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Paisajes y protegidos

Jueves, 1 de enero 1970

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Todos los esfuerzos por salvar la tierra de los depredadores son fantásticos. No iba a ser menos en Tenerife; en pocos meses, sólo los que puedan acreditar la residencia fija en Canarias podrán subir gratis a la cima del Teide. Al resto, extranjeros y otros oportunistas, se le aplicará una tarifa razonable, porque el medio ambiente hay que preservarlo de las leyes del mercado y blablablá.

Es obvio que esa concesión a una empresa privada no empaña el rechazo a cobrar el llamado euro verde a los (16 millones de) turistas que llegan cada año a estas peñas atlánticas. La diferencia es evidente; mejor negarse a recaudar fondos para todos los canarios, porque así aumentará el flujo de monedas a la hucha de unos cuantos.

Es la solidaridad, amigos, esa fórmula de convivencia inútil cuando se hace patria con mucho mar por medio. Por eso el parque del Teide es nacional, mientras los ingresos por alcanzar la cumbre más alta del Atlántico medio son una contribución al mantenimiento de las tribus locales, pura antropología.

De esa combinación de naturaleza y economía tienen mucho que aprender aún en Gran Canaria. El Roque Nublo y otras crestas sagradas a duras penas resisten las inclemencias de los visionarios. A este paisaje de pequeñas ambiciones ecologistas se asoma Güi Güi de cuando en cuando, vergel de olvido sin par.

Que el último rincón verde de la isla esté a la venta en una tienda de chinos no es ninguna metáfora. Es el preciso retrato de la estrategia de conservación practicada en las últimas décadas, la mejor representación del respeto por la naturaleza de las cosas. Dicen los expertos que ese paraíso de cardones y tabaibas debe protegerse, y los más inteligente que hemos oido estos días es que allí no puede hacerse nada, mientras en la montaña de enfrente cada piedra se convierte en oro. Así es el poder del paisaje.

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