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El lado intimista de la vida es el más interesante. Nosotros decidimos sobre el mismo, pero las circunstancias nos vienen dadas. Incluso, por la política. En cartelera está ahora En tiempos de luz menguante (2017), que retrata las vicisitudes, anhelos y pequeñeces de una familia en los últimos compases de la República Democrática Alemana. La caída del Muro de Berlín aún no se ha producido pero todos olfatean que aquello no aguanta más sin que aún supieran lo que está por venir. Lo mejor del largometraje es el papel de Bruno Ganz como jerarca familiar y gloria comunista de un pasado artificial, es el mismo actor que interpretó a Hitler en sus últimos días en Berlín ante la llegada de las tropas soviéticas en El hundimiento (2004). Sin que quepa esperar la gran obra maestra, para los amantes del cine político (o cómo esta influye en nuestras vidas) merece la pena.

La psicología de las personas se muestra especialmente en los ocasos. En ese declive que advierte un final ingrato o desagradable y que favorece que florezca lo mejor o peor de cada uno. Los hay que tiran la toalla desde el primer instante ante lo que consideran insuperable. También los que mantienen intacta la esperanza (puede que ilusa) de que en el último momento se resuelva. Y los que encaran con entereza lo que depara el destino. Dicen que sobreviven aquellos que antes se adaptan al entorno cambiante. Otra cosa es que esos cambios sean a mejor o a peor, o que simplemente agoten un modelo (como el comunista plasmado en la película) que ya no da más de sí mismo. Y parece que Ganz se ha convertido en experto en interpretar finales de unos personajes que sucumben ante la realidad de un siglo XX determinado por las ideologías totalitarias. Basta con un rápido repaso para percatarse de lo que supuso las dos guerras mundiales, la contienda entre el capitalismo y el llamado socialismo real o, en suma, el esplendor del neoliberalismo que anula a la persona para supeditarla a los dictados del libre mercado, para entender que la complejidad de la actualidad no es nada nuevo y que aún nos queda mucho por descubrir.

El protagonista del largometraje es Wilhelm Powileit que cumple 90 años y en cuya fiesta se capta las dobleces de la República Democrática Alemana: el discurso oficial del imperio del proletariado y el de una realidad cada vez más tozuda. Mientras se celebra el cumpleaños, otros tratan de huir a la otra Alemania. Y como se dice en una escena, cuando se pierde a los hijos se pierde el futuro. Nadie es tan poderoso para conservar el transcurso inapelable del tiempo. Ni las ideologías ni las personas.

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