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Los vietnamitas

Los vietnamitas

Viernes, 17 de julio 2020, 00:55

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Las primeras nociones que tengo de la actualidad internacional están relacionadas con la guerra de Vietnam y el caso Watergate. Recuerdo escuchar el nombre de Richard Nixon como una especie de letanía ininteligible en los informativos del Diario Hablado de Radio Nacional de España. Yo preguntaba que qué era eso del Watergate y que quién era Nixon. Debía tener seis o siete años, pero era tal la insistencia diaria de aquellos locutores que todos esos nombres entraron a formar parte de mi mitología infantil. En el colegio preguntaba a otros amigos si sabían quién era Nixon, pero estaban tan perdidos como yo en las cuestiones de política internacional. Tampoco sabíamos nada de Vietnam. Ambos nombres se unieron a los numerosos arcanos de la infancia que no siempre se aclaran al paso de los años.

Lo de Vietnam sí nos cogió luego más de cerca. Un buen día nos dijeron en el colegio que iban a venir a quedarse al Hogar Rural de Guía unas cuantas familias vietnamitas que llegaban huyendo de la guerra. Nos contaron que habían sufrido mucho y que habían visto atrocidades innombrables. Pedían que fuéramos solidarios y que ayudáramos a los niños a integrarse en nuestro grupo de amigos. Lo hicimos. O por lo menos tratamos de hacerlo. Había un niño, del que no recuerdo el nombre, que era más o menos de nuestra edad. Cuando nos acercamos a él se mostró temeroso y huidizo, desconfiado, y en su mirada se atisbaba el miedo y la soledad. Siendo como éramos burleteros y crueles los unos con los otros, y sobre todo con las miserias y los defectos de los demás, no nos atrevimos a gastarle bromas pesadas. Con el tiempo acabaron integrándose en nuestro pueblo y estuvieron varios años viviendo en el Hogar Rural. Un buen día, sin embargo, les dijeron que debían marcharse a una casona enorme que estaba en Costa Ayala. Hasta ahí sé de ellos.

De Vietnam a Guía en los primeros setenta, todo un salto al vacío que para ellos y para nosotros se terminó convirtiendo en un cruce de culturas y costumbres que acabó enriqueciéndonos sin que nos diéramos cuenta. Por lo menos en mi caso nunca he tenido la sensación de que el mundo le pertenezca a nadie por haber nacido en uno u otro lugar del planeta. Aprendí que el destino te puede llevar a Vietnam o a la Conchinchina, y que en ambos lugares uno tiene el derecho a sentirse como en casa. No recuerdo el nombre de aquel amigo vietnamita, pero sí que contribuyó a hacernos más tolerantes, más sabios y más cosmopolitas. Nos sentíamos unos afortunados por no haber vivido lo que vivieron ellos. Hasta entonces pensábamos que las guerras sólo eran cosa de la tele, del cine o de la radio. Sus ojos rasgados y sus largos silencios nos enseñaron que las guerras se quedan para siempre en las miradas de quienes las sufren. Nunca quiso contarnos lo que le pasó.

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