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Si finalmente hay pacto de gobierno entre Coalición Canaria y el Partido Popular, el gran sacrificado será Pablo Rodríguez, vicepresidente y consejero de Obras Públicas. Si no lo hay, su continuidad será un milagro pero habrá quedado marcado como la primera cabeza que sus compañeros de partido pusieron en la mesa de negociación con los populares. Porque así de cainita y de cruel es la política: te llaman un día con el argumento de que hay que potenciar el nacionalismo en Gran Canaria y evitar que ese espacio lo monopolice Nueva Canarias, y luego te sacrifican a las primeras de cambio con el argumento de la estabilidad, como si la minoría en que está instalada CC no fuera lo suficientemente estable a sabiendas de que al PP no se le pasa por la cabeza una moción de censura y de que Casimiro Curbelo y los suyos están la mar de contentos. La mar de presupuestariamente contentos, quiero decir.

Pase lo que pase, si yo fuera Pablo Rodríguez me sentaría en el diván de los pensamientos en solitario y reflexionaría sobre lo vivido estos días. A saber: su puesto como prenda y su gestión atacada de lunes a domingo por sus compañeros de CC. Especialmente desde Tenerife, donde primero señalaron a la socialista Ornella Chacón como la culpable de todos los atascos en las carreteras, y donde ahora apuntan hacia él. Y todo eso para que no se hable de que el problema viario en esa isla es, sobre todo, por el desastroso planeamiento hecho por el Cabildo y por haber dejado a los ayuntamientos que hicieran de la geografía insular su particular finca, sin tener en cuenta que si alguien da licencias para edificar viviendas en una esquina, habrá que pensar cómo entran y sale por carretera los nuevos vecinos y cómo llegan al resto de la geografía insular. Añadamos a esto lo conocido en las últimas fechas: mucho reclamar dinero del Estado de las arcas autonómicas para desatascar las carreteras y luego no estaban los proyectos para las licitaciones. Pero ya se sabe lo que suele pasar en política: lo más conveniente cuando hay una mala gestión es buscar un tercero al que presentar como culpable, y eso es lo que le ha pasado a Pablo Rodríguez.

Si finalmente se queda como el vicepresidente y consejero más breve de la reciente historia autonómica, habrá que ver cómo supera el golpe la marca en Gran Canaria. Tras ser apartado Fernando Bañolas, o tras autoapartarse -como cada un prefiera-, dicen que Rodríguez se tomó en serio eso de apostar por caras nuevas para levantar, cual soldados en Iwo Jima, la bandera de CC en Gran Canaria. Y habrá que ver cuánto dura esa bandera si los pronósticos se cumplen y es desalojado a las primeras de cambio y casi sin tiempo de haberse equivocado. O quizás ese fue su gran error: pensar que la apuesta que hicieron por él y por el partido en la isla iba en serio.

Veremos qué pasa.

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