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Los que ya desconectaron

«Pero el relato liberal clásico se desmorona aunque Bruselas y sus tecnócratas no quieran verlo»

Jueves, 1 de enero 1970

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Rafael Álvarez Gil

Con la globalización el eje izquierda y derecha desaparece o al menos mengua a favor del identitario. Los ricos siguen siendo ricos, o más ricos aún si cabe, pero la clase obrera no existe o cuando menos está fragmentada. Asistimos a una sociedad desclasada donde ni siquiera el puesto de trabajo otorga el estatus a la vida como hacía antes. Cuando estalló la crisis económica me asombró la incredulidad con la que las personas y padres de familia de mediana edad les costaba asumir la dimensión de lo que estaba por venir. No entendían las dificultades, ciertas y palpables, con las que se tropezaban sus hijos para encontrar un empleo y que este encima fuese con unas condiciones razonables. Fallaba la empatía o la comprensión intergeneracional a una realidad social que había cambiado por completo en muy poco tiempo y que ya desgarraba a las generaciones más jóvenes. Creían, después de décadas de progreso creciente y sostenido, que aquello era lo normal tanto aquí como en el resto de Europa. Y no lo era.

Josep Borrell reconoció públicamente en esta campaña electoral que la socialdemocracia hizo recortes al son de la austeridad impuesta por Bruselas. Y, por lo tanto, en un ejercicio de autocrítica, asumió que eso no debió ocurrir. ¿Pero tiene remedio a estas alturas? En Grecia los estragos de la crisis de la eurozona han hipotecado al país. Y son un socio más de los abonados al cansancio y la incredulidad hacia una Unión Europea que sienten lejos, muy lejos, y dudan de su existencia. Si Borrell dirigió esas palabras a un público concreto, a los que ya superada una edad han conocido aquellos años de esplendor que no retornarán, quizá le compren la idea. Pero hay una juventud que ya desenchufó del discurso o retahíla de lo bueno que ha sido el proyecto comunitario cuando justo no hay recuerdo próximo de la Segunda Guerra Mundial y el afán pacificador posterior de entonces.

Me imagino que con el paso del tiempo y que una generación vaya sustituyendo a la otra en la primera fila del protagonismo social y laboral, este desánimo colectivo (llámenlo como deseen) se agudizará. Las clases medias son reemplazadas por los hijos de la precariedad y la incertidumbre vital. Y este es el gran peligro que atañe a la democracia que toma rostro definido con la elevada desigualdad social que alienta los extremos ideológicos y, si se tercia, el afán de revancha que esgrime los populismos por aquello de la reparación simple a invocar. Es un nuevo mundo y no por ello ni mejor ni peor; está todavía por ver.

Pero el relato liberal clásico se desmorona aunque Bruselas y sus tecnócratas no quieran verlo. La digitalización e Internet unen y a la vez separan. Casi tanto como la política hoy por hoy en la que cunde el sectarismo mediocre y se rehúyen debates imprescindibles para reconocer el diagnóstico sobre aquello que, como sociedad, nos importa.

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