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Pasión grancanaria

Pasión grancanaria

Jueves, 1 de enero 1970

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Cada vez que el fuego se apodera de Gran Canaria arden mis venas. Los que hemos nacido en esta isla poseemos un don especial para amar cada uno de sus rincones y a su gente. Nada de lo que contiene el terruño y ocurre en el escapa a nuestro más preciado de los sentidos, el de la pasión. Ver arder nuestro monte es como ver morir a un ser querido. Ningún grancanario se resiste al dolor cada vez que un rincón de esta isla se consume por las llamas.

Hace un mes el mundo nos sorprendía con la de declaración de Risco Caído como patrimonio de la humanidad. No hubo un solo grancanario que no reconociera en esa declaración un reconocimiento global a la tierra y a su gente, a su pasado. Los rincones que hoy son Patrimonio de la Humanidad, para muchos grancanarios son desconocidos. La inmensa mayoría sólo hemos visto fotos de las cuevas o vídeos que apenas dan cuenta de la grandeza que esconden esos rincones, pero han sido suficientes para saber que el corazón de la isla late al mismo ritmo que los grancanarios y que hay algo tan desconocido pero colosal, que es nuestro, y que despierta el orgullo patrio.

La sola idea de que se nuevo corazón que sacaba del oscurantismo el pasado prehispánico de esta isla se podría destrozar por una imprudencia supuso un nuevo dolor a la agonía contenida de ver cómo se quemaban los riscales de Tejeda y Artenara y el fuego amenazaba el pinar de Tamadaba o el de la Cruz de Tejeda. Las sombras del Nublo eran devoradas por las llamas y sus faldas se calcinaban a más velocidad que las lágrimas de sus vecinos. Al dolor se unió la impotencia y cierto resquemor en la convicción de que el algo no cuadra bien en debate que pone en entredicho las viejas prácticas del campo, como la limpieza o el pastoreo, y el modelo moderno de gestión desde las administraciones públicas con la moderna gestión de los montes y las prácticas de sus habitantes.

Posiblemente es un debate que no tiene sentido porque tradiciones y gestión ambiental tienen un punto de encuentro inevitable, el de la sensatez. Hay tradiciones que hay que respetar y que ayudan a evitar los fuegos, y hay otras que son un peligro para el monte. Hay gestión ambiental que respeta y potencia tradiciones y ha habido alguna que aniquila y persigue prácticas saludables para la tierra. Y hay, también, en nuestros vecinos, bastante ignorancia y mucha facilidad para llevar al monte lo que siempre se debió quedar en la costa. Como bien dice mi querido amigo Emilio González Déniz, los incendios se apagan en invierno con una buena gestión del limpieza del monte, de acotamiento y delimitación de zonas, de cortafuegos, y otras técnicas, además de buenos servicios de prevención y de extinción. Y en eso no sé si somos todo lo aplicados que debemos o destinamos el dinero necesario. Ésta no es la única tarea de los gestores medioambientales, que deben también seguir escuchando y buscando todo lo bueno que nos deja la tradición.

Ni son buenas las prácticas estrictamente burocráticas, las que imponen las leyes y sus ejecutores, muchas veces con molestias desagradables para los vecinos, ni la dejación en manos de la tradición, desbordada y desorientada por los nuevos tiempos. Lo dice un grancanario del campo: también hay mucho tozudo y bastantes espabilados incapaces de conciliar sus tareas con las nuevas prácticas y usos del campo, los montes, las montañas y los pinares.

Ahora que está de moda el diálogo, a los gestores de nuestra grancanaria más querida, esa que combina lo rural con el turismo, la naturaleza con las tradiciones, la burocracia con la tozudez, le vendría bien una buena sesión de escucha activa y de diálogo constructivo.

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