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Si alguien colocase un micrófono oculto en las redacciones de los periódicos y llevase las grabaciones a esos tribunales tan hipersensibilizados que tenemos últimamente en este país, sospecho que llegaría un día en que no habría periódicos en los quioscos. Y sería así simplemente porque estaríamos entre rejas decenas de periodistas por algunas de las bromas ciertamente pesadas y muy cargadas de humor negro que soltamos a lo largo de la jornada. Supongo que es una válvula de escape, porque no es fácil pasarse el día entre noticias que en muchas ocasiones no son agradables, pero que alguien tiene que contar.

La reflexión viene a cuento de lo que está pasando en este país con el sentido del humor, y también con el de la provocación. Incluso con la frontera, siempre difusa y confusa, de la ofensa, porque a ver cómo se puede objetivar algo que es tan subjetivo como la capacidad de cada hijo de vecino para indignarse.

En pocos días nos hemos encontrado con una condena de cárcel a un cantante, un libro secuestrado y la retirada de una obra de arte de la feria de arte contemporáneo de Madrid. La reacción no se ha hecho esperar: miles de personas han entrado en las plataformas digitales a escuchar las canciones de un rapero cuya existencia ni conocían; centenares han desembarcado en las librerías y también las plataformas digitales para comprar Fariña y leer sus páginas, buscando los párrafos que llevó a una jueza a dictar el secuestro; y el montaje artístico con imágenes en torno a los «presos políticos» en España se vendió por 96.000 euros, esto es, 16.000 más que el precio de salida y ya hay una sala dispuesto a exhibirlo en Cataluña. Así las cosas, si evaluamos las resoluciones judiciales en función de sus resultados, no cabe otra cosa que concluir que el remedio ha sido peor que la enfermedad.

Pero más allá de los efectos prácticos, conviene pararse a pensar hasta dónde lleva esta deriva. Privar a alguien de libertad y secuestrar una publicación, así como aplicar la censura, son medidas extremadamente graves, de esas que se supone que se reservan para situaciones en las que sobran razones de peso para cercenar los derechos fundamentales. Y seguramente las letras del rapero condenado son innecesarias, como parece que lo de Fariña quedó corregido por sentencia judicial -por un error formal, eso sí-, y tampoco creo que en este país haya presos políticos... pero daría por bueno todo lo anterior a cambio de irme a la cama sabiendo que vivimos en un sistema que no ha sacrificado la crítica, la ironía, el humor y hasta la barrabasada en el altar de la formalidad.

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