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Los Gofiones: un volcán, un Etna hecho

Jueves, 1 de enero 1970

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Permítame, apreciado lector, que titule este artículo con un verso de Calderón de la Barca (corresponde a La vida es sueño). Pero el impacto emocional lo justifica, pues los Gofiones embriagaron la noche del pasado jueves en el recuerdo a Perico Lino. Así, fueron apasionadamente naturales; ejercieron musicalidad y sentimientos de enraizada amistad y engarzaron desde la sencillez, el recuerdo...

Nunca había experimentado con ellos tal sensación de canarismo universal: trascendimos la limitación isleña y entramos en la globalización de pentagramas, armonías y melodías. (Lo cual, dicho sea de paso, rompe la reiteración de isas, folías y malagueñas impuesta a veces desde algunos programas televisivos, como si fueran lo único que en Canarias se canta). Su exaltación final («¡Ay mi Gran Canaria!») fue infinitamente superior a las de otras veces: se convirtió en hilo conductor con ramificaciones volcánicas e impactos sentimentales.

Por primera vez los escuché a pelo, sin megafonía (¡cómo suenan, cómo seducen sus voces, qué potencias!). Añadamos la serenidad de un espacio muy familiar; la exquisita acústica del local y, sobre todo, que se trataba de una actuación rigurosamente especial: CANARIAS7 y ellos rendían homenaje a Perico Lino, inconfundible voz gofiona.

Tal combinación de factores, lector, había recibido la previa bendición de los dioses. Por tanto, un placer para los mortales allí presentes. Fui, por suerte, uno de ellos a escasos cinco metros del grupo. (Mi agradecimiento, pues, al señor Suárez Álamo, director del periódico.)

Tiempo después de su nacimiento supe de Los Gofiones aunque, eso sí, de manera fortuita y en tierras laguneras. Camino de Las Mercedes (Las Canteras), el tío de un paisano cebollero había abierto Casa Gregorio, campestre mesón cuya especialidad era el conejo en salmorejo (exquisita textura, sabrosa combinación: ¿recuerdas, Antonio D. Osorio?). En él encontré alguna vez a varios sabandeños paladeando también las perras del bon vino casero mientras tocaban y cantaban.

Una de sus canciones me sublimó: fue la guarania (no figura en el Diccionario) India, cuyos dos iniciales versos son «India, bella mezcla de diosa y pantera, / doncella desnuda que habita el Guairá». Para mí era desconocida; pero me sedujeron la sencilla poetización de su letra, el acoplamiento de las voces y el dulce encanto de algo nuevo, música hispanoamericana ajena a los ininterrumpidos mariachis y Jorges Negretes del cine Guayres en Gáldar.

Alguien –luego supe que se trataba de Elfidio Alonso- comentó algo así como de pasada que en Las Palmas había surgido un grupo (Los Gofiones) dirigido por Totoyo Millares. Y todos brindaron por su aparición pues, a fin de cuentas, Los Sabandeños habían sido pioneros (1966) en la pacífica revolución de la música canaria –por aquellas fechas tan necesitada también de sublevaciones, motines y asonadas, dicho sea de paso-. Los sabandeños allí presentes eran conscientes, además, de que pocos años atrás ellos mismos habían iniciado un irreversible camino para investigar, recuperar y dar a conocer la riqueza de la música popular canaria, isla por isla.

Casi cincuenta años después, ya en la sala de CANARIAS7, recordé mis encuentros con su música. Y como entre los jóvenes universitarios laguneros Los Sabandeños la habían impuesto sin atosigamientos ni estridencias (la Misa Sabandeña ponía los pelos de punta; los volúmenes 1 y 2 de Cantan a Hispanoamérica nos acompañaban incluso en sueños), me interesé por los canariones. A partir de mi regreso a Gran Canaria hice el seguimiento a Los Gofiones, cuya raíz nominal –gofio- formó parte de mi vida en Gáldar para acompañar a plátanos escachados y galletón, escudillas de leche, sancocho o chorrillos del aceite de don Luis Mederos en sabia combinación con algo de azúcar para contrarrestar la raspadura del gaznate (eso sí: en papel basto, el de la tienda de Isidrito Medina).

Celebraban C7 y Los Gofiones dos acontecimientos trascendentales. Uno, el primer medio siglo de vida –«Los Gofiones seguirán cuando los actuales componentes no estén», acierto de Víctor Batista, su director, cuando se dirigió a nosotros-. El segundo (muy por encima de los 50 años gofiones), el homenaje a Perico Lino, Pedro González Lino, uno de sus fundadores y fallecido dos meses atrás. (A fin de cuentas nuestras vidas van a dar a la mar manriqueña, la misma mar por la cual navega la nave machadiana «que nunca ha de tornar».)

La forzada inasistencia de Perico Lino llevó a Los Gofiones a un concierto de sentimientos y recuerdos, serpenteantes movimientos por la sala pues estaban dando vida a la ausencia de una voz, la voz de «un loco enamorado / amante improvisado»... Pero, a la vez, engarzada en todas y cada una de las notas nacidas por guitarras, timples, laúdes, requintos, bandurrias, contrabajos... también enamoradamente unidas a las resonancias de chácaras, triángulos, tambor herreño...

Se mantuvo Perico Lino impasible ante el paso de los años como permaneció enhiesto también Tomás Orihuela hasta hace poco, mi paisano y su abrazo en edades mientras ambos compartían hombro con hombro en el escenario... entre los bajos, ironías y sentido coñón de la vida.

Certificó Perico Lino el medio siglo de Los Gofiones y se retiró sin aspavientos. A fin de cuentas así había sido su vida, recordó el gofión García–Beltrán, otro de los fundadores. Mientras vivió, de su garganta salieron a borbotones cantos a la tierra canaria y a la otra, la americana, tan presente en el pálpito de Canarias (¿qué familia isleña no tuvo un pariente en la Cuba criolla de Nicolás Guillén, la Venezuela del joropo, la Argentina de la zamba, los bravos granaderos y Nuestra Señora de Cuyo, la cueca de Chile...?).

«Nos mueve y nos emociona / tener que decirte adiós. / Contigo se va la voz / de tu familia gofiona»... Fue el recuerdo de Yeray Rodríguez, profesor, verseador, investigador... cuando exaltó su palabra para despedirnos de Perico Lino la noche del jueves 8 de marzo ante el galopante silencio de cada gofión, compañero suyo de parrandas, tenderetes, silencios, escenarios y caminatas por multiplicadas geografías y corazones...

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