique Bethencourt

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