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La reforma constitucional que se va a producir protagonizada esencialmente por el bipartidismo tiene, en última instancia, la intención de regenerar el sistema de 1978. Al alimón del asunto catalán, y obligado precisamente por ello, las fuerzas principales (incluidas las conservadoras) aceptan una modificación de la Carta Magna en aras de evitar males mayores. Y es que la eterna cuestión territorial personificada en la actualidad por el desafío independentista, a poco que se trasladara de Cataluña implicaba un cuestionamiento de otras cosas igual de importantes: el sistema electoral, el concierto vasco y navarro, la Corona,... Es decir, los actores primordiales se enrocan de cara a proteger al rey frente a un posible advenimiento de una Tercera República pretendida por Podemos que embaucara al centroizquierda. Al final, el PSOE hace un nuevo giro (en este caso al centro) después del proceso de primarias. La operación adquiere sentido de Estado al igual que en 2014 Alfredo Pérez Rubalcaba participó para facilitar la abdicación de Juan Carlos I a favor de Felipe VI.

El periodo constitucional que vivimos desde 1978 atesora más logros que defectos. Pero de cuando en cuando requiere sacrificios. Y es que la Gran Recesión de 2008 y la tensión independentista catalana desgarra las costuras constitucionales como en 1898 lo hizo la pérdida de las últimas colonias (Cuba, Puerto Rico y Filipinas) y el desastre de Annual de 1921 a la restauración borbónica (1874-1931).

Paradojas de la política, Pedro Sánchez tendrá que acompañar a Mariano Rajoy y olvidar cuando se enzarzaron en aquel debate en televisión con motivo de la campaña electoral de 2015 para preservar la arquitectura constitucional. Será una oportunidad para que su discurso y el de Susana Díaz sintonicen más que nunca. Porque, vista la situación, ahora Sánchez tendrá que obviar los anhelos propios de la izquierda y actuar como si fuera Cánovas o, para ser exactos, Sagasta.

Padecemos una crisis de Estado. Va para largo y corre el riesgo de enquistarse. El tiempo dirá. Pero, otra vez, Podemos se alineará ante el resto de formaciones (PP, PSOE y Ciudadanos) como la opción alternativa a las reglas conocidas (que califican como turnismo) y que algunos nacionalismos podrán secundar. Y Pablo Iglesias se lo recordará día sí y otro también a Sánchez que, a fin de cuentas, se ceñirá a oxigenar a la socialdemocracia en un país castigado por los efectos de la doble recesión económica y los cursos de austeridad. Eso sí, Sánchez queda desde ahora y de manera irreversible casado a esta responsabilidad de corte centrista; pero tendrá el aliento del electorado socialista del sur que estuvo durante las primarias con Díaz y que equipara o, si acaso, prevalece la unidad territorial a la identidad ideológica. La baraja se vuelve a repartir y, no lo duden, prepárense para un periodo histórico apasionante.

Columnista de

CANARIAS7

Opinión

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