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Las pasiones desatadas

Jueves, 1 de enero 1970

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Estoy cansado de los egos. Y eso que desde un periódico se familiariza cualquiera a tratar con ellos, desde el político o cargo de la Administración de turno al vecino del quinto que no está satisfecho por cómo salió la fotografía del estado de abandono del parque que envió a la Redacción a modo de denuncia. Así que hay muchos egos, uno por persona, y muy variados en sus características: vanidosos, presuntuosos, soberbios... El menú es amplio. Incluso, en el universo de los medios de comunicación también los hay. He visto supuestos profesionales del ámbito que luego se derrumban en una perreta emocional porque no saben asumir la derrota. Se supone que un periodista tiene empatía, sin eso no es nadie, que es la llave para acceder al interior de los otros e interiorizar los hechos que nos ocurren a nivel colectivo. Es la máxima, rescatada por Juan Cruz, que le atribuye al que fuera primer director del diario La Repubblica Eugenio Scalfari: «Periodista es gente que le dice a la gente lo que le pasa a la gente».

No me gusta cómo está el país. Y digo esto porque los países también tienen sus egos que, para el caso, podría ser el vulgo o la masa espoleada ahora por la instantaneidad y las redes sociales (propicias al subidón) o antes por las falsas noticias servidas en formato de bulo. Una nación tiene un ego como tiene una memoria o un relato emocional que se traspasa de padres a hijos. Así las cosas, cuando se conoce que han sido profanadas en el cementerio civil de La Almudena las tumbas del fundador del PSOE, Pablo Iglesias, y de la comunista Dolores Ibárruri, La Pasionaria, es revolver el pasado al tiempo que un acto reprochable e incívico.

Si en España nos dedicamos a lanzarnos la Historia reciente como arma arrojadiza, significa que fracasamos como nación. Entiendo a los manifestantes que acudieron a la plaza de Colón el domingo a reprobar el diálogo con los soberanistas catalanes y a reclamar elecciones generales. Pero estos, a su vez, deben asumir que hay otras visiones de España en la que concurren nacionalismos plurales que conviven mal que bien con el encaje otorgado amén de la Constitución de 1978. Y no es solo lo que queda de los nacionalistas catalanes, una minoría cuando casi todos se han vuelto independentistas, sino va por el País Vasco, Galicia o Canarias. Un rodillo uniforme con la pretensión de reproducir a los jacobinos franceses es inviable en España. De lo contrario, resurge (y con razón) el problema territorial. Encima que la Gran Recesión de 2008 ha levantado el conflicto social (elevada desigualdad y precariedad laboral) para añadirle el pulso de la forma de la organización del Estado... Manejando la Historia y con sensatez quizá, y solo quizá, seríamos capaces de reconducir la situación.

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