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Los aplausos

Jueves, 1 de enero 1970

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Los héroes son otros. No son esos que idolatran y que llenan estadios o suben los índices de audiencias. El aplauso debería ser para otros anónimos que no aparecen en ninguna parte y que, paradójicamente, están delante de nuestros ojos, en muchos casos justo al lado de nosotros, tan cerca que buena parte de lo que somos se lo debemos a ellos, aunque casi nunca se lo hayamos manifestado. No esperan nada. Los verdaderos héroes se conforman con hacer felices a quienes les rodean.

Vivimos unos tiempos en los que se encumbra más la mediocridad y el ruido que el trabajo silencioso, paciente y efectivo. Tampoco es novedoso. Digamos que aquí el principio de Arquímedes es justamente al revés: quien tiene menos peso agita tanto las aguas que parece que es más importante que el que realmente vale su peso en oro. Lo hemos visto estos días en los mundiales de fútbol. Muchos de esos supuestos fenómenos que paralizan el planeta son luego unos seres inmaduros con conductas poco ejemplares.

El que investiga en silencio en un laboratorio sí que es realmente importante, o la madre o el padre que cuidan de un niño dependiente de sus cariños y de sus desvelos, o el que ayuda sin esperar nada a cambio en algún suburbio del planeta, o quien allana el camino sin que nadie se dé cuenta, porque justamente esa es una de las características de los héroes que valen la pena: la discreción, la ayuda sin medallas o la sapiencia de que lo que realmente importa es llegar a la cama cada noche sabiendo que el día que hemos vivido ha servido para algo, o que alguien es un poco más feliz después de haberse tropezado con nosotros. Hoy escribo para todas esas mujeres y para todos esos hombres que, parafraseando a Mario Vargas Llosa, son héroes discretos en sus entornos, abuelas de las que depende el día a día de una familia, entrenadores anónimos que, lejos de los focos y de las portadas, transmiten valores a los deportistas que empiezan o maestras que abren la mente de sus alumnos siendo espejos y enseñando con esa pasión que a tantos nos ha cambiado la vida. Va por ellos. Brindo por cada una de las personas que dignifican el camino por el que pasan. Los nombres los pueden poner quienes lean estas líneas.

Son muchos, aunque los medios se empeñen en que aparezcan casi siempre los que sí que no aportan nada bueno a la convivencia. Los buenos son mayoría, no se dejen engañar por el griterío del sensacionalismo que nos quiere volver a todos unos malvados.

Cicerón decía que todas las almas eran inmortales, pero que solo las de los justos y los héroes eran divinas. Huelga decir que esas divinidades no se parecen a las que quieren que adoremos en este mundo absurdamente infantil que estamos construyendo. La divinidad es como esos pájaros que embellecen el cielo sin que nos demos cuenta.

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