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Otorgar premios por parte de las administraciones públicas no suele ser una buena idea. Generalmente resulta un agravio comparativo para el resto de las personas, que, con todo el derecho, se preguntan ¿por qué a este sí y a mí no? Hasta que se cae en la cuenta de que en la más paupérrima medalla siempre hay lobis aupando a uno o a otra.

La concesión de premios oficiales es, fundamentalmente, un ejercicio de propaganda. Con ellos se envían mensajes sobre lo que cuenta como mérito para el político de turno. Por eso no se da a quien saca adelante una familia con 400 euros al mes, trabajo mucho más sobresaliente que tocar el timple, andar en un velero o escribir un libro. El político, con buen criterio, se asegura de darle el premio a quien en el discurso del acto de entrega va a hablar de la belleza de las montañas, el romper de las olas y lo bonito que es vivir aquí. Y no se lo da a quien va contarle lo difícil que es la vida y lo poco que aporta ser canario a esa identidad tan sobresaliente que supone la pobreza. Con este planteamiento, la concesión del Premio Canarias de este año a la «sociedad canaria en su conjunto» es, cuanto menos, paradójica, pues el premio se otorga a comunidad de la que el propio Gobierno forma parte, constituyendo un caso de evidente favoritismo porque, a partir de ahora los miembros del Ejecutivo son Premios Canarias en la categoría de auto otorgamiento.

Más inexplicable aún es que ese premio se conceda por el «comportamiento ejemplar» durante la pandemia, como si fuera un padre sorprendido de que su hijo calavera terminara la carrera de Derecho. Para mayor teatralidad, la sociedad canaria queda simbolizada en el acto por una silla vacía, es decir, por un ente invisible, algo que concuerda con lo que siempre hemos sospechado.

La silla vacía, además, tiene enormes virtudes pues, carente de cuerdas vocales, el ente imaginario que es «la sociedad en su conjunto» se ve incapaz de articular palabra alguna en el discurso, por lo que el político se ahorra escuchar lo que tendría que decirle cualquier persona concreta isleña tomada al azar. Imaginen por un instante el espectáculo de que ese azaroso ciudadano o convecina fuera de ese 40% que vive bajo el umbral de la pobreza, o un estudiante o alumna que recibe sus clases en un barracón o alguien de la plantilla sanitaria o sociosanitaria que ha trabajado con medios tercermundistas para sacar adelante una situación en la que se han visto desbordados.

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