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Directo Vegueta se tiñe de blanco con la procesión de Las Mantillas

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Parece que ciertas dosis de ingenuidad son imprescindibles en la vida. Incluso, pensando en la operatividad social. Otros podrían, y no sin razón, llamarlo directamente engaño. Pensemos en la cantidad de jóvenes que tienen que tomar una decisión al comenzar sus estudios superiores. Como es natural, se montarán unas expectativas que estarán entrelazadas con la experiencia vivida en casa. La familia, de hecho, sigue pesando más que la religión o los amigos al elegir qué partido político votar. Entonces esos jóvenes entran en la Facultad creyendo que cuando salgan después de cuatro o cinco años pencando conseguirán una nómina razonable, un trabajo con condiciones dignas y así, poco a poco, como el que no quiere la cosa, formarán una pareja con la que tendrán hijos y comprarán un piso. Ese es el relato de la segunda mitad del siglo XX. Puede que los jóvenes de ahora estén más dispuestos a la decepción, pero los que se prepararon justo al calor de la crisis financiera no tuvieron opción para mentalizarse. Y se antoja inevitable encadenar contratos precarios, dejarse aprovechar por el empresario de turno o hacer de tu día a día un carpe diem para no caer en la angustia.

Aún esa calidad de vida propia de la clase media se estira en las generaciones más jóvenes porque sus padres, rozando ya la jubilación, se sacrifican. Entienden que el curso de la vida va indicando quiénes deben ir paulatinamente dejar paso a otros; en este caso, nada más y nada menos, que a sus hijos. Es un clásico.

De esto no hablan los políticos. Y seguramente tampoco tengan que hacerlo. Ni, por supuesto, ganas tendrán. Con Cataluña, un par de casos de corrupción y algunos chismes de pasillo que afecten al poder, hay portadas para rato. Pero esta España acuciada por la brecha intergeneracional, fracturada y cuyo ascensor social está roto, solo podrá mantenerse en modo aparente como hasta ahora amén de los progenitores. Estaría bien conocer cada mes con motivo de los datos de paro y afiliación a la Seguridad Social, qué sueldo reciben los que han conseguido, si es el caso, un puesto de trabajo. Un dato igual de relevante que el número de parados y que, sin embargo, desconocemos. De saberlo, podríamos hacernos una imagen de qué tipo de sociedad nos aguarda a la vuelta de quince o veinte años. Es decir, cuando los padres de la bonanza desaparezcan. Y publicar esto, que sí depende del Gobierno, quizá no lo hagan porque desde el poder se maneja mejor a una masa acrítica. O sea, como esos jóvenes que entran inocentes el primer día en la Facultad. Simplemente, no quieren que causen problemas.

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